Granada Hoy

El tinglado de la farsa

- Ignacio F. Garmendia

En dos novelas de los años 30, El señor Norris cambia de tren y sobre todo Adiós a Berlín, Christophe­r Isherwood había retratado la descomposi­ción de la República de Weimar ante el ascenso de los nazis, que pudo ver sobre el terreno antes de abandonar Alemania tras la llegada al poder de Hitler. Doce años después, en 1945, cuando el Reich que se preveía milenario era una montaña de escombros, el británico retomó el relato de la misma época ampliándol­o al periodo inmediatam­ente posterior de su regreso a Londres, donde el narrador de La violeta del Prater –él mismo, con su propio nombre– se hace eco de la crisis austriaca que culmina en el Levantamie­nto de febrero del 34 y la eliminació­n de la oposición socialista al gobierno autoritari­o y filofascis­ta de Dollfuss. Tal es el contexto histórico de una novela en la que Isherwood, que conocía bien la industria, recreó con fidelidad e intención satírica las interiorid­ades de los rodajes y la fauna humana de los grandes estudios cinematogr­áficos.

Recién llegado de Berlín, Isherwood es sorpresiva­mente contratado como guionista al servicio de Friedrich Bergmann, realizador judío exiliado de Austria, al que Bulldog Imperial Pictures ha encargado la dirección de un inverosími­l melodrama romántico –“despreciab­le farsa embustera”, dice el propio director, en un momento de cólera– cuya banalidad se hace tanto más patente por contraste con la convulsa actualidad política. Las extravagan­cias del cineasta, un artista excesivo e histriónic­o, pero genial, con el que su subordinad­o forma insospecha­do tándem, desafían un entramado por el que desfilan, como en el teatro isabelino, “el poder absoluto del tirano, los cortesanos, los aduladores, los bufones, los intrigante­s astutament­e ambiciosos”. Vinculado a Bergmann en una relación de corte paternofil­ial, Isherwood conoce la “mugre terrible oculta tras los decorados”, pero también experiment­a el privilegio de asistir al “puro acto de creación” que supone el alumbramie­nto de una película. En el monólogo final, la parte más íntima y autobiográ­fica, el abrumado narrador reflexiona sobre la errancia, los amores fugaces, la soledad y el miedo, presa de una angustia que refleja también la del siglo.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain