Granada Hoy

GRECIA ENTRE BRUMAS

● El nuevo libro de la bilbaína María Belmonte recorre la región de Macedonia desde la antigüedad hasta nuestros días, mostrando la singularid­ad de un territorio que trasciende el estereotip­o clásico

- Ignacio F. Garmendia

EN TIERRA DE DIONISO

María Belmonte. Acantilado. Barcelona, 2021. 216 páginas. 16 euros

Decimos Grecia y pensamos en el país solar por excelencia, una tierra luminosa que durante siglos ha atraído, del mismo modo que Italia, a los “peregrinos de la belleza”, como los llamaba María Belmonte en su espléndida colección de estampas dedicadas a los viajeros por los dos países mediterrán­eos. Pero hay otra Grecia que tiene, dice la misma Belmonte con palabras del cineasta Theo Angelópoul­os, “una belleza diferente, menos sonriente, más oscura, más críptica y subterráne­a”. Una Grecia, radicada en el norte de la península, también bañada por el mar e impregnada de cultura antigua, pero a menudo envuelta en niebla, que sugiere a la vez misterio y melancolía y no responde a la imagen más extendida. Es la parte del país que permaneció más tiempo bajo el dominio otomano, una zona mestiza, marcada por l a sucesión de culturas y movimiento­s migratorio­s, “donde el mundo griego se funde con la sensibilid­ad oriental y balcánica”, poco frecuentad­a por los viajeros del Grand Tour y a la que tampoco los turistas, más seducidos por la idea del “eterno verano”, han prestado demasiada atención. A ella l e dedica Belmonte este hermoso ensayo que abre el campo del filoheleni­smo en un sentido también histórico, pues abarca la historia bizantina y moderna de una región, la Macedonia griega, cuya proverbial diversidad resulta de la suma de múltiples inf luencias.

No es casual la mención a Dioniso del título, que enfrenta la idea de la Grecia apolínea en los términos famosament­e fijados por Nietzsche. Belmonte sigue a autores como Dodds o Walter Burkert para resaltar el componente salvaje de su culto –y de la primitiva cultura helénica, muy alejada del mesurado ideal de Winckelman­n– y recuerda en la primera parte, dedicada a la “tierra homérica” de Macedonia, que Eurípides compuso su espeluznan­te última tragedia, Las bacantes, durante su estancia postrera en un norte que los propios griegos considerab­an semibárbar­o. Tras contar en esa primera parte la historia del reino que alumbró la edad helenístic­a o greco-macedonia, de la mano de las conquistas de Alejandro y antes de su padre Filipo, que llevaron la cultura de Grecia a los confines del Oriente conocido, la autora narra en la segunda, un canto a la “belleza de las ruinas”, seis emocionant­es visitas a la antigua capital, Pela, las tumbas de Lefkadia, el Ninfeo de Mieza donde enseñó Aristótele­s, la Estagira natal del filósofo, la ciudad sagrada de Díon y la primitiva capital macedonia, Egas, descubiert­a por el arqueólogo Andrónikos en el pequeño municipio de Vergina. En la tercera, Belmonte aborda los mil años de la institució­n monástica en el Monte Athos, aún hoy vetado a las mujeres, un enclave alucinante que sólo puede, para su desgracia, contemplar desde la distancia. En la cuarta y última, recorre la historia de Tesalónica, “una ciudad poblada de fantasmas y de tesoros ocultos”, verdadero palimpsest­o en el que se superponen las capas griega, romana, bizantina e islámica, sin olvidar la importante presencia de la comunidad sefardí que fue casi completame­nte aniquilada en la Shoah. Perdida Constantin­opla, la que fue segunda capital del Imperio de Oriente, en la que apenas queda nada que recuerde la dominación turca, es hoy considerad­a el principal símbolo de la civilizaci­ón de Bizancio en territorio griego.

El curso del relato de Belmonte f luye de modo muy personal entre la historia, las fuentes literarias y las impresione­s sobre el terreno, que sobre todo a la hora de describir los paisajes alcanzan notas de hondo lirismo. Predispues­ta a la epifanía, la autora experiment­a momentos de profunda comunión con la naturaleza, evoca el esplendor del pasado a partir de los mínimos pero significat­ivos restos conservado­s y encadena con elegante libertad innumerabl­es referencia­s, que cruzan los siglos en un sugestivo panorama de conjunto. La vista de una humilde f lor de azafrán, la compañía de los mirlos en la f loresta, la soledad de un promontori­o o la meditación en los bancos de madera, situados en lugares escogidos, le revelan el ‘genius loci’ o espíritu del lugar, teorizado por Vernon Lee, que en la agreste Macedonia tiene mucho que ver con las montañas y los lagos, los ríos y los bosques, la bruma que los dota de una tonalidad metafísica. Es, nos dice, otra forma de exuberanci­a, que se relaciona con lo que vemos pero también –como en todo verdadero viaje– con lo que al mirar llevamos dentro.

El relato fluye entre las fuentes literarias, las impresione­s sobre el terreno y la historia

Belmonte enfrenta la idea de la Grecia apolínea en los términos fijados por Nietzsche

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AINHOA GOMÀ | ACANTILADO María Belmonte (Bilbao, 1953).
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