Nuevo humanismo
Localizada en el territorio, hoy inexistente, de lo que los turcos denominaron Rumelia, es decir la tierra de los romanos o cristianos, que es como también, además de helenos, se llaman a sí mismos los griegos modernos, Macedonia ha sido una región de intensos flujos migratorios y fronteras cambiantes, donde pugnan o se encuentran diferentes identidades que comprenden, más al norte, las de los vecinos eslavos. Devota del gran Leigh Fermor, que recuperó esa vaga denominación, Roumeli, en uno de sus itinerarios por Grecia, María Belmonte comparte con el viajero inglés un amor por el país que no se limita a su pasado clásico y trasciende por ello lo que el primero llamaba el “dilema heleno-romaico”. Los clasicistas europeos, para los que Roma acabó con la caída del Imperio de Occidente, suelen desdeñar la milenaria civilización bizantina, y tanto más los siglos posteriores de una historia traumática en la que la conquista otomana y las guerras de liberación dejaron una huella imborrable. La mirada abarcadora de Belmonte no menosprecia ese pasado, antes bien, trata de comprender una complejidad que en regiones como Macedonia es también signo de riqueza. La variedad de etnias, lenguas y religiones define el “paisaje de frontera” que para Angelópoulos, tan presente en el recorrido de la autora, puede servir de estímulo a la hora de buscar un “nuevo humanismo”. Esa búsqueda parece caracterizar también la emprendida por Belmonte, que encuentra en Grecia no sólo el apasionante rastro de la Historia, sino un “hogar cálido” donde sus habitantes, y hasta los animales y las plantas, constituyen un “refugio contra las inclemencias de la vida”.