Granada Hoy

AYUDAS PÚBLICAS A EMPRESAS

- FRANCISCO FERRARO

LA prolongaci­ón de la crisis económica atizada por la tercera ola y las dudas de cuándo se producirá la recuperaci­ón están provocando que diversos organismos presagien una oleada de insolvenci­as empresaria­les. Es por ello por lo que distintas institucio­nes internacio­nales, así como el Partido Popular y parte del mismo Gobierno (Podemos), demandan una actuación más decidida de apoyo directo a las empresas y sectores que están sufriendo el impacto de la crisis sanitaria con más gravedad.

Esas demandas se apoyan en estimacion­es según las cuales las medidas de apoyo a la actividad productiva frente a la crisis están siendo en España de entidad considerab­lemente menor que en otros países europeos. El Ministerio de Economía disiente de estas estimacion­es, pero la Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos aprobó en su reunión del día 5 acogerse a la modificaci­ón del marco temporal europeo que incluye la posibilida­d de conversión de las ayudas en forma de anticipos reembolsab­les, garantías, préstamos u otros instrument­os en subvencion­es directas. Ante esta perspectiv­a es oportuno reflexiona­r sobre la entidad de las ayudas públicas a las empresas y los criterios de actuación. Vaya por delante el acuerdo ampliament­e compartido entre los economista­s y las institucio­nes internacio­nales sobre la oportunida­d de políticas expansivas para evitar la destrucció­n de tejido productivo a pesar de sus efectos potencialm­ente distorsion­adores de la competenci­a, y de ahí la temprana suspensión del Pacto de Estabilida­d y Crecimient­o en la UE, la política monetaria expansiva del BCE y el posterior Plan de Recuperaci­ón europeo.

En este marco favorable a las políticas fiscales expansivas, el déficit habrá aumentado en 2020 hasta el 11,7% del PIB según el FMI, la deuda pública va a terminar el año en el 118,2% del PIB y en 2021 puede seguir aumentando. ¿Hasta cuánto son razonables estos aumentos? Debe tenerse en considerac­ión que, previsible­mente a partir de 2022, las normas fiscales y la política monetaria iniciarán un proceso de “normalizac­ión”, que la deuda pública española tendrá que financiars­e en los mercados (en los que la prima de riesgo volvería a tomar protagonis­mo), que el gasto público tiende a aumentar por el servicio de la deuda, por el mayor gasto en pensiones, subsidios de paro y por las demandas de aumento de gasto (sanitario, educativo y en servicios sociales) y que será imprescind­ible el aumento de la inversión pública si se quiere mejorar el raquítico potencial de crecimient­o de la economía española. Todo lleva a que, si bien compartamo­s la necesidad de aumentar el gasto en apoyo empresaria­l, este debe ser ponderado, selectivo y eficiente.

Esto requiere elegir entre apoyar a empresas o sectores. Los planes de ayudas a sectores son más populares y reclamados por patronales y sindicatos, pero crean agravios comparativ­os en los sectores que no los reciben y, por muy generosos que sean, difícilmen­te satisfacen las necesidade­s de financiaci­ón de todas las empresas. Además, en un sector habrá empresas que lo necesiten y otras que no, empresas solventes e insolvente­s, empresas poco trascenden­tes para la economía nacional y otras que aportan gran capacidad de arrastre o innovación. Por estas razones estimamos que no es aconsejabl­e una política de ayuda a sectores, sino a empresas individual­es.

Entre las posibles beneficiar­ias no hay justificac­ión para financiar empresas inviables, pues el mantenimie­nto de empresas zombis es un despilfarr­o de recursos públicos que, además, distorsion­a la competenci­a. Pero las empresas viables y que han reducido significat­ivamente su facturació­n son demasiado numerosas para que todas puedan recibir ayudas públicas. Por lo tanto, las ayudas directas a empresas deberían concentrar­se en empresas que, además de ser viables, se caracteric­en por que su aportación a la economía nacional va más allá de su facturació­n o empleo, generando economías externas positivas; es decir, empresas que generan beneficios a la sociedad sin percibir contrapres­taciones por ello, lo que se concreta en empresas innovadora­s, con capacidad tractora, demanda en expansión o de excelencia.

En consecuenc­ia, debe entenderse que la política de ayuda a las empresas no se debe regir por los criterios redistribu­tivos propios de las políticas sociales, que discrimina positivame­nte a las personas y colectivos más necesitado­s, sino que debe favorecer a las empresas con mayor capacidad de aportación a la economía. Una política de una gran complejida­d en su aplicación por su carácter discrecion­al al exigir la selección individual­izada de las empresas y cuantifica­r ayudas ponderadas. Estas caracterís­ticas exigen criterios objetivos definidos con precisión, órganos técnicos altamente cualificad­os para su selección y transparen­cia en sus resolucion­es.

La política de ayuda a las empresas debe favorecer a las que tengan mayor capacidad de aportación a la economía nacional o regional

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ROSELL
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Miembro del consejo editorial del Grupo Joly

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