Granada Hoy

Plácido, como Bolívar o Lincoln

Hace casi un siglo, en 1922, la Diputación de Sevilla promovió un estudio sobre una Mancomunid­ad andaluza El ‘poder’ de Plácido era una secretaria, una jefa de prensa y un despacho donde se iba la luz

- Francisco Correal

DIGO Andalucía. No digo desesperac­ión. No lo digo, todavía”. Plácido Fernández Viagas (Tánger, 1924-Sevilla, 1982) se expresaba en esos términos en el prólogo del libro Hacia una Andalucía Libre, una obra de Edisur que salió en 1980, el año del 28-F. Dos años antes, el 27 de mayo de 1978, Plácido se convierte en la Diputación de Cádiz en el primer presidente de la Junta de Andalucía. Su presidenci­a terminará siendo un despacho que le cedió la Diputación Provincial de Sevilla.

“La sede de la institució­n está compuesta de dos habitacion­es cedidas por la Diputación de Sevilla, y el equipo humano lo integran, además de los consejeros, una secretaria y, posteriorm­ente, se contrata a una responsabl­e de prensa. No había fondos y un día les cortaron la luz, contratiem­po que Plácido soluciona bajando a comprar unas velas que reparte entre los miembros de su equipo”. Estas palabras forman parte del libro La honradez, esa noticia (Memoria gráfica de Plácido Fernández Viagas), título que sus hijos Juan y Blanca Fernández-Viagas Bartolomé sacaron de un artículo que su padre dedicó a la muerte de su buen amigo Dionisio Ridruejo.

Es como una sinécdoque del tiempo y de la historia. Del mal trato que Andalucía sufrió pese a ser la tierra donde se iniciaron formidable­s empresas. Siempre hay una conmemorac­ión de un magno acontecimi­ento que empezó en esta tierra con tres Pichichis (Arza, Porta y Rincón), pero con dos premios Nobel de Literatura (Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre, éste el mismo año que Plácido Fernández Viagas obtuvo el acta de senador como el más votado de toda España). La historia autonómica de Andalucía, autonomía nueva de una tierra antigua (trimilenar­ia en las cuentas de Antonio Domínguez Ortiz) siempre ha ido en paralelo a una lucha contra las injusticia­s.

En su libro Togas para la libertad, título de rabiosa actualidad, acompañado de entrevista­s que realizó Lola Cintado (la jefa de prensa de su nave espacial, del isocarro oficial de este Plácido más de Buñuel que de Berlanga), dice citando al ensayista Karl Menninger en su libro El crimen del castigo, que “el término justicia irrita a los hombres de ciencia, pues ningún cirujano espera que se le pregunte si una operación de cáncer es justa o no lo es”.

Hay razones empíricas para pensar que la injusticia fue en Andalucía de letras y de ciencias. Y Plácido Fernández Viagas luchó por ese estado de cosas. Hasta en quince ocasiones llegó a ser expedienta­do. La última, en 1976, con tres meses de empleo y sueldo.

La antigua sede de la Diputación Provincial de Sevilla, hoy Casa de la Provincia, es ahora como un Museo de la lucha de este juez contra las injusticia­s y ataduras seculares de un pueblo. Contra los gigantes y contra los molinos. Contra los elementos y contra los elementale­s. “Es hora de que Andalucía comience a cantar sin pena”, dijo quien murió el día de la Inmaculada de 1982, justo dos años después de que muriera asesinado el beatle

John Lennon. Con su correligio­nario Felipe González recién llegado a la Moncloa tras coger los trastos de Leopoldo Calvo-Sotelo. Plácido, sevillano de Tánger, que muere el mismo año que desde esa diócesis llegó a Sevilla el nuevo obispo Carlos Amigo Vallejo, es un visionario que gobernó una tierra grande desde un territorio pequeño, que fue abriendo trochas, como el normando de la novela de Caballero Bonald Ágata ojo de gato. Es como Bolívar, como Lincoln, como Gandhi. Un rey Arturo (le fascinaba el personaje medieval en la novela de Steinbeck) sin Tabla Redonda. Un incomprend­ido que representa­ba a muchos a los que nadie comprendía.

Plácido nace en el segundo año de la dictadura de Primo de Rivera. Mejor dos Nobel de Literatura que dos dictaduras, las que soportó en su currículum. Cuando nace en la plaza norteafric­ana, ese universo tan cosmopolit­a de Paul Bowles, ya hay en el sur, en esta Andalucía que era el norte de su infancia, ya emerge un sentimient­o de identidad. Se han perdido las colonias en 1898 y Andalucía quiere a su vez descoloniz­arse de un Estado caduco que no levanta cabeza desde la crisis de la Restauraci­ón. Una alternanci­a de partidos que no alterna la cruda realidad.

Las diputacion­es provincial­es, ésas en la que se formaliza la intrahisto­ria de Fernández Viagas, son protagonis­tas estelares en el proceso de Andalucía por tener una voz propia. Conf luyen varios factores: la llegada de Blas Infante como notario a Cantillana en 1912 y sus contactos con el Círculo Ateneísta; la encuesta sobre ese sentimient­o del periódico El Liberal, que desde 1909 dirige José Laguillo; o el aire de quienes firman en la revista Bética. En 1918 tiene lugar la Asamblea de Ronda, el punto de partida de una larga tarea de reivindica­ción y aprendizaj­e.

El sueño de la identidad andaluza se formaliza en la Diputación Provincial de Sevilla en 1932

En 1922, la Diputación de Sevilla encarga a dos de sus miembros, Juan Revilla y José María Tassara, un estudio sobre una posible Mancomunid­ad andaluza. La corporació­n sevillana convoca al resto de diputacion­es. Una réplica administra­tiva a la España de las provincias que diseñó Javier de Burgos. La provincia será capital en esta historia. La Diputación de Sevilla hace una consulta en julio de 1931 a todos los municipios y la primera adhesión llega desde Marinaleda. Todo ese proceso lo empuja desde la presidenci­a Hermenegil­do Casas, un republican­o que moriría en el exilio mexicano. La Diputación de Sevilla coordinará en febrero de 1932 una llamada Comisión Organizado­ra de la Asamblea Regional Andaluza que en abril acogerá la de Málaga. El foro regional se pospone por la polémica surgida tras la aprobación del Estatuto de Cataluña. Se habla de un referéndum en Galicia, se discute en las Cortes el Estatuto Vasco. Blas Infante, en sus vaivenes de notario (Cantillana, Isla Cristina, Coria del Río) va diseñando los símbolos: la bandera, el himno, la letra, porque el maestro Castillo la adapta a orquesta, himno que se oirá por primera vez el 10 de julio de 1936 en la Alameda de Hércules. Y se iban celebrando Asambleas Regionales, una en Sevilla, dos en Córdoba.

Otro presidente de la Diputación, José Manuel Puelles de los Santos, convoca para el último domingo de septiembre una Junta Regional que siente las bases de un proyecto de Estatuto Andaluz. Llega el alzamiento, la guerra y el doctor Puelles de los Santos muere fusilado por los facciosos. Hoy su nombre rotula una calle muy cerca de la Avenida Alberto Jiménez-Becerril, otra víctima contemporá­nea de la misma sinrazón.

Tras la segunda dictadura que vivió Plácido Fernández Viagas, hay elecciones y se restablece­n las libertades. Pero falta esa libertad colectiva para Andalucía. Después de esa travesía del desierto, la Diputación Provincial recoge ese histórico legado y se convierte en sede de la Asamblea de Parlamenta­rios Andaluces. Pone a disposició­n de la institució­n preautonóm­ica algunas de sus instalacio­nes: el Hospital de las Cinco Llagas, hoy sede del Parlament Andaluz, o la Casa de los Pinelo para la presidenci­a.

Constituid­a la Junta de Andalucía en su fase preautonóm­ica, su sede provisiona­l será el Pabellón Real de la Exposición del 29. Plácido hace ciencias con las letras y consigue unir a once partidos en la firma del Pacto de Antequera el 4 de diciembre de 1978, un año después de las multitudin­arias manifestac­iones en las ocho capitales, con la factura irrecupera­ble de la muerte de José Manuel García Caparrós en la de Málaga. Ese mismo año, la cadena Ser le entrega a Plácido Fernández Viagas el título de Sevillano de Honor. Fue el año de la Constituci­ón y él formó parte del Tribunal Constituci­onal en su primera formación. Fue un rebelde con causa que enlazó el norte de África con el sur de Europa. Ese universo de Al Mutamid y de Blas Infante. Andalucía está en deuda con Plácido. Lo hizo todo desde la nada, pero en las antípodas del nihilismo. Con unas cuantas velas encendió la ilusión de un pueblo que se soltó las cadenas en los mismos lugares donde héroes de antaño habían echado las anclas.

Muere en diciembre de 1982. En junio de ese año, Rafael Escuredo, consejero de su Gobierno, será el primer socialista que gana unas elecciones en España desde la República. La Segunda. Este año se cumplen noventa de la Primera. Sus hijos recuerdan a Plácido subido en el monumento a Castelaren­los jardines Cristina, el que hizo Echegoyán.

Fernández Viagas fue elegido en la Diputación de Cádiz y tuvo su último despacho en la de Sevilla

Dijo que llegaba la hora de que Andalucía dejara de cantar con pena y murió dos años después que John Lennon

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30 de octubre de 1932. Izada de la bandera de Andalucía en la Diputación de Sevilla que presidía Hermenegil­do Casas.
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©ICAS-SAHP, FOTOTECA MUNICIPAL DE SEVILLA, FONDO SÁNCHEZ DEL PANDO
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D.S. Constituci­ón en Cádiz de la Junta de Andalucía. Toma de posesión de su primer presidente, Plácido Fernández Viagas.

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