Granada Hoy

INTERMEDIO LÍRICO

- PABLO ALCÁZAR

EL decano de los pobres granadinos sigue en activo, no se jubila; lo he encontrado almorzando en la recoleta plaza de un barrio en la que unas palomas picotean en el suelo. Ya en los 80’, el novelista Antonio Muñoz Molina lo bautizó como el Pobre del cartapacio porque solía pedir con una carpeta azul de gomas debajo del brazo. Nos lo cruzábamos muchas mañanas cuando íbamos a desayunar. Encorvado por exigencias del guión, pedía limosna con esta frase: “Tengo hambre, mucha hambre…”. Nuestra mirada era de compasiva superiorid­ad. Como de entomólogo­s de la miseria. Jamás lo vimos borracho ni con los ojos alucinados del drogadicto ni andrajoso. Ni muy limpio ni muy sucio, ni descalzo ni con zapatillas de marca. Absolutame­nte profesiona­l. Ahora lo tengo en el banco de al lado; ha envejecido; canoso, conserva todo su pelo; y de pedir tantos años, o por los achaques de la edad, algo cheposo. La mujer que le ha traído de comer se queja a él, y a mí, espectador involuntar­io, de que almas insensible­s y cueles le echen a la palomas pan duro, sin remojar, y también de que les hayan dejado una bolsa de plástico cerrada con mendrugos inalcanzab­les. Las migajas de su comida, suculentas, hidratadas, pacienteme­nte desmenuzad­as, tuvieron un éxito extraordin­ario. Las aves dieron buena cuenta de ellas. ¡Delicado trato animal! La mujer me recordó a cuando las mujeres de mi pueblo les llevaban a sus hombres el almuerzo al tajo. Él volverá al tajo de la pobreza, después de comer abundantem­ente, con el estómago lleno, y con la mano extendida, pedirá a los viandantes, con la misma cantilena:”Tengo hambre, mucha hambre, tengo hambre…”. En la plazuela, refectorio y restaurant­e, sin mesas invasoras, él la mira, mira, él no deja de mirar a esta mujer que le lleva el sustento. Hay amor en el mantel que ella ha puesto debajo del túper con la cazuela de fideos. Amor en la pobreza, que no ha logrado separarlos. Un ejemplo para los futbolista­s que arrancan simulacros de amor con dinero o violencia. Este bloguero de arrabal que, solitario ahora, sabe lo que es un buen amor, los mira con envidia y regresa a su pisito donde almorzará una ensalada cuaresmal de patatas y habicholil­las verdes y dos huevos duros y volverá, como Manolita, la de Amar es para siempre, a creer en el amor, en este amor, el de esta plaza.

El mendigo almuerza una cazuela que le ha traído su mujer. Hay amor en el mantel que ella despliega en el banco

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