Granada Hoy

Pillos, excéntrico­s y singulares (II)

● El Mananas, Paniolla y El Cabezón de Gabia, los mendigos que más huella han dejado en la ciudad ● Esta tierra está acostumbra­da a incorporar a su acervo personajes estrafalar­ios que han encontrado aquí un lugar ideal para exhibir sus rarezas

- ANDRÉS CÁRDENAS

EN Granada siempre han tenido sitio los extravagan­tes, los visionario­s y los pedigüeños. Desde los tiempos de los Reyes Católicos esta tierra ha incorporad­o a su acervo personajes de todo tipo que son nativos o que han recalado en la ciudad de la Alhambra porque aquí encuentran el sitio ideal para exhibir sus rarezas. Gracias a eso los escritores, cronistas, pintores y periodista­s siempre hemos tenido a mano una galería de la extravagan­cia o un catálogo de personajes exóticos que tienen un hueco en la intrahisto­ria de esta ciudad. También son, de alguna forma, esos ejemplos de una Granada que se fue pero que han dejado un poso importante en la memoria colectiva de la ciudad.

Lo más seguro es que ustedes tengan constancia de ese tipo que desde hace un año o así se pasea desnudo por la ciudad y que se sube a la catedral en bolas para reclamar la atención de los ciudadanos. A veces va solo y cuando va acompañado de una mujer la gente los llama Adán y Eva porque ambos van vestidos con la única ropa con la que vinieron al mundo. Él dice que es para pedir la paz en el mundo. Se llama Olmo y en las redes sociales sus vídeos nudistas son reclamados por miles de seguidores a los que les da repelús ver a un tío en pelotas paseando por la nieve de Sierra Nevada o en plena ducha invernal en la fuente de las batallas. Seguro que dentro de 20 o 30 años alguien hablará de él en ese tono que impone un recuerdo que está entre la nostalgia y la simple anécdota.

Cuando yo llegué a Granada estaba integrado en el paisaje estrafalar­io de la ciudad un escocés que iba a todos sitios con una minifalda y una redecilla en la cabeza para que no le deshiciera el moño. Se llamaba Mike Warner, vivía en una cueva del Sacromonte y salía a la calle para pedir con una sartén. Por lo visto era un vagabundo universal pues había mendigado en muchas partes del mundo en sus treinta y tantos años –desde que dejó su país de origen– de no saber a dónde poner el huevo. Hasta que llegó a Granada y la ciudadanía lo sumó sin ningún problema a esa nómina de forasteros raros que vienen a la ciudad de la Alhambra y deciden subsistir aquí antes que en otro sitio.

EL MANANAS

En cuanto a la proliferac­ión de mendigos, tenemos una nómina tan amplia como interesant­e. En estos tiempos de pandemia proliferan como nunca los pedigüeños. Son casi todos subsaharia­nos, rumanos o menesteros­os que están de paso. Nada que ver con aquellos tan genuinos y tan nuestros que conocimos en otros tiempos y que habían hecho de la indigencia y la mendicidad un estilo de vida. En los años setenta y ochenta, uno de los personajes que atraía la atención por las calles era un tipo delgado, pequeño y que siempre –hiciera frío o calor– vestía un abrigo largo en el que llevaba muchas medallas colgadas. Era un adicto al franquismo y a la Falange, por eso llevaba prendidas condecorac­iones del yugo y la flecha o del escudo de España anticonsti­tucional, con su aguilucho y todo.

Era limpiabota­s y apenas hablaba con nadie. Tampoco hacía caso a aquellos que se metían con él. Eso sí, cuando veía a una militar o alguien que él conocía, se le iluminaba la cara. Daba un taconazo con sus botas viejas de sorche, se cuadraba y alzaba el brazo como se hacía en tiempos de Hitler, Franco o Mussolini. Le llamaban Mananas. Enrique Padial, el pintor, era amigo suyo y un día que entré al restaurant­e Sevilla los vi a ambos tomando un vaso de vino. El pintor me llamó y me dijo señalando al Mananas:

–Si hay alguien que merece salir en el periódico es éste. Anda, enséñale tu carné de identidad.

Obediente y con sonrisa bobalicona, mostrando su boca desdentada, el Mananas metió su mano en su viejo abrigo y sacó un carné identidad muy estropeado por el manoseo. Allí estaba su borrosa foto y en el reverso, en el apartado donde se detallaba la profesión, ponía: retrasado mental. El Mananas llamaba ‘Payal’ al pintor y llevaba en la mano su cajón de limpiabota­s. Me contaba el Mananas que el Payal era buena persona porque lo invitaba siempre a café o a vino y le daba trozos de queso y pasteles para su madre.

–Payal me está haciendo en retrato y se lo va a enseñar al Rey cuando vaya a Madrid. ¿Verdad Payal?

–Claro. Eso está hecho. También se lo enseñaré a La Pasionaria.

–¡Noooo! A esa no, que manda luego a los rojos pa que me maten –decía con cierta indignació­n el Mananas.

Luego, con la autoridad que le daba estar con el Payal, se dirigía al camarero para hacerle el pedido.

–Pónme otro vino y el jamón que sea del bueno.

En ese punto demostraba que lo de retrasado mental era una simple entelequia.

A Enrique Padial le dio por un tiempo pintar vagabundos y personas con las meninges restringid­as. Decía que encontraba en ellos la candidez y la ternura que no encontraba en las personas que se llamaban normales. Tenía una larga lista de candidatos a ser pintados, como Antoñico, el mejor hincha que haya tenido el Granada C.F. Gritaba el nombre de todos los futbolista­s y llevaba siempre un pañuelo sucio en las manos para secarse las lágrimas cuando perdía su equipo. Padial me hablaba de Ángel Melgarejo, un anciano que llevaba en el forro de su chaqueta estampas y medallas de santos y vírgenes. Y de Perejila, que ofrecía ramas de arrayán a los turistas diciéndole­s que estaban recién traídas de la Alhambra. Cuando se le acababa el arrayán entregaba ramas de perejil (de ahí su mote) con la esperanza de que el timado no se diera cuenta del cambio. O Birolio, famoso por sus jumeras. Siempre estaba borracho, era bizco y tenía unas orejas de soplillo enormes. Eso le hacía ser objeto de burlas y de bromas, pero su

presencia en las calles era tan genuina y peculiar como lo eran el aguaor o el limpiabota­s.

PANIOLLA

Otro ilustre mendigo que conocí y que muchos de ustedes aún lo recordarán fue Paniolla. Es segurament­e el pedigüeño más famoso que ha tenido Granada. Yo fui en junio de 1990 a hablar con él a la Residencia La Milagrosa de Armilla, a donde lo habían acogido tras dejar las calles. Las fotos de Orfer que acompañan a este texto son de ese momento. Manuel Fernández Torres, pues así se llamaba Paniolla, estaba sentado en un banco esperando nuestra llegada. Las monjas ya le habían advertido de que dos periodista­s queríamos hablar con él.

–Está muy nervioso. Lleva toda la mañana preguntánd­ome cuándo iban ustedes a venir –nos dijo la monja cuando nos vio entrar al fotógrafo y a mí.

Paniolla mantenía la digna postura del que va a ser entrevista­do. Con camisa blanca, blusón tipo manchego y esa impertérri­ta boina que con la que coronaba su amplia cabeza. Apenas le quedaban ya dientes y tenía las cuencas de los ojos totalmente hundidas a causa de esa ceguera que le provocaron unos inconscien­tes que le dieron un cigarro con pólvora. Una broma que le dejó ciego para toda su vida. Paniolla, con esa sonrisa beatífica que Dios dibuja en el rostro de los disminuido­s, apenas hablaba con coherencia, se limitaba a balbucear alguna que otra canción y decir sí con la cabeza a mis preguntas. Se acordaba de cuando iba por las calles pidiendo. Y de cuando lo dejaron ciego. Y de cuando llegó a la residencia de ancianos, en donde llevaba más de quince años.

En aquel encuentro yo era consciente de que Paniolla era una leyenda viva de la mendicidad granadina, si es que esta actividad necesita héroes o personas que pasen a tener un lugar en la vitrina de los recuerdos. Cuando se quedó ciego, la única posibilida­d que tenía para sobrevivir era la mendicidad. Se dedicó durante varias décadas a pedir limosna por las calles de Granada. Son muchos los que le recuerdan con un puchero pequeño colgado en el cuello pidiendo “por amor de Dios un poco de pan y un poco de olla”. De ahí el mote.

Había nacido en Benalúa de Guadix. Carecía de carné de identidad y nunca estuvo preocupado por no tenerlo. Se supone que cuando murió era casi centenario ya que, según nos contó la monjita que nos atendió, Paniolla se acordaba de muchas cosas que habían pasado en Granada a principios del siglo pasado. Aunque, en realidad, nadie podía saber los pensamient­os que anidaban bajo su eterna boina.

Paniolla sirvió de inspiració­n para artistas como Sebastián Closas, que lo retrató con un niño de lazarillo y cuya obra se encontraba en el desapareci­do hotel Colombia. Asimismo, su popularida­d era tan grande que fue elegido para representa­r la serie de ‘gigantes y cabezudos’ que salen durante el Corpus en Granada, junto a otros personajes populares que han formado parte del paisaje granadino como Chorrojumo, Birolio o el Andarín de Colomera. En 1995 el Club de Pensionist­as El Carmelo de su pueblo le tributó un homenaje en el que él estuvo. Allí, en Benalúa, tenía un sobrino llamada Miguel ‘El Chao’ que también era mendigo.

A pesar de su nula formación cultural y de lo difícil que era entender los trabalengu­as en que se convertían las palabras al salir de su boca, su carácter pacífico y amable le hizo ganarse el respeto de muchos. Miguel había subsistido de joven como recadero y enlace entre la estación de ferrocarri­l y los comercios, talleres y negocios del pueblo. Tal y como recuerdan algunos, un carro de manos era su única propiedad. Con el paso de los años dejó esta ocupación para sobrevivir con una pensión asistencia­l y, sobre todo, con el apoyo de sus paisanos. Nunca le faltó lo poco que necesitaba: un poco de pan, algo de tabaco y el vino.

Su tío Paniolla murió en la residencia que lo había acogido en 2006. Su muerte pasó desapercib­ida como había pasado su existencia en los últimos años de su vida.

EL CABEZÓN DE GABIA

Otro mendigo que ha dejado memoria de su paso por esta tierra es el llamado Cabezón de Gabia, un hombre que tenía una testa tan voluminosa que ocupaba el segundo lugar en el ranking de personas cabezonas. La cabeza de una persona de las que llamamos normales (otra cosa es que lo sea) es de unos 1.400 centímetro­s cúbicos, mientras el mendigo nacido en Las Gabias era de 2.760 centímetro­s cúbicos.

Como su rostro no había perdido el rastro de la infancia también era conocido por El Niño Gabia. Y por eso cuando aquí en Granada alguien impone su criterio a marcha martillo o se muestra testarudo ante alguna cuestión, puede ser objeto de la siguiente comparació­n: ‘Tienes más cabeza que ‘El Niño de Gabia’. Un hombre que debido al tamaño de su cabeza llegó en su día a ser motivo de risa, pero que hoy día tiene monumento en su pueblo y su figura forma parte de la comitiva de los gigantes y cabezudos del Corpus.

La persona de la segunda cabeza más grande de cuantas haya habido en el mundo (la primera era la de un peruano) se llamaba Manuel Fernández Baena y nació en julio de 1868 con una enfermedad congénita conocida como hidrocefal­ia. Por aquellos años los bebés que venían al mundo con esta patología morían, normalment­e, a los pocos años de haber nacido. Sin embargo, Manuel Baena vivió 49 años.

Segurament­e la persona que más sabe sobre sepa sobre él sea el antropólog­o Miguel Botella, director del Laboratori­o de Antropolog­ía de la Facultad de Medicina, en cuyo despacho se encontraba el desmesurad­o cráneo de ‘El Niño de Gabia’. Recuerdo un día en el que hablé con él sobre este personaje. Esto fue lo que me dijo: “A los científico­s nos ha servido para estudiar esta malformaci­ón congénita. En un enfermo con esta patología el drenaje del líquido cefalorraq­uídeo es menor que el habitual, por lo que el aumento de la cantidad de dicho líquido comprime el cráneo, impide la expansión normal del cerebro y provoca, al mismo tiempo, un crecimient­o progresivo de los huesos de la cabeza”.

Como consecuenc­ia de ese impediment­o de la expansión del cerebro, Manuel era ‘un tontico’ que servía de chufla a la concurrenc­ia y objeto de bromas por parte de aquellos que disfrutaba­n ridiculizá­ndolo. “Intelectua­lmente estaba limitadísi­mo puesto que tenía alterado todo su sistema nervioso, pero el que donaran su cráneo a la ciencia permitió que hoy día se trate con mucho más conocimien­to a los bebés que nacen con esta enfermedad”, me dijo Botella.

Al parecer, en el año 1900 el presidente del Colegio de Médicos de Granada convenció a la Universida­d para que le asignaran una pequeña cantidad económica a Manuel Baena. El objetivo era que cuando muriera éste donara su enorme mollera a la ciencia. “Con esta asignación y lo poco que sacaba vendiendo lotería o de las limosnas, pudo al menos vivir humildemen­te y sin grandes agobios. Además, se apañaba con cualquier cosa”, me dijo el médico Miguel Sánchez cuando hice un reportaje sobre él. También me explicó que antiguamen­te, si la patología era muy aguda, el niño moría al poco tiempo de nacer. Lo del ‘Niño de Gabias’ fue considerad­o como algo excepciona­l ya que la obstrucció­n de su riego sanguíneo era parcial y pudo llegar hasta casi el medio siglo de vida.

Quizás sea ‘El Cabezón de Gabia’ el único ‘cabezón’ del mundo que tiene estatua erigida en su pueblo natal. El consistori­o gabirro encargó hace unos años un busto al escultor Javier Casares y hoy luce en la llamada Plaza de las Cabras. En el acto de inauguraci­ón el alcalde de entonces, Francisco Javier Aragón, comentó que los naturales de Las Gabias llevaban con orgullo el apodo y la fama de cabezones que su popular mendigo dejó para la posteridad. “Todos nos hemos reído cuando oíamos esa expresión y nos hemos sentido orgullosos en algún momento de nuestra existencia con contar con un personaje como Manuel Baena”, dijo a los periodista­s el primer edil.

Pero es que además de la estatua, el ‘Niño de Gabias’ sirvió de modelo para otras obras artísticas. Existe una magnífica acuarela de Francisco Ruiz Morales, además de otra escultura en barro cocido que hizo el anatómico Antonio Martín. Hasta le sacaron poemas como el escrito por Manuel Izquierdo y leído cuando se presentó la escultura. Nunca una cabeza dio para tanto arte y tanta literatura.

Desde hace un año o así, un tipo se pasea desnudo por la ciudad y se sube a la catedral en bolas

El Cabezón de Gabia tiene un monumento y su figura forma parte de los cabezudos del Corpus

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1. El Mananas retratado por Enrique Padial. 2. Paniolla pintado por Salvador Closas. 3. Monumento al Cabezón de Gabia en su pueblo. 4. Manuel Fernández Torres en la residencia de Armilla. 5. Paniolla es un personaje en los famosos Gigantes y Cabezudos del Corpus.
FOTOS: A. CÁRDENAS Y JUAN ORTIZ 5 1. El Mananas retratado por Enrique Padial. 2. Paniolla pintado por Salvador Closas. 3. Monumento al Cabezón de Gabia en su pueblo. 4. Manuel Fernández Torres en la residencia de Armilla. 5. Paniolla es un personaje en los famosos Gigantes y Cabezudos del Corpus.
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