Granada revive la pasión de un Viernes Santo
FERIA sexta en parasceve, Viernes Santo en Granada. La Pasión de Jesús se ha revivido un año más en la ciudad aunque en esta ocasión marcada por la ausencia de procesiones y actos de piedad en las calles. Ni el Campo del Príncipe a las tres de la tarde fue lo que acostumbra ni tampoco el revuelo por todo el centro de Granada adquirió el tinte de años atrás. Al contrario, la ciudad se echó a la calle para dirigirse a los templos, por la mañana recuperando la tradición de visitar los monumentos y por la tarde haciendo colas para disfrutar de los altares erigidos por las cofradías en el día que debieran haber realizado su estación de penitencia.
Las cinco hermandades dieron gran dimensión de sí mismas en sus respectivas sedes. Sacaron músculo buena parte de las priostías para ofrecer una imagen inusual en un Viernes Santo. Mesas de altar desnudas, por conmemorarse la muerte de Jesús, y construcciones efímeras de espíritu barroco con las imágenes titulares. En San Cecilio las puertas abrían a primera hora de la mañana para presentar al Cristo de los Favores en el presbiterio, ante un sencillo dosel - acorde con la austeridad del día - que contrarrestó con la magnificencia del altar del quinario sobre el que ha estado presentado en la recta final de la Cuaresma, enmarcado sobre el frontal de la canastilla de Jiménez Batista. La Virgen de la Misericordia, bajo palio, amanecía este Viernes Santo sin el júbilo propio de su día pero vestida de reina pero con el terno de luto, saya y manto negros para conmemorar la muerte de su hijo y de quienes han muerto en mitad de la pandemia.
Acogió la parroquia de Santa Ana la celebración de los oficios del Viernes Santo pero también el acto de veneración del Señor del Santo Sepulcro y la Virgen de la Soledad. Un modesto altar, con la urna erigida sobre el altar, custodiada por dos faroles y una pareja de caballeros, presentaba al primero de los titulares de la corporación, situándose la imponente dolorosa de José de Mora, la antigua Virgen de los Dolores de San Felipe, sobre el cenotafio de bronce, plata y carey de Miguel Valdés.
Y antes de morir, Cristo expiró junto al río. En la ribera del Genil, la iglesia de San José de Calasanz acogió la veneración al majestuoso crucificado de Sánchez Mesa, dispuesto a los pies del altar, sobre la cripta de los duques de Gor y alfombrado con el paño funerario de la casa ducal. Allí, escoltado por seis blandones, y con una de las nuevas cartelas de orfebrería a sus pies, recibió la veneración de los fieles. Como en un sagrado pésame, la Hermandad de los Escolapios dispuso a la Virgen del Mayor Dolor en el centro del retablo mayor, vestida entera de luto. Una jornada que, además, vino marcada por la celebración del vía crucis parroquial, acompañada por la capilla musical dirigida por el joven compositor Elías Santiago, y la celebración de los oficios a las cinco de la tarde. No faltó a la cita la Banda del Cristo de la Expiración quien tras las oficios presentó los respetos ante su titular, siendo la primera ocasión en el que la formación musical se presentaba ante sus titulares y haciéndolo con marchas clásicas como Soledad de San Pablo.
En San Juan de Letrán, templo desde el que parte cada año la Hermandad de los Ferroviarios para realizar su estación de penitencia, quedó erigido el altar efímero a los titulares de la cofradía, dispuesto sobre el altar mayor. El Cristo de la Buena Muerte, enmarcado por un universo estrellado, centrando la esbelta representación del monte Calavera, custodiado por la Virgen del Amor, vestida con reminiscencias monjiles acorde a la estética granadina de otros siglos, y la talla de Santa María Magdalena. A media tarde un cornetín de la Banda de los Ángeles, formación que acompaña cada Viernes Santo a la cofradía del barrio de Los Pajaritos, dio el toque de oración por los difuntos de la hermandad y de la Covid-19, todo ello acompañado de la ofrenda floral que realizó uno de los mandos militares del acuartelamiento de Viator, con quienes la corporación ha venido estrechando lazos en los últimos años.
La Hermandad de la Soledad vivió un particular Viernes Santo monástico, marcado por una meteorología envidiable y propicia para ver cofradías en la calle. Sin embargo, no pudo ser. La corporación nazarena, una de las más antiguas de la Semana Santa de Granada disfrutó de la jornada en el interior de su sede canónica, junto a los restos mortales del Gran Capitán. A las diez de la mañana abría el monasterio de San Jerónimo para acoger a todos aquellos fieles que quisieron contemplar a las imágenes de La Soledad y el Señor del Descendimiento. La titular mariana quedó presentada para la ocasión en un altar dispuesto en la escalinata del presbiterio, vestida exquisitamente, y arropada por un juego de candelería. Como telón de fondo el retablo mayor, una de las mayores joyas de todo el Renacimiento español.
En el crucero, sobre un fondo negro con penachos rojos, una cruz desnuda y un sudario: Cristo ha descendido de la cruz. Aguardó a los pies del madero santo la imponente talla atribuida a Jerónimo Quijano del Descendimiento del Señor, sobre un catafalco negro, rodeado de las arma Christi, y con nimbo de plata con resplandores, prestado para la ocasión por El Rescate. Estampa inédita que apostó por el sabor y la impronta de una Granada ancestral.
Las cinco hermandades del día celebran en el interior de sus templos su estación de penitencia