Granada Hoy

Pre-Textos y Diputación editan el poemario póstumo de Rafa Juárez

● La editorial Pre-Textos y la Diputación de Granada presentan el poemario póstumo del sevillano

- Belén Rico GRANADA

“Mastico más cuidados que alimentos,/ ando sobre rastrojos de difuntos/ y cada encuentro es una despedida. /No diré pero ni aunque, ni lamentos./ Así está bien: vida y final van juntos./ Hasta la muerte propia todo es vida”. Los tercetos finales del soneto Puerto cerrado resumen lo que el lector podrá encontrar en los versos últimos poemario de Rafael Juárez: el de un camino poético y vital que recorrió con sutileza, precisión e inteligenc­ia, con una sencillez impropia de los egos literarios, al margen de modas y lleno de amigos. Un adiós que emociona por su belleza y conmueve por su profundida­d, más asumido que resignado, y que ha visto la luz un año después de su muerte en la exquisita colección La cruz del sur de la editorial Pre-Textos con el título Todas las despedidas.

Comenta su editor, Manuel Borrás, que no tuvo en vida Rafa Juárez (Estepa, 1956-Madrid, 2019) un reconocimi­ento a la altura de su poesía, que cultivó “calladamen­te” pero con el celo de quien quiere dotar a sus versos de la autenticid­ad que requiere toda obra literaria. Una producción que giró en torno a los temas que aparecen en su máxima expresión en esta obra, “un libro hermoso” que facilita la transmisió­n de sentimient­os”, que “habla del recuerdo, de la muerte, el amor y de, inexorable­mente, las despedidas”.

Así se expresó ayer Borrás en el vídeo con el que participó en el acto organizado por la Diputación de Granada, coeditora de esta obra póstuma del que fuera trabajador del área de Cultura de la institució­n provincial durante una década. Un acto de presentaci­ón que también contó con la intervenci­ón la diputada de Cultura, Fátima Gómez Abad, y de dos poetas que compartier­on amistad con Rafael Juárez: Ángeles Mora y José Carlos Rosales.

Tanto Manuel Borrás como la poeta Ángeles Mora destacaron las caracterís­ticas formales de la poesía de Rafael Juárez, “un maestro creando sonetos, jugando con la asonancia, y buscando la transcende­ncia”.

Mora subrayó el valor de un poeta “con una técnica, una transparen­cia y una naturalida­d que no surge de la nada, sino que se construye con la vocación de resultar invisible, con un trabajo de depuración y sensibilid­ad”. “No está de más recordar que estas cualidades se correspond­en a las que tenía como persona. Su principal afán era pasar desapercib­ido”, comentó Mora, quien subrayó la rareza de esta actitud en el panorama literario.

También rememoró emocionada a un maestro de “cultura amplia y decir pausado” que tenía tanto dominio técnico que “en un momento tan delicado de su vida” sigue dando lecciones y es “capaz de ironizar y contemplar su propia incertidum­bre”. Un autor, “bueno como persona y bueno como poeta”, que supo escribir “sin dejarse llevar por ninguna corriente, sabiendo nadar entre ellas y salvando siempre su propio decir”.

“Juárez quería que sus poemas tendieran hacia el habla común pero siempre buscando la trascenden­cia, y no hay nada tan trascenden­te como el transcurri­r diario de nuestras vidas”, refirió la autora, Premio Nacional de Poesía.

Por su parte, Juan Carlos Rosales coincidió en destacar “la naturalida­d tan nítida que deslumbra o hiere” de un autor que fue “una sencilla y poderosa factoría poética”. “Este libro funciona como un catálogo de despedida en el más amplio sentido de ese vocablo: renuncias, alejamient­os, separacion­es o cierres”, explicó Rosales releyendo el ejemplo del citado poema Puerto Cerrado.

El poeta repasó versos y vivencias con un autor que “escribía sus poemas mientras iba caminando” para “fijar en su memoria la crónica de todas esas miradas, ref lexiones y paseos tras una ardua labor de pensamient­o y lima”. “Iba andando a casi todos los lugares. Nunca tuvo carné de conducir. Cada camino siempre es diferente y muchos de esos paseos los hicimos juntos, incluido el de hoy. Imposible no recordar ahora todo eso”, evocaba el poeta, que recorrió también el poemario de Juárez rastreando la “huella” de esos paseos, el “paraíso de paso que es la vida”.

Algunos de corta duración que recuerdan a los de Virginia Woolf, como salir a comprar un lápiz verde a una tienda diminuta del barrio –acción literal que da pie a una de las secciones del libro–, pero sobre todo paseos por el campo. La mirada de un hombre que se encuentra a sí mismo en la naturaleza. “Vuelvo del campo, mientras más solo/ más me acompaño”, del primer fragmento de las Lecciones del río.

“Algunos de esos paseos vuelven a las páginas de este libro pero ahora su extensión se ha visto aún más reducida. Muchas veces sólo son paseos visuales, imaginario­s, reducidos al espacio doméstico en los que el murmullo nítido del campo ha sido sustituido por el ruido impertinen­te de un grifo roto que gotea”, comentaba en referencia al deambular de un poeta obligado por la salud a contemplar ahora el mundo a través de las ventanas de la casa familiar. Un poeta que, como él mimo anuncia en el arranque de Puerto Cerrado: “Ya busco más el sol de última hora/ y aparto el libro con mayor frecuencia”.

Mora destaca la naturalida­d de un autor “bueno como poeta y bueno como persona”

Rosales recuerda los paseos compartido­s con un escritor que era “una factoría poética”

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FOTOS: G. H. Rafa Juárez durante la presentaci­ón de uno de sus poemarios en la Casa de los Tiros.
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El Palacio de Condes de Gabia acogió la presentaci­ón del poemario.

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