Sinfonía de Castella al natural
● El francés abrió la Puerta Grande de Madrid cuajando a ‘Rociero’, un toro de vacas de Jandilla ● Manzanares y Aguado se fueron de vacío
Nuevamente Eolo reinando sobre la tarde madrileña y triunfo rotundo de Sebastián Castella al desorejar a un toro de bandera llamado Rociero. Y así como el viento volvió a enseñorearse de la plaza madrileña, las dificultades surgieron nuevamente con el receso del cuarto toro, en que Sebastián Castella supo dominar al viento y también a un toro que hubiera hecho las delicias de Borja Domecq en su localidad de los palcos del Cielo. Toro negro casi zaíno, bajo y precioso por la armonía de sus hechuras, aunque echó de salida las manos por delante, muy cuidado en la espléndida lidia de José Chacón, que puede ir al copo de premios en este San Isidro, fue desarrollando calidad en cada embestida.
Y a partir de esa lidia modélica de Chacón, la tarde iba a alcanzar su cima. Estábamos ante un toro muy bravo, eso ya lo sabíamos todos, y Castella, solemne, se fue a los medios para brindarle a Madrid la muerte de Rociero. Con los estatuarios de inicio ya se pusieron a tono los tendidos y el francés, que venía de un inicio de campaña dificultoso, vio el arreglo y bien que lo aprovechó. El toro tenía un pitón izquierdo sensacional y Sebastián encontró la oportunidad de ejecutar una sinfonía al natural que puso a Las Ventas bocabajo. La excepcional bravura del toro propiciaba la ligazón y esa fue la llave para que el torero abriese por quinta vez la Puerta
Grande de Madrid. Antes de la estocada a ley que mató sin puntilla a Rociero, unas hieráticas manoletinas terminaron de aderezar un guiso sabrosísimo. En el toro que abrió Plaza, Castella apeló a la insistencia, pero sin éxito. Histérico, negro y muy serio, no se mostró, precisamente, histérico sino remolón, sin celo y francamente desrazado. Sin una pizca de transmisión, todo quedó en intentos que no conducían a nada.