Lecciones desde China
● El gigante asiático es una economía no de mercado que confía en el mercado ● Esta circunstancia y medidas económicas y sanitarias acertadas están entre las claves de su éxito
APRECIADOS lectores, varias veces he escrito sobre la economía de China en estos últimos años y seguro que ustedes se habrán preguntado que quién soy yo para emitir opinión sobre una realidad tan compleja, tan distante de la europea y tan difícil de comprender. Máxime teniendo en cuenta que mi interés en China nació por razones académicas – una forma vanidosa de llamarle a la preparación de asignaturas nuevas para mí– y que mis conocimientos se deben sólo al manejo de una información fácilmente accesible, al alcance de cualquiera que se interese por este asunto. Estas palabras, claro está, suenan a exención de responsabilidades o a excusatio non petita; y en realidad lo son, dada mi ignorancia. Confieso también que, cada vez que valoro los resultados económicos de China me asaltan dudas morales, del tipo: crecimiento sí, sin duda; mejora de los ingresos y de las expectativas de progreso material de las personas, también. Pero, a la misma vez, es evidente que han crecido las desigualdades en la distribución de la renta; que hay cada vez más ciudadanos chinos en la lista Forbes de multimillonarios; que son públicas el 80% de las empresas chinas entre las 500 mayores del mundo (más de cien son chinas); que no es un país libre en el sentido que damos a esta palabra y que es un país de partido único y, consecuentemente, no democrático. La pregunta que me hago mismo es triple: ¿la ausencia de libertades y de democracia empaña los logros económicos?, ¿podrían haber logrado ser la segunda economía mundial y liberar de la pobreza a centenares de millones de personas sin que su partido único mantuviese férreamente el poder?, y ¿los valores y las prioridades de los ciudadanos chinos son similares a los nuestros? La única respuesta que encuentro es la negación a estas tres interrogantes. Creo que no podemos comparar valores de unas y otras sociedades y que no podemos creer que los nuestros sean superiores; creo que el desarrollo material es la primera aspiración para personas que han estado en la pobreza durante generaciones y creo que el desarrollo material no habría sido posible en ausencia de una autoridad no discutida y extendida por todo el territorio.
Ahora bien, también creo que es un absoluto error cualquier asimilación que queramos hacer respecto a las premisas económicas del partido comunista de China tras 1978 –cuando comenzó el programa de Reforma y Apertura de Deng Xiaoping–, con el partido que se fundó en 1921 y con las premisas de planificación central de los años de Mao Zedong (incluyendo los desastrosos Revolución Cultural y Gran Salto Adelante). De la misma forma, es un error tratar de asimilar el pensamiento de la dirigencia del PCCh con el de la izquierda obtusa del Foro de Sao Paulo, que tanto daño está causando en naciones hermanas y que algún partido está queriendo trasladar a España. Este foro nació tras la caída de la
URSS y trataba de diseñar el socialismo del siglo XXI (el comunismo del XXI, en realidad). Pero era y es tal el grado de ignorancia de los dirigentes que componen ese foro, que en lugar de prestar atención a qué estaba sucediendo en China, trataron de remedar el camino bolchevique. Y no utilizo esta palabra ni a la ligera ni en forma descalificativa.
¿Qué se ha venido produciendo en China desde 1978?. En pocas palabras, una liberalización sin precedentes de la actividad económica; la entrega gradual de las decisiones de asignación de recursos al mercado; el desarrollo de dos importantes bolsas de valores (Shanghai y Shenzen); la atracción de capital exterior (e importantes inversiones chinas en el exterior); la construcción un sistema fiscal no distante al occidental; la integración plena en instituciones internacionales; etc. Y, sobre todo, unas reformas en la estructura de producción que habría asustado a cualquier dirigente occidental. Las empresas públicas eran enormes dinosaurios, se ocupaban de todas las necesidades de sus trabajadores: alojamiento, sanidad, pensiones, economatos, educación de los hijos, etc. Y, además, su disciplina financiera era bastante laxa, por decirlo suavemente. ¿Qué hicieron? Separar todo aquello que no es connatural a la actividad de una empresa y privatizar parcialmente su capital, no por necesidad de recursos sino por necesidad de incorporar la disciplina a la que obliga tener accionistas sólo interesados por la rentabilidad de su inversión. Ello llevó, con no poca dificultad, a ofertas públicas de venta de acciones de grandes empresas públicas, atrayendo capital internacional. La primera de ellas fue la empresa de telefonía y fue seguida por una empresa petrolera. Y no sólo se produjeron emisiones en Hong Kong, sino que también algunas fueron llevadas a cotización a la bolsa de Nueva York; es decir, llevadas a cumplir sus exigentes requisitos, lo cual no fue fácil. ¿El asesoramiento?: Pues Goldman Sachs, J.P. Morgan, Pricewaterhouse Coppers, y otras empresas similares, por citar a algunas. La quintaesencia, para algunos, de las empresas dedicadas a favorecer el beneficio de capitalistas sin escrúpulos.
¿Cuál es el significado de esto? Pues la comprensión y la asunción de que hay formas de organización de la actividad económica que son eficaces y otras que no lo son. Y que las formas eficaces tienen que ver con algo que hemos venido a llamar mercado, sin que éste sea la solución única y completa para el desarrollo de una sociedad. Hay funciones que corresponden al Estado, que sólo pueden ser suplidas por él, pero no significa que sea eficaz pretender que se ocupe de todo.
Las reformas chinas fueron durísimas en términos del número de personas que perdieron su forma de vida: el amparo de la empresa a la que habían sido asignados de por vida. El FMI estimó en 2004 que más de 40 millones de personas habían perdido su empleo vitalicio, con unas compensaciones muy modestas, cuando no exiguas.
Naturalmente, las grandes empresas públicas chinas –3 entre las cinco mayores empresas del mundo por facturación– son lo más visible de su empresariado. Pero la realidad es que el 90% de las empresas chinas son micro, pequeñas o medianas, y aportan el 60% del PIB del país. No por casualidad, en las bolsas de Shenzen y de Shanghai hay mercados específicos para empresas de tamaño mediano, empresas de base tecnológica y empresas incipientes con potencial de crecimiento. Y en la bolsa de Hong Kong hay mercado para empresas de determinados sectores –biotecnología ha sido el primero– sin trayectoria de ingresos y de cash f low. Si la bolsa no es una institución de mercado, no sé cuál otra puede serlo. El caso es que durante 2020 las ofertas públicas de venta de acciones (empresas cotizadas por primera vez) fueron superiores a las de 2019, tanto en número como en volumen de capital, y que los índices de las bolsas chinas se han comportado bastante mejor que los de las occidentales.
Seguro que todos los lectores saben que China ha registrado crecimiento positivo del PIB en 2020: 2,3% y sólo decayó en el primer trimestre, a diferencia de los países desarrollados. La acción pública fue contundente en el confinamiento de la provincia origen de la pandemia y en la cuarentena de personas desplazadas en el interior del país. Probablemente fue una irresponsabilidad que no hubiesen cerrado las salidas de personas a otros países, por ahí se expandió, y que no las hubiésemos cerrado nosotros tras la primera alerta. Las medidas de estímulo económico han sido similares a las occidentales, incluyendo reducción y diferimiento de impuestos y cotizaciones sociales; incentivos a los propietarios que redujesen o aplazasen las rentas a sus inquilinos; reducción de precios públicos y tasas; extensión de los programas de ayuda social (Dibao) y medidas muy en favor de migrantes a las ciudades que no tienen la totalidad de beneficios de los que gozan los residentes. Eso sí, ni un solo yuan destinado a ayudas de capital de las empresas, sólo facilidades de liquidez y facilidades en su impuesto de sociedades. El banco central de China, el BOPC, ha actuado tal como los occidentales, apoyando al sistema financiero y facilitando que éste ofrezca crédito, pero sólo con estrictas operaciones de mercado. El ejemplo de las medidas chinas creo que justificaría un viaje de estudios de algunos de nuestros ministros. Incluyendo a la ministra de Sanidad: las cifras de contagios y de fallecidos de China son bajísimas, incluso en términos absolutos (la universidad Jonhs Hopkins realiza el seguimiento de todos los países). Se podría pensar que sus cifras: menos de 100.000 contagios y 5.000 fallecidos son falsas, pero el engaño tendría que ser de tal magnitud que resulta inconcebible. Fueron cuestionadas en abril de 2020, pero defendidas como fiables por la ministra de Sanidad de Canadá y desde entonces, creo que no se han producido nuevas dudas. En definitiva, la conjunción de una acción sanitaria contundente y medidas económicas acertadas, junto con la confianza en las instituciones del mercado, son la mejor explicación del éxito con que China va a salir de esta crisis sin precedentes. Valdría repetir el antetítulo del artículo: lecciones de una economía no de mercado que confía en el mercado.