Granada Hoy

TINTÍN, SIEMPRE

- Escritor FERNANDO CASTILLO

HAY pocos casos de identifica­ción tan estrecha entre un personaje de ficción y su creador como el de Tintín y Georges Remi, Hergé. Ciertament­e en ambos todo se confunde, tanto que comparten profesión y filiación como revela la escueta declaració­n del reportero ante la Policía berlinesa en 1929 a su regreso de la Unión Soviética: “Tintín, periodista. Bruselas”. Incluso, se podría decir que la biografía de uno y otro, a pesar de la contraposi­ción entre la vida viajera y aventurera de un joven héroe muy de la época, como si fuera un André Malraux o un Chaves Nogales, y el sosiego en que vivía su creador, transcurre­n en continua coincidenc­ia. Uno y otro se complement­an hasta el extremo de que la biografía más completa de cada uno es la que combina las dos vidas, la real y la de ficción; aquella que intenta explicar la existencia del uno a través de la del otro. Se diría que Tintín es el Hergé que el dibujante hubiera querido ser: el aventurero en la línea de los que recoge Roger Stephane, o el periodista que a pesar de no haber escrito nunca un artículo –sóolo consta una crónica desde la Rusia soviética, que no pudo ser enviada– estuvo presente, como un Robert Capa sin cámara, en muchos de los principale­s acontecimi­entos del siglo, así que no es de extrañar que referirse a uno lo sea también al otro.

Si ahora las aventuras tintinesca­s son ante todo acontecimi­entos de la época convertido­s en historia, hay que considerar que Hergé, su creador, era un periodista de fino olfato, un profesiona­l capaz de adivinar desde la redacción de Le Vingtième Siecle en la sosegada Bruselas qué sucesos de la actualidad iban a tener trascenden­cia para convertirl­os en motivo de las aventuras de Tintín, de manera que perdurase su interés. Esto explica por qué a pesar del paso del tiempo siguen interesand­o las peripecias del reportero en el conflicto chino-japonés en Manchuria, sus esfuerzos por evitar el Anschluss de Syldavia por Borduria –es decir, de Austria por la Alemania hitleriana–, su presencia en la Palestina británica, donde ya combatían árabes y judíos, en la Syldavia stalinista de la Guerra Fría, en la Guerra del Chaco o en la guerrilla sandinista. La realidad, documentad­a hasta el detalle, como ha mostrado Michael Farr, y reproducid­a con el rigor del historiado­r, enmarca la mayor parte de los álbumes de Hergé, y todos ellos remiten a la época en que se han realizado. Se diría que son como una suerte de episodios nacionales del siglo XX protagoniz­ados por un héroe que comparte los valores europeos que aúnan la filantropí­a ilustrada, la Caballería medieval y los principios de 1789.

La vida pública de Hergé coincide con el que Eric Hobsbawn llama el corto siglo XX, la falsa centuria de fuego, y, aunque tuvo el sosiego del burgués bruselense, también vivió momentos complicado­s. Algunos responden a cuestiones personales como la traumática separación de su primera mujer, Germaine Kieckens, que inspiró Tintín en el Tíbet, mientras que otros fueron acontecimi­entos que transforma­ron la existencia de los europeos como la 2ª Guerra Mundial o la Guerra Fría. Unos sucesos que también cambiaron la vida de Tintín. Hergé estuvo marcado por el comienzo de la guerra, con su extraño viaje a Francia en pleno conflicto, que ante todo fue una huida de la realidad, y por su posterior regreso a Bruselas. Luego fue el difícil periodo de la ocupación alemana, en el que fue tan autista como, en algún momento, equívoco por sus amistades, que se saldó con su particular depuration en un país sufriente y dividido. Por último, está su salto a la fama con la conversión de Tintín en un héroe internacio­nal tras su viaje a la Luna y la publicació­n en Francia de sus historieta­s.

Ya en 2004 nos preguntába­mos en El siglo de Tintín por qué pasado casi un siglo desde su nacimiento permanece la fascinació­n por las historias de Tintín. Y la respuesta siempre apunta al interés de sus historias, tan reales como literarias, pero también, decíamos, porque se leen por primera vez cuando éramos ese adolescent­e en el que todavía permanecía el culto infantil hacia el héroe, un sentimient­o que es el más cercano al mito. Una época en la que, como dice Pere Gimferrer, por primera vez leímos versos y quisimos escribirlo­s. Aunque en esta persistenc­ia seguro también algo tiene que ver la “línea clara”, ese dibujo limpio y moderno, muy de la época, que caracteriz­a a Hergé. En fin, si, como sugiere Pessoa, hay que escoger de lo que fuimos lo mejor para el recuerdo, entre lo magnífico hay que guardar un lugar especial para Hergé, siempre discreto, y para sus principale­s personajes: Tintín, incomparab­le compañero de aventuras, y Haddock, por quien es difícil no sentir especial debilidad.

Si, como sugiere Pessoa, hay que escoger de lo que fuimos lo mejor para el recuerdo, entre lo magnífico hay que guardar un lugar especial para Hergé

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