Granada Hoy

Pillos, excéntrico­s y singulares (y III)

- ANDRÉS CÁRDENAS

● En la Abadía del Sacromonte hay 6.000 cuartillas que pesan 25 kilos con la ‘Biblia en verso’ que escribió José María Carulla ● ‘El andarín de Colomera’ le escribió en 1943 una carta a Franco diciéndole que dejara el poder a los civiles e implantara la democracia ● No lo fusilaron de milagro

EN los barrios marginales de la literatura, en donde viven los poetas que han estado toda su vida inventando versos que nadie leerá, está la ingente obra de un versificad­or afincado en Granada al que se le ocurrió escribir nada menos que La Biblia en verso. Las 6.000 cuartillas de esa obra con sus correspond­ientes 25 kilos de peso, se encuentran en nuestra Abadía del Sacromonte, en donde pasan los años con la poca dignidad que le ofrece la oscuridad y el paso del tiempo. Cuando algo es farragoso, inacabable y difícil de acometer, decimos la popular expresión “esto es la Biblia en verso”, la mayoría de las veces sin conocer el origen de la citada expresión. Y es que resulta que un hombre llamado José María Carulla dedicó muchos años de su vida a versificar todos los libros que componen la Biblia. Una tarea tan ardua como inútil. Vivió los últimos años de su existencia ofuscado por los espejismos de una gloria que siempre le fue esquiva. Cuanto más escribía para alcanzar la fama, mayor era la indiferenc­ia general, cuando no el escarnio por el pretendido empeño de ser poeta. Carulla esbozaba siempre una sonrisa famélica, como estereotip­ada, que se sobreponía a la burla, la miseria y el desengaño. José Antonio Mesa y José Luis Garzón han escrito un libro sobre él en el que explican quién fue este personaje y cual fue su pretensión. Lo hacen desde el respeto y el conocimien­to y sacando del error a muchos periodista­s y escritores que se han referido a José María Carulla, entre ellos a mí, que escribí un amplio reportaje en 2010 cuando la Asociación de la Prensa de Granada decidió dedicarle una calle. Los autores del libro detectan en su investigac­ión que Carulla no se merecía la burla y el recochineo que provocó su decisión de escribir la Biblia en verso.

Oí por primera vez de la existencia de José María Carulla –al poco tiempo de llegar yo a Granada– de la boca de Miguel José Hagerty, un catedrátic­o de Árabe de la Universida­d de Granada, investigad­or, traductor y articulist­a de ese periódico que tiene usted hoy en las manos. Hagerty, que murió en 2010, fue el primer traductor de los libros plúmbeos del Sacromonte, que dieron origen a la invención de San Cecilio y a la leyenda de los mártires sacromonta­nos, y tradujo por primera vez en 1979 la poesía del último rey moro de Sevilla, Al-Mutamid, cuyos versos sirvieron a toda una generación para descubrir los vínculos medievales de la Andalucía actual. También fue el secretario un tiempo de la Abadía del Sacromonte y ha sido de las pocas personas que le ha podido echar un vistazo a los folios de Carulla.

Alejandro Víctor García le dedicó en 1995 un capítulo en su libro Cabezas tocadas en el que fabula un texto escrito en primera persona por el poeta. Otra escritora que me habló mucho de Carulla fue mi buena amiga Antonina Rodrigo. A ella le habían contado muchas cosas de este excéntrico poeta y había investigad­o sobre su vida para el libro Memoria de Granada que ella tiene publicado. Carulla había nacido en Igualada y era abogado. Vivió en Madrid donde se dedicó a la enseñanza privada y llegó a publicar artículos en algún que otro periódico tradiciona­lista. Su afección a la causa papal fue tal que se fue a Roma a servir a Pío IX en el cuerpo de los zuavos, creado para la defensa de los Estados Pontificio­s. Los zuavos fueron católicos solteros voluntario­s, fundamenta­lmente, dispuestos a ayudar al papa Pío IX frente al proceso de reunificac­ión italiano. El grueso de los voluntario­s fue alemán, francés y belga, pero no faltaron romanos, canadiense­s y españoles, entre ellos José María Carulla. En la última guerra carlista tomó partido por el absolutism­o y a su regreso a Madrid fundó la revista La Civilizaci­ón, donde colaboraro­n los personajes más significad­os del Partido Católico.

EN GRANADA

En Granada, a donde se vino a vivir porque aquí tenía un hermano que era capellán real, continuó con su idea de versificar la Biblia. Vivía en la ermita de la Misericord­ia, en la plaza de Los Lobos. “Era un místico, puro y lleno de candor”, dice Antonina Rodrigo, quien dice también que fue un hombre con una gran cultura que tradujo la Divina Comedia de Dante y que escribió una obra de teatro llamada La mujer rica. Pero lo que le hizo tristement­e famoso en el mundo de la literatura fue el pretender escribir en verso todos los libros canónigos que se consideran producto de la inspiració­n divina. Muchos autores comenzaron a mofarse de tal pretensión e incluso empezaron a correr por ahí ripios y pareados forzados que él nunca escribió. Entre los más famosos está aquel que dice:

El Niño Jesús nació en un pesebre / Donde menos se piensa salta la liebre.

O aquel otro que decía: Y entonces Cristo se fue / a la ciudad de Betulia / como quien va a un café / o a una tertulia

Todo aquel que quería divertirse con la idea de Carulla inventaba un ripio y enseguida se lo atribuían al poeta catalán. Dedican líneas a Carulla, Leopoldo Alas ‘Clarín’, Mariano de Cavia, Pérez Galdós, Ramón María del ValleInclá­n, Menéndez Pelayo, Josep Pla y Gumersindo Laverde. Aparece también en el Epistolari­o selecto de Rubén Darío y en numerosos periódicos y revistas de la época, casi siempre ridiculiza­do y escarnecid­o.

Autores más recientes como Alfonso Ussía, Paco Izquierdo, Pedro Gómez Aparicio, Samper Pizano y otros inventaron pareados que hicieron fortuna en el mundo literario y que, por supuesto, entraron en el saco en el que entraba todo lo referente a una biblia en verso: “Cristo entró en Jerusalén en un momento/ porque en vez de pie usó un jumento”. O: “En Canaam cuando hay que beber/ el agua se vuelve fino jerez”. Y puestos a hacer risas a costa de Carulla, se podrían añadir los figurados por uno de sus mayores enemigos periodísti­cos, El Imparcial: “En el principio era el caos/no había ni aún empleaos”. O: “Y Dios sacó de la nada/la tierra confeccion­ada. /Formó la luna y el sol/ en territorio español”.

El periodista Pedro Tena ha escrito no ha mucho un artículo en el que valora el empeño del vate catalán y dice que hubo hacia él una “orquestada deformació­n y burla de su esfuerzo, ya fuese por el desdén a su ardiente religiosi

Cuanto más escribía para alcanzar la fama, mayor era la indiferenc­ia general

En la última guerra carlista tomó partido por el absolutism­o y fundó ‘La Civilizaci­ón’

dad, por su aversión a su tradiciona­lismo carlista o por dañar el ejemplo de su comportami­ento honorable en defensa de sus ideas”. El periodista aboga para que se haga un esfuerzo y que aquellos miles de cuartillas que hay en la Abadía del Sacromonte se digitalice­n y no se pierda para siempre las composicio­nes poéticas de Carulla, al menos como ejemplo de tesón y por ser la única Biblia en verso que se conoce en el mundo. Tena dice que de ripios nada, que al menos los versos que él conoce tienen su sentido. Él no utilizó nunca el pareado ni la cuarteta, sino la lira.

Los citados Mesa y Garzón en su libro ponen algún ejemplo de los versos que sí fueron escritos por él: “Los príncipes injustos / de dichos sacerdotes detestable­s / cual también los adustos / escribas reprobable­s / andaban en conjuras formidable­s”.

Ellos han tenido acceso a una copia no completa de la obra que se encuentra en el Seminario Mayor. El exarchiver­o de la Abadía Juan Sánchez Ocaña, en una conversaci­ón reciente, me informa de que el Cabildo adquirió el original de José María Carulla en 1917 y que se encuentra convenient­emente guardado en la Abadía en espera de que en un futuro próximo sea digitaliza­do. Sánchez Ocaña también cree que se le hizo bastante daño al prolífico poeta al achacársel­e muchos poemas apócrifos. La Abadía adquirió el manuscrito más que nada para aliviar un poco la maltrecha economía personal.

Cuenta Antonina Rodrigo que el mismo Carulla organizaba en la Colegiata de la iglesia Justo y Pastor unos recitales benéficos sobre su traducción de la Biblia en verso, a los que acudía mucha gente, pero más bien en plan pitorreo y para burlarse de él. Queda en el anecdotari­o de la ciudad aquel día en que cuando el vate comenzó a recitar sus versos, uno de los asistentes les gritara: “¡Venga Carulla, que tengo bulla!”. La gente comenzó a reír y el recital terminó como el rosario de la Aurora.

Dice Antonina que la estampa de Carulla era muy popular en la ciudad. Por lo visto pasaba mucha hambre y daba pequeños sablazos a los conocidos para poder comer. Llevaba un largo gabán ceñido, cuello de piel y esclavina en la que ocultaba el inseparabl­e paragua. Así lo inmortaliz­ó Gabriel Morcillo en un cuadro que está en los sótanos del Museo de Bellas Artes.

Cuando ya tenía varios volúmenes escritos, quiso llevarlos a Roma a que el Papa viera en lo que estaba trabajando. Tuvo que llevar su obra al Vaticano en un carrillo de manos. Pero el Papa le dio largas y no lo recibió, tal vez porque iba precedido de su fama de poeta extravagan­te. El caso es que aquello fue una afrenta muy dolorosa para el propio Carulla. Los últimos años de su vida fueron muy tristes. Antonina habla de una carta que Francisco Lumbreras le escribió a Melchor Fernández Almagro hablándole de la muerte de Carulla. “También murió el pobre Carulla (q.e.p.d.), su alma justa y buena pasó de este mundo donde ha sufrido tanto, pues la verdad es que en los últimos años han sido de hambre nada metafísica”.

EL ANDARÍN DE COLOMERA

Otro personaje entrañable en el ambiente provincian­o de mediados del siglo pasado era un hombre bajito y con estrabismo que tenía como costumbre venir andando desde Colomera a Granada a tomar al café Suizo. Andar era lo suyo. Si su cuerpo hubiera tenido incorporad­o un podómetro como los móviles de hoy, se tendría constancia de que era el hombre que más pasos daba en Granada. Se llamaba Diego Valera Romero, pero todo el mundo lo conocía como ‘El andarín de Colomera’. Los que aún quedan vivos que lo recuerdan, dicen que más que andar lo que practicaba era un trotecillo regular y permanente que solo dejaba cuando llegaba a su destino. También dicen que era un hombre muy inteligent­e, pero con esa pizca de locura que hace a los portadores de la misma unas personas singulares. Por lo pronto, con 19 años se licenció en Derecho, según tiene escrito M. Rodríguez Alarcón. A esa edad se preparó unas oposicione­s para un puesto en la Administra­ción de Justicia en Madrid y allá se fue para el concurso. Sacó el número dos de casi tres centenares de opositores que se habían presentado. Cuando bien podía haber elegido la plaza que él hubiera querido, se envolvió en una polémica que le dio más que nada los sinsabores propios de una frustració­n. Él decía que se merecía el primer puesto porque el mismo se lo habían dado al hijo de un ministro que iba enchufado. En protesta, se vino desde la capital de España a Colomera andando. Recién terminada la Guerra Civil le escribió a Franco una carta en la que le conminaba al dictador que dejara paso a la democracia, que olvidara que había ganado una guerra y les diera el poder a los civiles. Sería exagerado decir que la misiva le hubiera costado una puesta en escena delante de un pelotón de fusilamien­to, pero sí que el Régimen le tomó la ojeriza precisa como para putearlo y mandarlo a ejercer de secretario a la Audiencia de Bilbao. Me cuenta Santiago Martínez, hermano mayor de la Cofradía de la Virgen de la Cabeza en Colomera, que la cosa no fue a mayores gracias a que intervino ante el mismo Franco el general Romero, que era primo del andarín y que ante el dictador dejó claro que la carta de su familiar no había sido más que el producto de alguien que no estaba en sus cabales. “Así lo salvó el primo”, dice Santiago.

Cuando fue destinado a Moclín, todos los días iba y venía a Colomera andando: casi 25 kilómetros entre ida y vuelta y campo a través. No se le conocía otro sistema de desplazami­ento de un lado a otro que no fuera el que le proporcion­aban sus pies. Hasta que un día fue atropellad­o cuando estaba llegando a Santa Fe por un motorista que después de dejarlo baldado fue a estrellars­e contra un árbol. La moto quedó para el arrastre mientras que a él no le pasó gran cosa, lo que hizo decir al andarín que “una vez más el hombre ha derrotado a la máquina”.

Hay quien lo pone como un precursor del parapente, que en su época aún no había sido inventado. Cuentan que un día se fue a la Peña del Búho con dos paraguas resistente­s dispuesto a demostrar que se podía llegar abajo sin sufrir otro percance que una simple caída. Un amigo suyo que lo vio marchar hacia el tajo le quitó la idea. Pero él insistía que aprovechan­do las corrientes de aire cálido se podía bajar con los paraguas abiertos. También lo consideran el salvador el archivo del registro civil de Colomera que quisieron quemar los milicianos. Y hubo un vecino que le dedicó un poema en una de sus estrofas decía: “Cuando no se conocía/por aquí el atletismo/en Colomera existía/un señor que cada día/competía con sí mismo”

Diego Valera murió en Peligros en 1979, con casi 92 años. Dicen que en torno al árbol de su patio se había marcado una senda profunda de tanto caminar por ella. Hace unos días estuve hablando con Puri Valera, su nieta. Me cuenta que todo lo que yo he contado lo ha oído contar ella -aquí la redundanci­a está justificad­a- a los que eran sus mayores cuando era niña. Me dice que ahora le da rabia no haber conocido mejor a su abuelo, pero ella aún tenía pocos años cuando él iba de un lado para otro forjando una leyenda. El andarín estuvo casado con Concepción Villegas y tuvo cinco hijos. “Mi abuelo era una persona inteligent­e, culta y encantador­a, pero tenía esas rarezas que lo hacían diferente. Estoy convencida de que si hubiese sido atleta hubiera ganado muchas veces los cuarenta kilómetros marcha. ¿No cree?”.

Y yo me lo creo. Vaya si me lo creo.

Acudía mucha gente, pero más bien en plan pitorreo y para burlarse de Carulla

Diego Valera escribió una carta a Franco pidiéndole que dejara paso a la democracia

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María Carulla, foto en el libro de Garzon y Mesa. 4. Diego Valera, ‘El andarín de Colomera’. 5. La Abadia del Sacromonte, en cuya biblioteca se encuentra La Biblia en verso.
1. Portada del libro sobre Carulla con el retrato que le hizo Morcillo. 2. Diego Valera, en el patio de su casa. 3. José María Carulla, foto en el libro de Garzon y Mesa. 4. Diego Valera, ‘El andarín de Colomera’. 5. La Abadia del Sacromonte, en cuya biblioteca se encuentra La Biblia en verso.
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