La Granada del
● Desde París, Oxford o Barcelona llega la idea ‘moderna’ de la ciudad de los 15 minutos como el ideal de calidad de vida. ¿Han inventado la rueda? ¿Es una vuelta a la tradicional vida de barrio?
ESTOS días tan próximos a unas elecciones municipales escucharemos más de una y mil veces la expresión “modelo de ciudad”, seguro. Cada partido dice tener un modelo de ciudad, lo que debería de ser algo así como una visión de conjunto de hacia dónde deben ir los principales esfuerzos y la mayoría de las medidas y decisiones adoptadas, tanto de la macropolítica como de la micropolítica. Y además con una idea de ciudad amplia, ya que Granada es ya mucho más que su término municipal y ya casi nadie discrepa sobre la necesidad de pensar en clave metropolitana. Lo idóneo es que todo sea convergente para canalizar los esfuerzos hacia una misma meta.
Lo contrario sería dar palos de ciego, que es más o menos lo que Granada lleva haciendo durante décadas, pese a que todo el mundo con aspiraciones a gobernar siempre ha asegurado tener ese modelo de ciudad muy bien definido. Ni en lo urbanístico, con un Plan General obsoleto que cumple ya 23 años y los barrios históricos anquilosados; ni en lo económico -¿apostamos por el turismo, la industria, la tecnología o el agro? ¿Y qué tipo de turismo? ¿O qué clase de tecnología?-; ni en lo social, con barrios donde ni siquiera hay certeza de poder encender la luz; ni en lo metropolitano, con una treintena de municipios que arriman el ascua a su propia sardina.
La planificación y la definición de un horizonte de luces largas es algo que caracteriza a las grandes ciudades. Y cuando digo grandes, no me refiero a la extensión o al volumen de su población, al menos exclusivamente. Hay capitales de provincia, en España o fuera de ella, de tamaño moderado y hasta pequeño, donde la vida cada vez es mejor. Aire más puro, mejores conexiones, más servicios, menos tiempo en el coche… Todo eso que nos facilita la existencia y para lo que se utiliza la manoseada expresión de “ciudad amable”. En esto llevan delantera aquella urbes que apostaron desde hace más tiempo y de forma contundente por la peatonalización y el transporte público, junto a otras muchas cosas sin las que lo anterior no sería posible ni tendría sentido. En Granada hablamos de ese horizonte casi desde que tengo uso de razón, pero aún estamos masticando el chicle. Y lo que nos queda. Porque al parecer el uso o no del coche también es algo de derechas o de izquierdas. Como casi todo. Y esa dicotomía es un tapón constante para el desarrollo.
Lo más actual ahora es hablar de la ciudad de los 15 minutos, un concepto inventado por el urbanista francocolombiano Carlos Moreno y que comenzó a popularizar la alcaldesa de París, Anne Hidalgo. Su principal referente en España ha sido Ada Colau, la regidora de Barcelona, que ha tratado de aplicar ese modelo a la ciudad condal con la formación de las llamadas superislas o supermanzanas. La idea, en general, se sustancia en que el crecimiento urbano se estructure de tal forma que cada persona pueda hacer su vida diaria sin tener que hacer desplazamientos de menos de 15 minutos a pie. Es decir, que pueda ir a comprar, a trabajar, al médico, al colegio, al gimnasio o al teatro con un simple paseo y sin obligación de coger coche para recorrer largos trayectos.
Con algunos matices importantes, yo diría que el concepto este de la ciudad del cuarto de hora ya está más que inventado desde hace mucho tiempo. A mí me suena a lo que toda la vida ha sido un barrio. Pero un barrio, barrio. Como el Zaidín, La Chana o el Albaicín en la época en que sus habitantes decían que tenían que ir a hacer un mandao a Granada, para referirse al Centro. Porque su barrio era su día a día, era su pequeño pueblo o su particular ciudad.
¿Ha inventado la rueda entonces la alcaldesa de París? No podemos olvidar que Ana María Hidalgo (conocida en Francia como Anne) es de San Fernando, Cádiz, en cuyos astilleros trabajaba su padre. Es de suponer que tendrá algunas referencias de la vida en un pueblo o un barrio andaluz. Pero la respuesta a esa pregunta puede ser un sí, al tratarse de un concepto ya conocido -el mismo perro con distinto collar-; o un no, si tenemos en cuenta la deriva de esos barrios tradicionales y los nuevos crecimientos urbanos en las últimas décadas. Es decir, que en realidad la ciudad del cuarto de hora puede ser una especie de vuelta al origen, pero con un nombre moderno y un razonamiento científico. Como ocurrió con la dieta mediterránea.
En Granada, por ejemplo, esa vida de barrio de los años 70 u 80 se fue difuminando con las nuevas tendencias urbanísticas. Esto también vale para los municipios del Área Metropolitana, que en lugar de crecer como verdaderos pueblos, lo han hecho como lugares residenciales o dormitorios de la capital (y más concretamente, de su centro). La construcción de esos barrios llenos de casas unifamiliares o de bloques de pisos aislados en un mar de calles recién puestas y nada más fue la tendencia contraria a esta vuelta al origen que impulsan los urbanistas modernos y que pretende recuperar la calidad de vida con todo a mano en menos de 15 minutos.
No podríamos ni llamarlos barrios, porque ése es un concepto complejo que va más allá de la vivienda y engloba servicios, comercios, zonas de ocio y de vida social que una hilera infinita de casas no puede proporcionar. Para ser un barrio o un pueblo de verdad, donde la vida pueda ser cómoda y “amable”, hace falta interacción social. Porque las ciudades se hacen de personas y no sólo de casas.
A diferencia del Área Metropolitana, en las zonas nuevas de expansión de la capital se han construido más bloques que casas unifamiliares, lo que ya es un avance. Así se planificó en el vigente PGOU del año 2000 precisamente con esa idea, la de evitar la construcción de residenciales aislados y sin vida comunitaria. Pero el falló vino en la fase de desarrollo, en pleno boom urbanístico. No se pensaba mucho más allá del ladrillo. Aunque la ley obliga a dividir el suelo de un plan parcial en zonas residenciales y comerciales, espacios libres y equipamientos, normalmente se desarrollaban las primeras y el resto... Ya vendría después.
Un ejemplo de eso pueden ser las instalaciones deportivas. Muy pocas parcelas nuevas destinadas a equipamiento deportivo se han desarrollado desde lo público, como sí ocurrió antes con instalaciones de referencia como Bola de Oro o el Núñez Blanca. La mayoría se sacaron a licitación para la construcción de grandes gimnasios privados. Un modelo deportivo pensado más para el afán por el fitness de los adultos que para el esparcimiento juvenil o el deporte base en los barrios.
En ese sentido, algunos municipios del Área Metropolitana han jugado mucho mejor sus bazas, al aprovechar ese tirón urbanístico para dotarse de sus propias piscinas, pistas de pádel, campos de fútbol y, también en otros terrenos, teatros o bibliotecas. Han creado sus propias ciudades de los 15 minutos, aunque con muchas deficiencias que hay que trabajar para aspirar a esa vida autosuficiente y cómoda, sin la exigencia diaria de las cuatro ruedas. La principal carencia es la de puestos de trabajo en el mismo entorno.
Un modelo urbanístico errático no es el único factor que puede hacer naufragar la vida de barrio, entendida como ese concepto que ahora anhelamos. En las zonas históricas el elemento decisivo es el modelo turístico, porque sus casas se están llenando de pisos turísticos y el entorno se vuelve cada vez más inhóspito para los residentes. También en eso es fundamental tomar decisiones de calado y definir las apuestas por parte de quienes deben tener claro cuál es el modelo a seguir.
Por eso es tan importante la visión estratégica de conjunto o modelo de ciudad, pero el de verdad y no el de los programas políticos que luego se quedan en el cajón. Si ese concepto de moda de las urbes de los 15 minutos llega para recordarnos algo de lo bueno que olvidamos y para remediar las carencias históricas, bienvenida sea la Granada del cuarto de hora.