El Gobierno olvida sus previsiones más optimistas y rebaja el crecimiento de 2022
Sitúa el avance del PIB en el 6,5%, muy lejos del avance del 9,8% que estimaba en el mejor escenario
La previsible recaída económica del primer trimestre por la tercera ola de Covid-19 y la tormenta Filomena, unida al retraso de los fondos europeos de recuperación, han llevado al Gobierno a corregir el crecimiento previsto para 2021 al 6,5%, 3,3 puntos por debajo de su anterior pronóstico más optimista, que situaba el alza en el 9,8%.
En octubre, junto con los Presupuestos Generales del Estado, el Ejecutivo presentó dos escenarios macroeconómicos para 2021: uno inercial con un crecimiento del 7,2% y otro de plena ejecución de los fondos europeos con un avance del 9,8%. Ayer expuso un único escenario que “incorpora todos los elementos”, según explicó la vicepresidenta segunda y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño.
“La recuperación se retrasa un trimestre pero el saldo global se mantiene para los dos años”, afirmó la vicepresidenta, que explicó que el crecimiento asociado a las inversiones del plan de recuperación, que en las anteriores previsiones se computaba en 2021, ahora se traslada a 2022.
La corrección de la previsión ha recogido también unas peores perspectivas de ejecución de las inversiones a financiar con fondos europeos, cuyo impacto positivo se retrasa a 2022. Si en octubre se pensaba que las ayudas de la UE podrían sumar 2,6 puntos en el crecimiento de 2021, ahora se calcula que será inferior a 2 puntos este año y superior a 2 puntos en 2022, por el retraso de las inversiones
Para 2022 –año para el que no había previsiones– se contempla ahora un crecimiento del 7%, con la perspectiva de que se recupere el nivel de PIB previo a pandemia a final de año.Para 2023 y 2024 se prevén avances del PIB del 3,5% y el 2,1%.
Frente al empeoramiento del PIB, la previsión de tasa de paro media para 2021 se ha revisado 1,7 puntos a la baja, al 15,2%, debido a que la protección puesta en marcha por el Gobierno –como los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE)– ha permitido romper la relación tradicional entre contracción económica y destrucción de empleo, según la vicepresidenta. Para el resto del horizonte de previsión se prevé un descenso progresivo del paro al 14,1% en 2022, al 13,2% en 2023 y al 12,7% en 2024.
Frente a la mejora de la tasa de paro, la previsión de crecimiento del empleo se ha empeorado 1,6 puntos para 2021, hasta el 4%, una tasa que se irá moderando al 2,7% en 2022, al 1,1% en 2023 y al 0,9% en 2024.
UNA de las incógnitas sobre el futuro pospandémico –ojalá llegue a existir tal escenario– es si las restricciones a los derechos y libertades de la ciudadanía impuestos por el estado de alarma producirán efectos sobre la forma de relacionarnos: no sólo sobre el uso de mascarillas y otras precauciones profilácticas, sino sobre comportamiento cívico, observación de las leyes o pautas de relación ciudadana; por ejemplo, respeto a las cosas comunes y consideración hacia los demás. Ya vemos que no hay que confiarse en ello más de la cuenta. Las correntías de gente en las calles y en los bares en los días señalados de la (no) Semana Santa pueden asimilarse a un embarazo psicológico: si no tenemos la fiesta de verdad, tendremos un sucedáneo, pero con similar pasión de calle. Ese pequeño laboratorio social del largo fin de semana pasado tiene la característica de denotar una actitud de la gente de cada sitio, una especie de autarquía provincial en la diversión y el esparcimiento, lo cual le da mayor valor a la hora de extrapolar y predecir futuros modelos de proceder de la gente en sus urbes y pueblos. Y toma repunte de los contagios.
Se trata pues de elucubrar –intentar atisbar— sobre si este trauma colectivo que aún persiste va a obrar cambios en nuestro general respeto a las normas locales, regionales y nacionales; las escritas y las asuntas. Las normas son imposiciones y limitaciones al comportamiento: reglas que, si no son respetadas, conllevan castigo o sanción. Las normas son esenciales para el funcionamiento de la estabilidad de las personas, empresas o lugares donde las personas viven e interactúan. Eliminan la arbitrariedad, proveen de automatismos higiénicos y, en cierto modo, garantizan la igualdad. Según el nales de este año, debido al entrenamiento obligado de casi dos años de excepcionalidad?, ¿seremos más obedientes, menos pícaros, más, por así decir, germánicos y respetuosos de la norma? ¿Producirá el trauma efectos beneficiosos para el buen funcionamiento de la cosa común? Francamente, creo que no. A corto plazo, ya lo vemos: más bien se ha dado una dicotomía entre quienes parecimos hace una semana monos a quienes hubieran liberado de la cadena y aquellos otros que abominan de las plazas públicas, fiesta y demás, gentes obedientes con la autoridad, concienciados con los riesgos personales y sociales del contagio, incluidos aquellos que no sabrían qué hacer fuera de la seguridad de los muros de su casa, nuevas versiones del “vivan las cadenas” de Fernando VII, puestos a metaforizar con las ataduras. Quizá a medio plazo veamos efectos más sostenidos de este bienio negro. De momento, no paramos de oír y leer en los medios acerca del shock postraumático. Sus efectos demorados son un melón por calar.