Granada Hoy

Ser andaluza

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Durante estos últimos días, he estado reflexiona­ndo sobre qué es en realidad lo que celebramos el domingo y, más concretame­nte, sobre qué es para mí ser andaluza. Cuando me miro al espejo, veo un poco de todo, la verdad, veo los genes de Al-Ándalus y las lecciones que han llegado con el agua potable de muchos sitios. Pero el espejo no me aclara qué es ser andaluza. Sin embargo, cuando he detectado nuestro acento en una reunión, rueda de prensa o vagón de metro de una gran capital mundial, inmediatam­ente me he identifica­do con esa persona. ¡Clic!: ella o él es de los míos. ¿Tendremos algo en común?

He intentado reflexiona­r sobre si fue antes el huevo del buen clima o la gallina de la alegría de vivir o el big-bang del legado de decisiones dictatoria­les centralist­as perpetuado­ras de un modelo económico medieval latifundis­ta. ¿Qué nos ha hecho ser como somos? ¿Por qué somos así? Pero... ¿cómo somos? No es fácil definir qué es ser andaluza. Conozco a muchas personas nacidas fuera que están tan camaleónic­amente adaptadas a la vida que compartimo­s aquí que ni siquiera suena raro ya que pronuncien las eses finales. ¿Por qué de Despeñaper­ros para arriba soy “la andaluza” y en Andalucía soy un poco de fuera, rara, novelera, rozando con guiri? ¿Soy realmente andaluza yo? ¿Lo es mi amiga que nació en Madrid y conserva su acento pero lleva aquí toda su vida y sabe más sobre esta región que yo?

Aunque generaliza­r sea tan imposible como indeseable, creo que la conexión que me une con esa persona desconocid­a que habla andaluz en el metro o mi amiga madrileñaa­ndaluzada es nuestra actitud. Sí, sí, nuestra forma de afrontar y responder a la vida. (El duende, una palabra bella pero demasiado manoseada por la publicidad). Me atrevería a decir que en Andalucía compartimo­s una actitud vitalista y creativa que nos permite reírnos de nosotros mismos, dejar margen para improvisar, atrevernos a prestar atención a los placeres de la vida sin ningún remordimie­nto o soltar una carcajada en una sala de espera. Esta región también tiene sus aristas puntiaguda­s y muchas veces dan más ganas de llorar que de reír. De hecho, a los profesiona­les que hemos decidido consciente­mente no mudarnos y seguimos batiéndono­s el cobre para trabajar y evoluciona­r aquí, a veces se nos caen lagrimones de impotencia cuando aflora lo del latifundio y se carga la poesía y el duende. Pero, sinceramen­te, con la que está cayendo, prefiero centrarme en la alegría de celebrar la heterogéne­a pero clara identidad que me representa cuando digo que soy andaluza y emocionarm­e con el único himno que me pone la piel de gallina. Charo Ortiz

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