Hablar de Lorca y otras ficciones
La ficción. En un mundo que parece haberse decidido por clamar la verdad o la mentira de las cosas, la ficción. Es un arma imprescindible. Una última carta a jugar. Frente a los fanáticos de lo real, de lo puro, de “lo que de verdad ocurre”, ahí está. Aunque cada vez con más detractores, es quizás la característica humana por excelencia. La posibilidad de imaginar, de construir aquello que no sólo ocurre frente a los ojos. Sino que da vuelta y media, y en esa pirueta, abre huecos por donde otras cosas nos pueden seguir sucediendo. Es lo primero que pienso tras ver Una noche sin luna.
Si sólo pensáramos en la verdad, Juan Diego Botto nos habría engañado a todos. Pocos actores echan mano de la seducción mejor que él. Ya ves. El espectáculo comienza con una supuesta demanda contra el espectáculo aceptada a trámite por la Fiscalía. Corriendo los tiempos que corren, verosímil es. Hasta se ve tentado uno a sacar el móvil y llamar al periódico al instante. Pero claro, también se sabe, la obra ya ha comenzado. No es hasta que suenan los primeros versos de la Comedia
Sin Título cuando la retranca se cae. Botto hace el paralelismo. Sí, también a Lorca le destrozaron obras, le pusieron a parir en los papeles y, como a todo vanguardista de la época al fin y al cabo, le practicaron la censura, es deporte nacional que aún a día de hoy se practica en mayor o menor intensidad. La tradición, diría alguno.
No está mal tirado. En ese momento Botto ya hace de Lorca. Del Lorca que es Juan Diego Botto. La obra comienza. Para eso sirve la ficción. O te comes el sapo e imaginamos o quedan dos horas de sufrir. Pero la seducción…qué recurso. Hace todo más fácil. Al menos para el público que se congregó este fin de semana en el Alhambra. Y en la catarsis colectiva que supone el teatro, más aún.
Cuando el telón se ha abierto, queda por delante una plataforma de madera. Tablón a tablón, Lorca-Botto irá levantando tablas del suelo, componiendo imágenes, sacando objetos del foso. El polvo dará ese aire de entierro a cada uno de ellos y el texto los hilvanará con la vida del poeta. Con el relato de Teseo. Pero sobre todo con el suyo. Con su memoria y una identidad muy concreta. La que Peris Mencheta y Botto le han querido dar esta vez.
Si de la ficción se trata todo esto, lo único que chirría aquí es ese deseo de verdad que le palpita. Si la reivindicación de Lorca pasa por su espíritu de revolucionario de la escena, de su intensidad vital capaz de amartillar la complacencia y la repetición de un teatro de cartón piedra que ya ni siente ni padece, aquí no encuentra cobijo. Ese Lorca es un tesoro nacional. Un patrimonio indecible. El personaje que rivaliza y supera desde la poesía a los textos de Artaud que luego compusieron las poéticas teatrales de media Europa. El Teatro Imposible. Imposible en la España de entonces, eso seguro. Pero posible para la belleza, para los que imaginan, para los que vienen detrás.
Una noche sin luna es un monólogo de un actor lleno de recursos. Capaz de engatusar en el mejor sentido de la palabra. De hacer tres personajes diferenciados en menos de 15 minutos. Él solo. Pero el afán pedagógico de Lorca está allí, en la poesía, no en un discurso quizás más propio del mitin que de otra cosa. En la imagen perturbadora, extraña, pero a la que le huelen sus raíces. No en la imagen fácil, ni en el cliché. “No he venido aquí para alegrar al público con un juego de palabras”. En ese inicio de la Comedia Sin Título está la base de lo que hablamos. Y la dirección de este espectáculo está muy lejos de inscribirse ahí. Hay una factura, un nivel escénico. Capacidad, talento. Pero este espectáculo no va de eso. Hay reivindicación política. Por supuesto. Justa. Pero no va de eso.