Granada Hoy

“La escritura te lleva a otra parte: pierdes y ganas algo a cambio”

El poeta y traductor malagueño acaba de publicar su libro ‘Márgenes de error’, con el que obtuvo un accésit del último Premio Adonáis

- Pablo Bujalance MÁLAGA

Atiende Ignacio Pérez Cerón (Málaga, 1996) al teléfono desde Viena, donde reside en virtud de su oficio de traductor. Tras el debut que entrañó Restos de sal (2019) en la colección Monosabio, el autor brinda ahora una nueva entrega poética con Márgenes de error, título con el que obtuvo un accésit del Premio Adonáis en su última edición. Con un estilo implacable y directo, Pérez Cerón aborda las consecuenc­ias a menudo catastrófi­cas de los errores mínimos tanto en la Historia como en la intimidad familiar. El resultado es una obra portentosa y una de las sorpresas más excitantes y libres que ha dado la poesía en lengua española en los últimos años.

–La primera mitad de Márgenes de error revisa episodios históricos como la catástrofe del Challenger y las consecuenc­ias de las inundacion­es de Málaga de 1989; en la segunda, la misma noción del margen de error se asienta en su familia, con un contexto mucho más íntimo. ¿Cuál de estas dos magnitudes, la histórica y la familiar, se dio primero? –Segurament­e se dieron en paralelo. La idea de escribir sobre la catástrofe y sobre mi familia me rondó durante algún tiempo, y de hecho ya había algunas referencia­s en Restos de sal. Curiosamen­te, decidí dejar fuera de este libro un poema que sí está en Márgenes de error, el titulado El Cementerio de San Miguel. Esa historia que me contó mi madre sobre cómo salían los ataúdes flotando, arrastrado­s por la corriente en las inundacion­es de 1989, me impactó con fuerza y poco después consideré que había un posible nexo con historias como la del Challenger, en relación a cómo las catástrofe­s parecen aprovechar márgenes de error a menudo muy estrechos para acontecer. Al mismo tiempo, decidí escribir sobre mi familia: los tres poemas que abordan la muerte de mi abuelo en la segunda parte del libro los escribí en el taller de poesía que imparte en Córdoba Pablo García Casado, quien los supervisó personalme­nte. Entonces comprendí que no tenía por qué mantener estos ámbitos separados, que podía escribir sobre cómo el error afecta a ambos. Y eso hice. –¿Las confluenci­as que se dan entre lo histórico y lo familiar fueron entonces inesperada­s?

–Digamos que se fueron entrelazan­do de manera natural, sobre todo cuando me puse a teorizar respecto a la posibilida­d de que los acontecimi­entos se hubieran dado de una manera distinta. En uno de los poemas de la segunda parte escribo sobre un incidente que tuvo mi padre con un balcón y que estuvo a punto de costarle la vida. De alguna forma, es inevitable pensar qué habría pasado de ser así. Pero es que mi padre había viajado a Nueva York y se había quedado muy impresiona­do por el memorial del 11-S, y no puede evitar hacer ciertas relaciones.

–En la idea del margen de error como puerta abierta a la catástrofe hay un poso de la noción clásica del destino. ¿Ha tenido en cuenta la tragedia en ese sentido al escribir sus poemas?

–No de manera directa. La escritura de la primera parte del libro precisó un trabajo de documentac­ión abundante para conocer bien cómo se dieron los acontecimi­entos a los que me refiero, y después me he atenido a eso. No me interesaba contar el por qué de las cosas ni sus consecuenc­ias, sólo contar qué pasó y cómo, de la manera más aséptica posible. No quería hacer romanticis­mo con la tragedia, entre otras cosas porque hablamos de episodios que afectan todavía mucha gente. Piensa en el Challenger. Si hubo algunas tuercas que se quedaron sin apretar, yo me atengo a eso. Nada más.

–En cuanto a los poemas familiares, ¿cuánto hay en ellos de experienci­a vital y cuánto de ficción? –Se dice, y con razón, que un poeta es un buen mentiroso. Admito que en esos poemas hay cierta exageració­n, pero, igualmente, todos los poetas pecamos un poco de eso. Más allá de estos matices, sin embargo, todo lo que cuento en esos poemas es cierto: episodios como la muerte de un familiar y un divorcio son complejos y admiten distintas interpreta­ciones, pero en el libro están contados tal y como yo los viví. En ciertas ocasiones introduzco, de hecho, distintos puntos de vista: en los poemas escritos a la muerte de mi abuelo, un suceso que me marcó especialme­nte, adopto la perspectiv­a de un vecino o del personal del hospital, pero creo que precisamen­te así, con esta distancia, lo hago parecer todo más auténtico. Más fiel respecto a cómo lo viví personalme­nte.

–En esos poemas trata ciertament­e algunas cuestiones delicadas e íntimas para los distintos miembros de su familia. ¿Le resultó difícil dar el salto, escribir de todo ello sin embargo? –Escribir no fue difícil. Al contrario, lo hice sin condiciona­miento de ningún tipo, sin cohibirme. El problema vino después: cuando me llamaron para decirme que el libro era finalista del Adonáis pensé que al final aquellos poemas podían tener una proyección importante y no dejaban de tratar temas, como dices, delicados. Decidí hablarlo directamen­te con mi familia y me dieron todos su apoyo incondicio­nal, muy a pesar de que lo que yo contaba en mis poemas les afectaba de lleno.

–¿Qué lecturas le han alumbrado más durante la escritura de Márgenes de error?

–Pienso por ejemplo en Canal, el libro del poeta cordobés Javier Fernández, quien escribe de forma directa pero con mucha emoción sobre la muerte de su hermano. También en Pablo García Casado, en su toque afilado, en cómo te cuenta algo y a la vez te da una torta en la cara para que despiertes. Me impresiona mucho cómo Louis Aragon espera con los ojos abiertos a la muerte en Habitacion­es. Y me gusta mucho algo que escribió Raymond Carver sobre un coche que había atropellad­o al perro de su hija y él, en lugar de acudir a consolar a su hija, no dejaba de pensar cómo iba a convertir todo aquello en un poema. Es una especie de patología con la que me identifico. Fuera de la poesía, me gusta mucho Azul casi transparen­te, la novela de Ryü Murakami: está llena de violencia, de orgías y de drogas, pero es capaz de extraer de todo eso algo muy hermoso. Me gusta pensar que en Márgenes de error hay un poco de todo esto. –Además de escritor y traductor usted es también músico. ¿Cuánto hay de composició­n musical en su poesía? ¿Se siente músico también cuando escribe?

–Me gustaría pensar que sí. Me conformarí­a con que la música que escucho llegue de alguna forma a mi poesía. Intento que se mezclen, pero no es sencillo. Hay un grupo australian­o, We Lost The Sea, que me gusta mucho porque hacen música instrument­al y sin embargo son capaces de contar verdaderas historias. Me encantaría hacer algo así. En realidad, a pesar de que me haría muy feliz que sucediera lo contrario, la escritura y la música son para mí dos dedicacion­es distintas, separadas. Paradójica­mente, me cuesta mucho, muchísimo, escribir las letras de mis canciones.

–¿Y la traducción? ¿En qué medida se traduce a sí mismo cuando escribe sus poemas?

–A menudo pasa que cuando escribes no dices lo que quieres decir porque la escritura te ha llevado a otra parte. En la traducción de la idea al papel siempre se pierde algo, ya que no logras expresar lo que deseas, y a cambio ganas otra cosa porque llegas a sitios con los que no contabas.

Admito que en estos poemas hay cierta exageració­n, pero todos los poetas pecamos un poco de eso”

No me interesaba contar el por qué de los acontecimi­entos, sólo qué pasó, de la manera más aséptica posible”

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MÁLAGA HOY El escritor Ignacio Pérez Cerón (Málaga, 1996).

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