El Royal Albert Hall celebra su 150 aniversario
El ágora de la sociedad londinense cumple siglo y medio con un programa que se alargará hasta 2023 por el Covid
Al igual que los ciudadanos de la Antigua Grecia se congregaban en el ágora, los londinenses han contado con su lugar de encuentro desde hace 150 años: el Royal Albert Hall, un edificio que ha sido el ref lejo más fiel de la sociedad británica y de su idiosincrasia.
El edificio toma su nombre en honor del príncipe Alberto –el esposo de la reina Victoria–, que, tras la Exposición Universal de Londres en 1851, quiso crear en la ciudad “un espacio igualitario, donde la gente de clase baja pudiese aprender de artes, política, ciencia o historia”, explica el director ejecutivo del Royal Albert Hall, Craig Hassall.
Sin embargo, el príncipe no llegó a ver materializada su idea, pues falleció seis años antes de que este edificio inspirado por los antiguos coliseos romanos fuese inaugurado.
Orientado al auditorio, la reina Victoria erigió el Albert Memorial, un monumento neogótico que el propio Alberto trató de impedir por sentirse “permanentemente ridiculizado”.
En este siglo y medio de historia, el Royal Albert Hall se ha convertido en una de las salas más conocidas del mundo, ya que, a juicio de Hassall, es “especial” y “diferente” a todas las demás por su forma ovalada, lo que cambia la “dinámica del espacio” y acerca a los artistas al publico en un ambiente más “comunitario”.
Una señal iluminada en el centro del escenario conmemora este lunes su 150 cumpleaños, como puede constatarse en una visita a la sala. El auditorio, aunque vacío, luce igual de majestuoso desde cualquier ángulo, ya sea desde el palco real, desde la arena, o pisando unas tablas concurridas por algunos de los nombres más destacados del panorama artístico global.
Por allí han pasado estrellas de antaño como Jimi Hendrix o The Beatles –quienes además dedican unas polémicas líneas al auditorio en A Day in the life– o, más recientemente, Adele, cuyo concierto en vivo desde el coliseo londinense en 2011 es uno de los DVD musicales más vendidos de la historia.
Fue en el Royal Albert Hall donde Massiel interpretó en 1968 su archiconocido La, la, la, dando la primera victoria a España en el Festival de Eurovisión, y donde dos años después feministas británicas interrumpieron el certamen de Miss Mundo para denunciar su carácter “sexista”, cuenta Hassall.
Pero sus muros presenciaron también el último discurso que el científico alemán Albert Einstein pronunció en Europa, el 80 cumpleaños del ex líder soviético Mijaíl Gorbachov, y hasta el “regreso a la vida” del creador de Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle, en una sesión espiritista que su viuda organizó en 1930, una semana después de su muerte.
Las incontables anécdotas del Royal Albert Hall son una muestra de cómo “ha ref lejado a la sociedad británica a lo largo de su historia, ya sea a través de la música, o con eventos y manifestaciones”, y ha visto “muchos cambios sociales”, asevera Hassall.
Esas mutaciones llegan hasta la actual pandemia, que obligó a cerrar las puertas de un auditorio que solo había cerrado una vez en sus 150 años de vida, con el bombardeo de Londres durante la Segunda Guerra Mundial.
El coronavirus, reconoce su máximo responsable, “ha impactado bastante” en las finanzas de una entidad privada que subsiste con las donaciones de los asistentes.
Para el coliseo londinense, que acostumbra normalmente a albergar 400 eventos anuales en su sala principal, la pandemia se ha traducido en pérdidas de 34 millones de libras (39,7 millones de euros ó 47 millones de dólares), pero aún así, Hassall asegura que “saldrá de esta” porque tiene “mucho que celebrar” en su 150 aniversario, que alargará su programa hasta 2023.
Como asociación sin ánimo de lucro, confían en ejercer de guía de la “nueva generación de artistas que darán vida a este edificio en un futuro”, que aspira a seguir siendo el ágora de la sociedad del Londres contemporáneo, aunque con un espacio más amplio, más respetuoso con el medio ambiente y totalmente seguro en un mundo pospandemia.
El recinto ha perdido 39,7 millones de euros por el coronavirus
Cuando Joaquín Prat invitaba “a jugaaar” a algún sorprendido espectador de su público las fanfarrias lo animaban escaleras abajo para que adivinara, sin pasarse, el precio de los escaparates que se le ponían por delante. Curioso. Hasta entonces nadie se había presentado en un plató sin mostrar su cultura general o al menos sus habilidades. Ganar el coche en el Un, dos, tres, el premio más cotizado hasta entonces junto al apartamento en Torrevieja suponía una dosis de suerte en la subasta, pero para llegar allí el encorbatado concursante se las había visto con las respuestas acertadas y los resbalones de las pruebas. Pero, por primera vez, ganar un premio millonario en la tele era cuestión de intuición, algo de astucia frente a los rivales y, sobre todo, chiripa. Y eso llegó a causar airadas críticas hacia TVE cuando aún no había un censor detrás de cada perfil en las redes sociales. El precio justo disgustaba a algunos por su efusión del consumo y de las marcas y los más derrotistas lamentaban que los fastuosos regalos llegaran sin esfuerzo.
El formato estadounidense de El precio justo nacía en TVE (sin competencia privada aún) en la singular fecha del 29 de febrero de 1988. Un espacio con cierto aire exótico por entonces, ligero, y que pese a sus cuantiosos premios la puesta en escena era funcional, alejada del show y las lentejuelas esculturales del Un, dos, tres. El formato nace en la etapa de Pilar Miró, la de preparación a los nuevos tiempos de rivalidades por la audiencia, y busca atrapar a un público generalista alentado por todos los juegos de azar que se habían instalado en la vida cotidiana de los años 80: el pelotazo por casualidad, la ley del mínimo esfuerzo, cuyo mayor exponente era el ambicioso y admirado por entonces Mario Conde. TVE renunciaba a cualquier atisbo cultural en su concurso principal de las noches (el Un, dos, tres había finalizado en enero de dicho año) y eso sorprendió al personal. Sin audímetros exactos se estimaba que unos 17 millones de españoles se ponían a prueba en las tasaciones de Epifanio Rojas, que no era tan conocido pese a ser la voz institucional de Antena 3 Radio.
TVE se llenó de concursos en 1988, coincidiendo trece formatos en una parrilla que ya no se terminaba a medianoche. Una programación más comercial que embelesaba a la clase media incorporada al Mercado Común. El juego de Joaquín Prat estuvo durante más de cinco años en antena, programas de entretenimiento que se extendían por temporadas, algo que era poco frecuente. Regaló premios que no se habían visto hasta entonces como coches deportivos o yates. Un camarero de Lugo consiguió la cuantía mayor hasta entonces, cuando no había botes en los espacios de preguntas, con un lote valorado en 40 millones de pesetas (360.000 euros de ahora y al poder adquisitivo actual unos 800.000 euros). Pelotazos de otros tiempos, premios de una tacada aunque sus cantidades palidecen frente a los premios acumulados de estas últimas décadas.
El precio justo terminó aún pletórico pero en TVE prefirieron darle descanso. Prat había fallecido cuatro años antes cuando en 1999 Carlos Lozano, con Mónica Hoyos y Oihana Echeverría, condujo una versión diaria vespertinoa que no tuvo ya tanta repercusión (enfrente, por ejemplo estaba Alta tensión en Antena 3).
Con el panorama actual hay ciertas semejanzas con la versión primera, El precio justo regresa a España como concurso alternativo a los quiz, a los espacios de conocimientos culturales que tan buen rendimiento tienen en Antena 3 (La 1 y Canal Sur lo intentan, con El cazador y Atrápame si puedes). Telecinco invita al camino sencillo: la intuición, la tasación deslumbrante. Carlos Sobera, su presentador, es entre los rostros populares de hoy el perfil más parecido al Joaquín Prat de 1988. Mediaset apela a la nostalgia para los mayores y al enigma fácil para las nuevas generaciones con tanta apuesta y compra on line. Mañana regresa el “a jugaar”, en un formato llamado a rivalizar con Pasapalabra en su franja diaria. Las cifras frente a las letras. Todo por la pasta.
La TVE de los 80 recibía críticas por los fastuosos premios sin mediar esfuerzo