La ciudad mestiza
Puede que sea un tópico, pero no por ello es menos cierto que Madrid, ciudad famosamente hospitalaria donde no se le exige a nadie que renuncie a su identidad para sentirse integrado, asimila sin ningún recelo a los forasteros –madrileños “aclimatados”– que deciden establecer su residencia en la capital, la mayor parte de cuyos habitantes no son naturales de la misma ni en el caso de serlo pueden afirmar un arraigo de generaciones. Para Trapiello esta proverbial capacidad de acogida se debe a su desacomplejada cualidad mestiza, fruto de la suma de aluviones que la antigua villa o lugarón ha ido recibiendo desde que el rey Felipe estableció la corte junto al mínimo Manzanares, un río que revela la modestia de sus orígenes. Madrid es la arquitectura, la música, el teatro, el arte, la literatura, los museos y academias, el cine, los toros, los parques y jardines, todo eso que Trapiello recoge y evalúa en las relaciones que complementan su relato, pero es sobre todo su gente, sus gentes venidas de todos los confines del país que han encontrado en la ciudad “esa tierra de nadie de la que cualquiera puede hacer su patria”. Ser la sede del poder central ha conllevado una tradicional desconfianza por parte de las provincias, palpable incluso en el inmediato entorno castellano, pero Trapiello se muestra especialmente crítico con los nacionalismos periféricos. Usando de una metonimia infamante, arremeten contra Madrid quienes quieren hablar mal del Estado, tal vez porque de Madrid nace, como apunta el ensayista, la propia idea de España. Ese lugar fundamental en el imaginario de la nación, sin embargo, o los vicios asociados a su predominio, no niegan que la ciudad sea, por su propio carácter abierto, la “refutación de cualquier nacionalismo”.