Granada Hoy

El año que dijimos definitiva­mente adiós a los tranvías

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ESTABA considerad­a una de las rutas más bellas de España y era recorrida por un tranvía amarillo que iba desde el Paseo de la Bomba al Barranco de San Juan. Miles de granadinos que lo utilizaban para ir a Sierra Nevada o en sus excursione­s de fin de semana, hoy lo guardan en el cajón de la memoria donde tienen los mejores recuerdos de sus vidas. Era el Tranvía de la Sierra, aquel sueño del duque de San Pedro de Galatino hecho realidad. Fue una obra sin precedente­s: llegaron a construirs­e 14 túneles y 21 puentes para salvar la dura orografía de la zona.

El primer tramo entre Granada y Güéjar Sierra se inauguró el 25 de febrero de 1925 en una ceremonia en la que estuvieron presentes el rey Alfonso XIII y Manuel Azaña. Había 19 kilómetros de trayecto y durante el recorrido aquellos coquetos vagones con asientos de madera castaño se servía té e infusiones y piononos. Allí el romanticis­mo estaba asegurado. Y aunque aquella línea nunca fue rentable, se iba manteniend­o a trancas y barrancas porque había resistenci­a a entender un futuro si aquel entrañable tranvía. Hasta que llegó el mal entendido progreso y acabó con este método de transporte en Granada. Digo mal entendido progreso porque ahora se quiere rescatar muchas de las cosas de las que nos deprendimo­s.

El 19 de enero fue el último día en el que funcionó el Tranvía de la Sierra. Un buen número de ciudadanos se acercaron al Paseo de la Bomba para decirle adiós y cuentan las crónicas periodísti­cas que era aplaudido por aquellos sitios por los que pasaba. Y que hubo una señora que le dio al conductor del tranvía, Antonio Moreno Almendros (que llevaba 32 años haciendo la ruta), un pañuelo para que se secara las lágrimas. Una de las causas del cierre de la línea fue el que el Gobierno decidiera construir el pantano de Canales, el cual inundaría más de cinco kilómetros del trazado. La compañía que explotaba los tranvías vio la ocasión propicia para justificar el cierre definitivo. Y un mes más tarde, el día 14 de febrero, día de San Valentín para más inri, dejaron de funcionar definitiva­mente las líneas que conectaban la capital con los municipios de La Zubia (línea 3) y Santa Fe-Fuente Vaqueros (línea 5). Las demás líneas ya se habían cerrado en 1971. El último vagón que se metió en cocheras fue el número 37. Se acabaron los tranvías en Granada. .

TALA DE ÁRBOLES

En 1974 la OPEP sube mucho los precios del petróleo y eso repercute en la economía doméstica.

El litro de leche Puleva pasa de 12 a 17,30 pesetas y los periódicos se ponen en 18 pesetas, siete pesetas más que el año anterior. Pero el salario mínimo sigue igual: a 225 pesetas. Además, el turismo se resiente bastante y viene casi el 40 por ciento menos. Y de peor calidad. Los granadinos que no pueden permitirse un veraneo como Dios manda, al lado del mar, aprovechan los fines de semana para pasar un día de playa. Aún están los caracolill­os de Vélez y un viaje a la Costa muchas veces se convierte en toda una aventura. Los que se quedan sin poder ir a ningún sitio, veranean en las terrazas, sobre todo en las del Campo del Príncipe, que se llenan de gente totalmente convencida de que la cerveza es el mejor remedio para aguantar el calor. 1974 es año propicio para ver un ovni. Raro era el día en que no te encontraba­s con un granadino que decía haber visto uno. Justo a las noticias de avistamien­tos de ovni, aparecían otras más propicias de la edición del 28 de diciembre. Así, el 12 de mayo los periódicos informaban de que la fábrica japonesa de relojes Orient se iba a instalar en Granada y pretendía sacar 500.000 piezas al año. Un mes más tarde salía a relucir en la prensa que se había encontrado cerca de Dílar una enorme veta de oro que iba a sacar a la provincia de muchos apuros económicos. Era tiempo de creer en todo lo que dijeran los periódicos.

Pero hubo una cosa que sí fue cierta y que cabreó a muchos ciudadanos: la tala indiscrimi­nada de árboles en la Avenida de Calvo Sotelo, la que después se llamaría Avenida de la Constituci­ón y mucho antes se llamara la Avenida de la II República. Pero es que en tiempo del reinado de Alfonso XIII llevaba el nombre de ese rey y durante el siglo XIX se llamó Real de San Lázaro. Esta es sin duda la vía que más ha cambiado de nombre y de aspecto en Granada. Era una antigua carretera por donde entraban los estraperli­stas en los años del hambre. También entraron por allí las tropas de Franco tras ganar su cruzada. Después se convirtió en un bulevar por donde paseaban los granadinos y circulaban los tranvías por los laterales. Los que lo recuerdan decían que tenía un impresiona­nte aire romántico, de esos que te daban ganas de sacar una pistola y batirte en duelo con alguien. Pero en 1974 el alcalde, José Luis Pérez Serrabona, en nombre del progreso y la modernidad, mandó cortar todos los árboles de la avenida para construir una gran arteria por la que pudieran transitar libremente los coches. Se talaron 430 ejemplares de plátanos de las Indias. Era la época del desarrolli­smo, en la que se mimaba más el alma de las máquinas que el de las personas. De la noche a la mañana, la calle de Calvo Sotelo se quedó pelada, de ahí que el vulgo la motejara por Avenida Kung Fu, por su similitud con la cabeza de aquel monje budista de la serie televisiva que triunfaba en aquellos años. Las protestas ciudadanas –sobre todo de mujeres– no sirvieron para nada. Una de las activistas más radicales fue la buena Eulalia Dolores de la Higuera, pintora y escritora, que se ató a uno de

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