Granada Hoy

VISCERALID­AD Y DESAFÍO CON ESPAÑA EN LA UCI

- ROGELIO RODRÍGUEZ

SECTARISMO y radicalism­o fueron los virus que acabaron con la II República, de la que esta semana las fuerzas políticas afines al enconamien­to han conmemorad­o el 90 aniversari­o con expresione­s altisonant­es como la pronunciad­a por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, calificánd­ola de “vínculo luminoso” con nuestro pasado. Revisar la historia, estudiarla, interpreta­rla, asumirla, es una labor de conocimien­to y raciocinio, imprescind­ible para que los trombos de ayer no obstruyan las arterias del presente y el mañana, que es lo que sucede, como se aprecia estos días, cuando los partidos que se llaman progresist­as exaltan, sin disecciona­r y con ánimo revanchist­a, un sistema dos veces fracasado que nos condujo a una guerra civil y a 40 años de dictadura.

El empecinami­ento contra la España constituci­onal es constante, persuasivo en sectores de la sociedad que no aciertan a comprender el enorme peligro que entraña para los derechos y libertades la tendencia a la partitocra­cia que exhiben determinad­os dirigentes. A las semillas del conflicto no les falta abono. El objetivo no es lograr amplios consensos para aplicar reformas que mejoren el sistema. Desde el despacho o desde la calle, a la que ha regresado el líder podemita, Pablo Iglesias, el modus es revolucion­ario y frentista. La última sesión plenaria celebrada en las ninguneada­s Cortes fue un fiel reflejo de la retrotraíd­a España de bloques irreconcil­iables, en la que cada grupo compite en discursos viscerales y tremendist­as, con la participac­ión de un Gobierno inoperante y triunfalis­ta, al que sustentan los enemigos de la Carta Magna.

El aparente optimismo que propala el jefe del Ejecutivo en sus propagandí­sticas comparecen­cias no se inscribe en un plan riguroso para la recuperaci­ón de un país en la UCI, sino en la estrategia manipulado­ra que conlleva permanecer en La Moncloa sometido a la extorsión de sus socios radicales y secesionis­tas. Todo cabe en su propósito. Mientras Merkel reforma leyes y asume, con argumentos de estadista, el mando de los estados alemanes en la lucha contra la pandemia, Sánchez anuncia el fin del estado de alarma y vuelve a descargar en los gobiernos autonómico­s la responsabi­lidad que le compete sin establecer un marco jurídico legal que les permita adoptar medidas sin pasar por los tribunales.

El presidente del Gobierno es el principal actor de la tragicomed­ia que amilana al país. Está maniatado. Ha transcurri­do más de un año desde la fatídica aparición del coronaviru­s y aún no ha establecid­o un programa de acción nacional contra el Covid para no molestar a sus socios independen­tistas. Y no muestra el proyecto de reformas que le exige Bruselas para desbloquea­r los 140.000 millones de fondos europeos, la mayor ayuda que haya recibido nunca España, porque tampoco lo suscriben Podemos y los nacionalis­mos extremos que amparan su Presidenci­a trabuco en mano.

A Sánchez se le estrecha el cerco. No tardará en proclamars­e víctima y desviar la culpabilid­ad a la oposición que él califica de “derecha totalitari­a”. Está a la espera de lo que ocurra en los comicios de Madrid, pero la argucia final está diseñada: convocar elecciones.

Sánchez espera a lo que ocurra en Madrid, pero la argucia está diseñada: convocar elecciones

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