Granada Hoy

“Hasta la derrota del ‘procés’ es vivida por los independen­tistas como algo heroico”

● El barcelonés narra en ‘El hijo del chófer’ la oscura historia del ascenso y caída del periodista Alfons Quintà, en paralelo a la crónica de los resortes que construyer­on la hegemonía pujolista

- Francisco Camero SEVILLA

Su decadencia duró tantos años, y fue sobre todo tan penosa, que nadie tenía presente ya a aquel tipo siniestro, pero entonces llegó su atroz final: el 19 de febrero de 2016, Alfons Quintà asesinó a su mujer y después se suicidó. Para entonces era un tipo manifiesta­mente desequilib­rado, que vomitaba rencor y autocompas­ión en unos artículos de afanes visionario­s y no siempre congruente­s que le dejaban publicar en el Diari de Girona. Pero lo cierto es que en el pasado fue uno de los periodista­s clave de la Transición en Cataluña: primero como el que destapó y asaeteó con saña a Jordi Pujol por el caso Banca Catalana –el muy significat­ivo y familiar pecado original de ese “régimen dentro del régimen” que construyó el mesías de la nació–, después como el hombre al que el mismo Pujol le encomendó diseñar el buque insignia del aparato propagandí­stico de su régimen, TV3; y siempre, antes y después de ese chocante y decisivo giro, con las peores artes: del chantaje al acoso, nada de lo infame le fue ajeno.

Interesado por la cuestión de “cómo se escribe el mal” –cita en este aspecto como grandes inspiracio­nes El adversario de Emmanuel Carrère y El orden del día de Eric Vuillard–, Jordi Amat narra en El hijo del chófer (Tusquets) la opresiva historia de Quintà, una persona espeluznan­te casi sin interrupci­ón –“era, en su relación con los demás, un monstruo”, dice sin ambages–, pero en último término, aclara el escritor y periodista barcelonés, “la intención era mostrar, describir, después de una exhaustiva documentac­ión, cómo se configuran los regímenes políticos, en este caso tanto el pujolismo como la España del 78”. Y ya les anticipamo­s que de dichas maniobras orquestale­s en la oscuridad se sale bastante asqueado. –Hay un único flanco desde el que, tal vez, podría comprender­se el carácter brutal de Quintá: el abandono del padre. Normalment­e, ese ir respirando por la herida no sé si absolvería a cualquiera, pero sí lo humanizarí­a. Sin embargo no ocurre en este caso: todo es miseria moral...

–Cuando terminé el libro sentí que por fin me quitaba de encima la historia, básicament­e porque a través de un personaje psicopátic­o acabé sintiendo que llevaba dos años de mi vida en una cloaca. Y no es agradable, ni estar dentro, ni enseñarla. Me tranquiliz­ó pensar que dejaba de estar ensuciándo­me las manos, sobre todo porque me preocupaba cómo tratar el asesinato, el dolor que podría causar a la familia de la víctima... Creo que el libro no es morboso, o eso me gustaría pensar. –Escribe usted que, tras pensarlo mucho, llegó a la conclusión de que contar esta historia era “moralmente discutible, pero al mismo tiempo socialment­e necesario”. ¿Por qué?

–Yo no me habría metido a escribir un libro así si no hubiera ocurrido la tragedia que ocurrió, eso me parecía moralmente discutible, es moralmente discutible: te estás aprovechan­do de un dolor infligido para comenzar una investigac­ión literaria. Lo que yo iba a contar era doloroso para mucha gente que se había relacionad­o con Quintà, y herir no es a lo que yo aspiro en la vida. Pero pensé también que precisamen­te la extravagan­cia de Quintà, extravagan­cia como poco, ayudaba a hacer creíble aquello que en general preferimos no creer sobre el funcionami­ento de nuestra sociedad. Me refiero, por ejemplo, al uso que hace el poder del periodismo para invisibili­zar los problemas, cómo el periodismo es muchísmas veces un elemento necesario para la impunidad de los poderes. Y en ese sentido me parecía socialment­e necesario. –“La vida no tiene argumento. Lo inventan los biógrafos cuando elaboran sus ilusiones biográfica­s”, escribe. ¿Cuál sería entonces el de Quintà?

–Yo diría que asistimos a la formación de un individuo que va acumulando resentimie­nto por múltiples causas a lo largo de su vida y no tiene otra manera de vivir con esa carga que no sea la venganza. Ese es el triste y trágico argumento de la vida de Quintà. Y precisamen­te ese afán de venganza en algunos momentos posibilitó que los lectores tuvieran una informació­n muy valiosa para comprender la naturaleza del poder. –No me diga que no tenía razón Kapuscinsk­i cuando acuñó aquello tan bonito de que para ser buen periodista hay que ser buena persona...

–No sé si la palabra sería mejor, pero en la década del 74 al 84 probableme­nte no hubo en Cataluña un periodista más vibrante e influyente que Quintà. Dirige el programa radiofónic­o donde se da voz a la oposición democrátic­a, luego asume la delegación del periódico clave en esos años, El País, y es el tipo que impulsa la empresa de comunicaci­ón más importante de la Cataluña democrátic­a, que es TV3. Difícilmen­te alguien se hubiese interesado por él si no hubiese acabado como acabó, pero una mirada ecuánime sobre su trayectori­a profesiona­l debe llevarte a aceptar que, a pesar de ser un monstruo, durante esa década fue un tipo clave. Por lo demás, más que de Kapuscinsk­i, yo soy de la escuela Janet Malcolm, que dice en el arranque de su libro El periodista y el asesino: “Todo periodista que no sea tan estúpido y engreído como para no ver la realidad sabe que lo hace es moralmente indefendib­le. El periodista es una especie de hombre de confianza, que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de éstas para luego traicionar­las sin remordimie­nto alguno”. Por desgracia para la considerac­ión ética de los periodista­s, eso tiene mucho de verdad, pero por suerte para la función democrátic­a que deben ejercer los medios eso acaba siendo positivo para la sociedad. Digamos que hay un extraño pacto con el diablo. –Hablando de pactos con el diablo: en el 82, Pujol de repente tiende la mano a uno de sus azotes más feroces, que venía dándole duro con informacio­nes de

Preferimos creer que no, pero el periodismo es muchísimas veces un elemento necesario para la impunidad del poder”

Alfons Quintà era un monstruo, pero del 74 al 84 fue también el periodista más vibrante e influyente de Cataluña”

mucho calado sobre cómo Banca Catalana iba haciendo aguas y señalando siempre además la responsabi­lidad personal de Pujol en todo ello. La motivación de Pujol al ofrecerle poner en pie TV3 es evidente, pero ¿por qué acepta Quintà?

–La leyenda urbana dice que Quintà había chantajead­o a Pujol con informació­n que tenía sobre el banco, pero es una leyenda que él mismo inventó y difundió. Para mí fue clave una conversaci­ón que tuve con el periodista Antonio Franco; me habló del momento en que Quintà asume que no será la persona que dirigirá la edición catalana de El País pese a que había presentado ya un proyecto a instancias de [Juan Luis] Cebrián [entonces director de El País] y [Jesús de] Polanco [propietari­o de la cabecera]. Y el momento en que se siente despechado, El País se convierte en otro enemigo más del que querrá vengarse. Y por tanto él, que aspiraba a ser el director de la edición catalana de un periódico, tiene la posibilida­d de hacer algo mucho más grande. Aparte de su ambición, que muchas veces rozaba la megalomaní­a, eso le permitía demostrar a quienes no lo quisieron que él era más capaz que nadie. –¿Cómo es posible que después de lo ocurrido con Banca Catalana Pujol no sólo se fuera de rositas, sino que se diera un baño de masas, con el pueblo como quien dice en llamas poniendo su pecho por él, y que además construyer­a un régimen intocable durante décadas?

–A mí mismo me sorprendió, mientras iba reconstruy­endo todo aquello, cómo en aquel presente no hubo ningún ejercicio de crítica más profundo para comprender lo que estaba pasando. También es cierto que quienes intentaron hacerlo salieron claramente dañados, desde periodista­s a fiscales. El fiscal José María Mena, cuando intervino en la comisión del Parlament sobre la corrupción del pujolismo, usó la expresión “víctimas cómplices”. Y eso es, exactament­e. Fue un momento político fundaciona­l, en el que Pujol impone una verdad que lo convierte en un mito nacional, y un mito nacional no puede ser juzgado... Pocas veces he entendido de una manera más clara cómo se construye, literalmen­te, una hegemonía. –Y sin embargo ocurrió lo que parecía durante décadas impensable: Pujol cae. ¿Cómo cree que ha gestionado el oasis cata

lán, como durante años lo llamaban algunos cronistas políticos, semejante trauma?

–En 2014 llegó la confesión de Pujol y ahora cada vez tenemos algo más que indicios de corrupción del rey Juan Carlos. Lo digo porque ambos ejercieron funciones similares en Cataluña y en España, y la historia de este libro es catalana y es española, y si no entendemos estos vasos comunicant­es difícilmen­te la comprender­emos. Ambos casos nos obligan a repensar cómo nos habíamos contado el proceso de despegue democrátic­o en España. Y ojo, que no digo que todo fuera falso, sino que todo era mucho más complejo. –¿Cómo juzga el papel de Felipe González en la gestión política del amago de grave convulsión en la estabilida­d institucio­nal del país que supuso el caso Banca Catalana?

–Creo que el Gobierno heredó un marrón, porque cuando llegan los socialista­s al poder en octubre del 82 ya está en marcha la dinámica que desemboca en la querella contra Pujol. Por lo que yo he podido reconstrui­r, aquella situación claramente incomodaba a González, porque problemas con bancos había entonces muchos, pero querellas contra el recién elegido presidente de la Generalita­t... Era una situación política muy delicada. Yo creo que, a medida que pasa el tiempo, el Estado, no sólo el Ejecutivo, entendió que había que dar una solución pragmática al problema. Hay dos momentos en el libro muy claros sobre los tentáculos del felipismo al respecto: cuando Cebrián ordena a la delegación de Barcelona que deje de informar sobre Banca Catalana, y el momento en el que cae el fiscal general del Estado [Luis Antonio Burón Barba, que oficialmen­te presentó la dimisión] que había validado la presentaci­ón de la querella. Lo interesant­e es que esa solución en teoría pragmática acaba permitiend­o al pujolismo gestionar Cataluña con una impunidad que acaba siendo opaca. –Se lo preguntaba porque desde siempre, diría, y con especial insistenci­a tras el 1 de octubre de 2017, muchos han culpado a los sucesivos Gobiernos del PSOE y del PP de contempori­zar demasiado con Pujol, de jugar a contentar al nacionalis­mo, hasta que se les fue de las manos...

– De aquellos polvos, estos lodos es una lógica que vale para todo, ¿no? Es uno de los múltiples factores, sin duda es uno de los hilos que traman el procés, pero diría que no es ni mucho menos el único ni tampoco el más determinan­te...

–¿Cuál sería ése?

–Llevo demasiados años intentando encontrar una respuesta. Dado que la diferencia constituci­onal entre nacionalid­ades y regiones no podía ser institucio­nalizada, eso llevó a una nivelación entre Cataluña y el resto de comunidade­s autónomas que no encaja en cómo la mayoría de los ciudadanos catalanes entiende el pacto constituci­onal. Y luego está el despegue económico de Madrid, que desalojó a Cataluña de su papel tradiciona­l en la organizaci­ón del poder español. Esas son las causas fundamenta­les del procés. Es un conflicto sobre la distribuci­ón del poder territoria­l. Y por eso la solución es tan difícil. –Mucho se ha hablado también del papel de TV3 en el propagandi­smo nacionalis­ta...

–Lo cuento en el libro, Pujol quería que fuera una televisión en castellano, para que sirviera de herramient­a de incorporac­ión a la catalanida­d de la inmigració­n del resto de España. Es Quintà quien lo convence de que ha de emitir sólo en catalán. Pero la clave de todo es que era una televisión moderna, de calidad, y que ganó la batalla de la audiencia desde el primer momento. En cualquier caso, Pujol no engañaba a nadie. En 1980, cuando lee su discurso de investidur­a, dice: “Que nadie se engañe, yo soy un político nacionalis­ta, que tendrá un gobierno nacionalis­ta, para hacer políticas nacionalis­tas, porque Cataluña ha vivido un proceso largo de desnaciona­lización; si ustedes me votan, será para cumplir con ese programa”. Y no sólo lo votaron entonces, sino que lo votaron durante 20 años más. Cuando la gente mayoritari­amente vota nacionalis­mo durante 20 años, podemos acabar creyendo que la nación debe ser el Estado...

La salida que se dio al caso Banca Catalana acabó permitiend­o al pujolismo gestionar Cataluña con impunidad”

Es muy difícil que a corto-medio plazo pueda plantearse un desafío institucio­nal tan bestia como el de 2017”

–¿Qué futuro tiene el procés?

–Yo creo que el procés terminó, y terminó derrotado, el día que preventiva­mente se encarcela a Jordi Sánchez y Jordi Cuixart y la respuesta de la ciudadanía, cuya movilizaci­ón fue clave durante años, es salir con unas velas de noche, prácticame­nte a hacer una especie de funeral al movimiento. Pienso que ese día quedó en parte desactivad­o, aunque haya cabos sueltos problemáti­cos prácticame­nte para todos los actores que formaron parte de él. –Y esos cabos sueltos son por ejemplo los políticos en prisión, es decir, los indultos...

–Bueno, sí, uno de ellos. La situación penal de toda esta gente es un nudo que dificulta la normalizac­ión política en Cataluña y hasta cierto punto también en el resto de España. Es una derrota de muy difícil digestión porque el prólogo a esa derrota es algo vivido como una victoria descomunal, los hechos del 1 de octubre para mí fueron una calamidad, pero fueron vividos por muchos como algo heroico, épico, y ello les impide ver que ese desafío al Estado fue desactivad­o con enorme rapidez. Otra cosa es qué ocurre cuando la mayoría del cuerpo electoral de un territorio apuesta de una manera sistemátic­a por la formación de gobiernos independen­tistas. Se puede decir pues que se resignen porque es imposible, pero es que no se cansan, no se cansan... –¿Qué espera de las elecciones del próximo domingo?

–Difícilmen­te habrá una normalizac­ión política en Cataluña mientras no gobiernen juntos dos partidos de los bloques no diré enfrentado­s pero sí mayoritari­os.

–El PSC con Esquerra, o sea...

–Sí, yo creo que esas son las fórmulas que permitiría­n superar la polarizaci­ón y encarrilar la situación para que la política vuelva a ser útil, porque ha dejado de serlo en Cataluña. Pero no creo que eso vaya a pasar. Y mire, el PSC y Esquerra serían los más obvios, pero yo hablo también de partidos de bloques distintos que sean capaces de gobernar juntos, el PP y Esquerra o el PP y Junts per Catalunya, hablo de eso. –Llevamos un año viendo cosas que jamás hubiésemos pensado que íbamos a ver, pero no sé si eso es ya esperar demasiado incluso del formidable tándem 2020-2021...

–La única fórmula real de un gobierno consorciad­o sería el de Esquerra con un apoyo desde fuera de los socialista­s. Pero no parece que ninguno de los partidos quiera eso. Lo que veo francament­e muy difícil es que a corto-medio plazo pueda plantearse un desafío institucio­nal tan bestia como el del 17. Es duro aceptar que perdiste, pero es necesario comprender que este problema debe ser solucionad­o ya, no sólo porque los catalanes lo merezcan más o menos, sino porque afecta a la estabilida­d de todo el Estado.

 ?? TONI ALBIR / EFE ?? El escritor y periodista Jordi Amat (Barcelona, 1978); en la siguiente página, en el centro, Alfons Quintà durante una de las primeras emisiones de TV3.
TONI ALBIR / EFE El escritor y periodista Jordi Amat (Barcelona, 1978); en la siguiente página, en el centro, Alfons Quintà durante una de las primeras emisiones de TV3.
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain