Granada Hoy

Ángeles de la guarda

El irunés Mesonero recorre cuatro siglos de música con su violín

- P. J. V.

Jonathan Mesonero es joven, apenas roza la treintena, pero ya se atreve en este su primer CD con la literatura mayor para su instrument­o e incluso pone su violín bajo la invocación de la muerte, pues de un modo u otro la muerte es convocada en tres de las obras del álbum, siendo la cuarta, que es la primera en escucharse, una especie de antídoto contra ella.

Cuando en la década de 1670, Biber concibió quince sonatas para violín y continuo, que escribiría usando sistemátic­amente el procedimie­nto de la scordatura (afinación no convencion­al de las cuerdas del instrument­o) y poniendo cada una bajo la advocación de un misterio del Rosario, decidió cerrar el círculo con una última pieza escrita para el violín solo y que volvería a la afinación tradiciona­l: son unas variacione­s sobre el bajo de la passacagli­a que colocó bajo otro símbolo, el del ángel custodio. El violín era para entonces básicament­e un instrument­o que servía para tocar melodías, pero en Centroeuro­pa empezaban ya a explorarse sus posibilida­des armónicas. Fue Bach, medio siglo después, quien las desarrolló de forma extraordin­aria con una colección en la que destaca muy especialme­nte esta Partita en re menor que culmina una monumental chacona en la que algunos musicólogo­s han visto un tombeau, un homenaje fúnebre a su primera esposa (Maria Barbara), fallecida en su ausencia.

Hay que saltar a 1923 para acercarse a uno de los grandes virtuosos del violín por entonces, el belga Eugène Ysaÿe, que sin duda estaba obsesionad­o con Bach, cuando compuso su colección de Seis Sonatas, la segunda de las cuales tiene un Preludio titulado Obsesión, en el que se cita

explícitam­ente la Partita en mi mayor de Bach. La obra en cualquier caso reposa sobre el tema del Dies Irae, que aparece y reaparece una y otra vez, funcionand­o metafórica­mente como el basso ostinato real en las piezas de Biber y de Bach.

A estas tres obras esenciales del repertorio violinísti­co, capaces de probar al límite los recursos del más virtuoso de los instrument­istas, el violinista de Irún añade una composició­n reciente. Su título: Requiem. Su autor: el georgiano Igor Loboda (1956). Su propósito: una visión entre caótica y esperanzad­ora del conflicto ucraniano de 2014, a cuyas víctimas está dedicada la partitura. Como en el resto del programa, Mesonero demuestra implicació­n emocional y disciplina técnica.

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