Portugal, tierra de descubridores
Somos vecinos pero nos conocemos poco ● Es un país maravilloso que ha sacado el máximo partido a sus viñedos ● ¿Empezamos a conocerlo por sus vinos?
LOS descendientes directos de los grandes marinos y descubridores portugueses han empezado hace poco tiempo a ser conscientes del valor de sus quintas, testimonio de la época de mayor esplendor del país. En efecto, gracias las riquezas del vino, Portugal consiguió antaño convertirse en una potencia mundial. Los nuevos portugueses, muy conscientes de su historia y apegados a las tradiciones, haciendo gala de una voluntad enorme y contando con los programas de desarrollo europeos, han sacado el máximo partido al potencial de sus viñedos, a sus variedades de uvas y a las técnicas vitivinícolas tradicionales.
En el último cuarto del siglo XX se empezaron a elaborar nuevos tipos de vino en quintas rehabilitadas, que han conquistado el mercado. Todo ello es consecuencia del espíritu y las expectativas de la Revolución de los Claveles del 25 de abril de 1974, que derrocó al presidente Salazar y permitió posteriormente la entrada del país en la CEE.
Casi no se han habilitado o plantado viñedo nuevo en Portugal. El proceso del que hablo es más bien un renacimiento de la viticultura tradicional, aunque sobre nuevas bases que responden a las exigencias del mercado moderno. Todos aquellos vinicultores con espíritu empresarial, aun cuando en el pasado se vieron obligados a producir vinos baratos y mediocres, vuelven a creer en su valía y su potencial y están preparados. El amante del vino puede visitar las quintas y revivir la evolución y la historia de los vinos de Portugal.
El orgullo portugués por su nación y por los vinos de la tierra fomenta este renacer de lo antiguo y lo tradicional.
Portugal es un microcosmos dentro de la vinicultura y reúne todos los tipos de vinos imaginables. La diversidad de la cuidada tradición del cultivo de la vid y la elaboración de vino es el trabajo y el resultado de muchos siglos, desde que los fenicios plantaran las primeras viñas. Y luego griegos, romanos y otras culturas que pasaron por el país vecino.
La reciente apertura de Portugal al mundo ha sido, sin duda, uno de los momentos más afortunados de su historia. Sucedió en un tiempo en el que muchos países comenzaron a interesarse por la tradición y en el que el culto a la técnica había dejado de ser absoluto. Hasta la década de los 70 del siglo XX, el mercado de calidad había estado dominado por unas pocas quintas, apenas conocidas, entre las que se hallaban pequeñas y medianas bodegas. En esa época las cooperativas eras las encargadas de abastecer al gran público. El mercado del vino de Oporto estaba todavía en manos de medianas y grandes bodegas comerciales de Vilanova de Gaia, sujeto aún a su peculiar historia de monopolio. Los vitivinicultores tan solo podían ser proveedores de vino de Oporto, pero tenían vetado comercializarlo o exportarlo por cuenta propia.
En la obra Memoria sobre os procesos, del año 1867, se describen con todo detalle incluso los más pequeños y remotos pueblos productores de vino de Portugal. Este completo estudio califica los vinos en dos categorías: para la exportación y de mesa, y describe los requisitos que debe cumplir un vino para ser exportado.
Por la misma época, en países como España o Italia la situación era bastante diferente. Las bodegas tenían un perfil marcadamente regional y apenas existían empresas de exportación tan grandes como en Portugal, donde pervivía el antiguo poder de las bodegas de Oporto.
En la actualidad, Portugal cuenta con 40 regiones vinícolas, de las cuales algunas ya destacaban en el siglo XIX y otras son nuevas. Todo ello nos da una idea de la grandiosa variedad del vino que existe en el país. Existen varios tintos lusos comparables a algunos franceses de las zonas de Burdeos, Borgoña o el Ródano, o a algunos exquisitos barolos italianos.
En ‘Memoria sobre os procesos’ se describen los remotos pueblos productores de vino