Mis abuelos valientes

Se levantan temprano, se acicalan y preparan, nerviosos por sumar otro día más en su cole. Llega la furgo y allá que van como el primer día puntuales y bien plantaos, y ahí entran por las puertas, con energía a rebosar y un buenos días con ganas para empezar. Su desayuno listo y vamos a hacer las tareas, o gimnasia, o un poco de disfrute. Miradas que esconden tanta lucha pasada que nadie imagina, arrugas que han vencido el paso del tiempo, un largo camino que ahora vuelve a cobrar ilusión porque cada día se reencuentran con sus compañeros de sillón o batallita. Palabras sabias que regalan. Agradecimiento continuo en una sonrisa o un apretón de manos. Qué bonito es aprender día a día de ellos, que no son conscientes de cuanto nos regalan cada instante con su presencia. Su lucha terminó y ahora les toca ser cuidados. Y, cómo no, volver a ser niños a veces y dejarse mimar. Hoy les toca bingo y deseosos están de ser obsequiados con el regalo sorpresa. Un buen almuerzo del que no dejan ni una gota, el descansito y a merendar, y poco a poco van marchando de nuevo a casa en su ruta y sin dejar atrás las “gracias” por tanto amor que les damos, y no saben que son ellos los que nos dan a nosotros las ganas de seguir cada día regalándoles lo que merecen.

¿Quién les iba a decir que a sus años volverían al cole, como lo llaman, a volver a hacer deberes y aprender –nunca es tarde y para ellos cada momento es como empezar de nuevo– y a hacer amigos de historias o echar unos bailes con esa fuerza y vitalidad? ¿Quién nos diría a nosotros que seríamos sus pies y sus manos en ese ratito que vienen al centro diurno? ¿Quién pensaba que ellos volverían a ser niños y habría que cuidarlos como lo que son, supervivientes de la vida? Porque cada día me enseñan a amar mi trabajo, doy gracias por tener unos referentes tan maravillosos como ellos, mis abuelos valientes, que se merecen todo y se lo debemos. Por ustedes, campeones de la vida. Ana María Rodríguez