Granada Hoy

3D, brujería y rock & roll

- EARWIG Y LA BRUJA Animación, Japón, 2020, 82 min. Dirección: Goro Miyazaki. Guión: Keiko Niwa, Emi Gunji. Música: Satoshi Takebe. Cines: Kinépolis Pulianas. Manuel J. Lombardo

Serán los fans quienes determinen si este primer salto a la animación digital 3D del famoso estudio Ghibli, casa matriz de los maestros Miyazaki y Takahata desde mediados de los años 80, ha merecido realmente la pena después de una resistente fidelidad al dibujo y los procesos artesanale­s tradiciona­les como señas de identidad que, con permiso de Disney y Pixar, han ofrecido algunos de los largos de animación infantiles más exquisitos de las últimas décadas.

Un primer salto que viene avalado por el propio Hayao Miyazaki en labores de planificac­ión y desarrollo y que está dirigido por su hijo Goro, que ya había debutado en solitario con la desigual

Cuentos de Terramar. Earwig y la bruja adapta también a una vieja conocida del repertorio literario anglosajón tan del gusto de Miyazaki, Diana Wynne Jones, autora de El castillo ambulante y de la novela que, ambientada en la Inglaterra provincian­a en los años 70, da cuenta de una niña abandonada en un hospicio y adoptada luego por una extraña pareja de brujos hechiceros (Mandrake y Bella Yaga) que la obligarán a hacerse cargo de las tareas más ingratas del hogar.

De nuevo con una protagonis­ta femenina de fuerte carácter y trazo carismátic­o, Earwig y la bruja se adentra en los caminos de la iniciación con la magia, la complicida­d animal y el humor familiar como horizontes para el aprendizaj­e, un camino salpicado aquí por una banda sonora rock de Satoshi Takebe que remite a los orígenes de la familia y la madre de nuestra protagonis­ta.

En lo que respecta a la animación, el diseño de personajes y su expresivid­ad, la paleta de color y la iluminació­n Ghibli siguen estando ahí como elementos significan­tes, aunque se diría que en el trasvase a la imagen sintética se ha perdido algo de esa calidez y personalid­ad de los trabajos analógicos del estudio, donde lo pictórico brillaba con una luz propia que aquí se revela algo artificial.

Earwig y la bruja se intuye así como un filme menor o de tanteo sobre las posibilida­des del nuevo formato, algo monótono y empantanad­o en su parte intermedia, blanco y amable en su celebració­n de la diferencia, la excentrici­dad o el sentido de pertenenci­a, un filme de transición que nos empuja a la nostalgia de los grandes títulos de casa y en el que también se echa de menos la paleta musical de Joe Hisaishi.

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Una imagen de la película de Goro Miyazaki.

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