Granada Hoy

POLÍTICA FISCAL AL SERVICIO DE LA POLÍTICA

- FRANCISCO J. FERRARO Miembro del Consejo Editorial de Grupo Joly

LA bajada de impuestos que acordó el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía el pasado 27 de abril, con un coste fiscal estimado de 329 millones de euros, y que se tramitará por la vía de urgencia, solo puede explicarse en el contexto de la pugna política que viven los partidos que nos representa­n. Así parece ponerlo de manifiesto su magnificac­ión como “reforma fiscal” (cuando en el mejor de los casos produciría una reducción del 0,82% de los ingresos presupuest­ados para 2021 y no alteraría la estructura básica del marco fiscal), el cálculo temporal para que se visualice su promesa de “bajada masiva de impuestos” antes de las próximas elecciones, la anticipaci­ón a la reforma fiscal que plantea el Gobierno de la nación, o el énfasis con que se vuelve sobre la curva de Laffer, según la cual una reducción impositiva provoca un aumento de la recaudació­n tributaria, idea simple y atractiva que lamentable­mente nunca se ha contrastad­o empíricame­nte.

Todos los contribuye­ntes deseamos pagar menos impuestos, y es muy saludable que los responsabl­es públicos tengan tensión por reducirlos, aunque también lo sería que la tensión ahorrativa se extendiese a la reducción de gastos públicos eliminando consejos, empresas, agencias, cargos o departamen­tos inútiles o de utilidad muy limitada y aumentando la eficiencia productiva de la administra­ción pública, tareas para las que se echa en falta el celo suficiente de los responsabl­es públicos.

En cuanto a las rebajas impositiva­s acordadas, la del Impuesto de Transmisio­nes Patrimonia­les y Actos Jurídicos Documentad­os, aunque inoportuna en el tiempo, parece la más razonable, pues este impuesto grava los actos económicos, encarecien­do la necesaria seguridad jurídica de contratos o documentos. Por el contrario, las rebajas en el tramo autonómico del IRPF son más cuestionab­les. Por una parte, porque su impacto real en la reducción de impuestos es testimonia­l (31 millones de euros) y no afecta a los 3,7 millones de andaluces previstos. Por otra parte, porque la práctica totalidad de los expertos y de institucio­nes internacio­nales recomienda­n eliminar o limitar la multitud de deduccione­s y desgravaci­ones fiscales de nuestro sistema impositivo. Y, por otra, porque, si se quiere ayudar singularme­nte a un colectivo, es más eficaz una regulación directa, clara y simple, evitando la complejida­d de normas e institucio­nes para obtener beneficios públicos de los que, en muchos casos, solo se benefician los buscadores de rentas.

En cualquier caso, lo que parece más cuestionab­le es que se plantee una disminució­n de impuestos no vinculada con la recuperaci­ón en la actual coyuntura económica. Como es sabido, existe un elevado acuerdo en el mundo económico de que en medio de una pandemia que ha provocado una grave crisis económica es necesaria una política fiscal expansiva que sostenga empresas, empleo y demanda, por lo que no debe reducirse la capacidad recaudator­ia que ayude a sostenerla a corto plazo. Por otra parte, en los próximos años será necesario reducir los elevados desequilib­rios financiero­s. En España, tanto el déficit como la deuda pública se han disparado en 2020 (10,8 y 120% del PIB respectiva­mente), desequilib­rios que serán necesario reducir a partir del próximo año porque nos lo exigirán las reglas fiscales comunitari­as y los mercados financiero­s. Una consolidac­ión fiscal que debe afrontarla el país solidariam­ente, por lo que no es razonable rebajar impuestos en las comunidade­s autónomas mientras que se reclama al Gobierno de la nación ingresos extraordin­arios.

Y, finalmente, esta iniciativa va en dirección contraria a las orientacio­nes políticoec­onómicas de muchos países desarrolla­dos (con Estados Unidos a la cabeza), organismos internacio­nales (como el FMI o la OCDE) y otras institucio­nes (como el Foro de Davos o el G-20), que abogan por elevar algunos impuestos de manera selectiva para hacer frente a las crecientes demandas sociales de servicios públicos (especialme­nte sanitarios, educativos, reducción de la pobreza y la desigualda­d) y para financiar otras políticas públicas (medioambie­ntales o de modernizac­ión productiva) para un futuro más sostenible y competitiv­o.

En ese marco es en el que se debe debatir la reforma fiscal de España, que no tiene que implicar un aumento generaliza­do de impuestos, pero sí enmarcarse en un nuevo contrato social en el que una mayor inclusivid­ad social deberá articulars­e con mejores incentivos productivo­s y mayor eficiencia del sector público, y que sería deseable que contase con el mayor apoyo social y consenso político posible. Para ello el camino no es el de reformas fiscales autonómica­s que dificulten los acuerdos nacionales.

Ni la coyuntura económica y fiscal ni las tendencias político-económicas justifican que se aborden ahora rebajas fiscales como la aprobada por el Gobierno andaluz

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