“El riego inteligente puede ahorrar hasta un 50% de agua ”
● El Grupo ODS de la Universidad Loyola empezó a investigar en 2018 sobre opciones de riego, aplicación de fertilizantes y monitorización de plagas
EN unos años de extrema sequía, iniciativas como la que desarrolla la Universidad Loyola, capitaneadas por Pablo Millán, son un lujo y una necesidad. Veamos en qué consisten.
–Entre los proyectos que desarrollan en la Escuela de Ingeniería de la Universidad Loyola figura uno sobre riego inteligente. ¿En qué medida rebaja las necesidades de agua para los cultivos?
–Pues depende de la eficiencia con la que se riega en cada explotación. Nosotros hemos estimado que en casi todas podría ahorrarse un 20% y, en muchas, este ahorro podría llegar incluso al 50%.
–¿A qué cultivos se dirigen los proyectos de riego inteligente que están desarrollando? –Nuestra tecnología es transparente al tipo de cultivo, aunque debe afinarse en cada caso. Por el momento, la hemos aplicado a explotaciones de frutas y hortalizas como los frutos rojos, el calabacín, la lechuga, el pimiento o el tomate. También hemos desarrollado soluciones para la monitorización de cultivos de secano, como el trigo o las habas. En estos casos sirve para estar al tanto del estado de los cultivos en tiempo real, comparar su rendimiento y detectar problemas a tiempo. –¿Qué tecnologías emplean?
–A nivel de hardware, empleamos lo que se conoce como nodos IoT, que son dispositivos con capacidad para medir cosas (temperaturas, humedades, caudales, altura de los cultivos, etc), procesar esta información, transmitirla y tomar decisiones como activar avisos, actuar sobre válvulas de riego o dosificar fertilizantes. No obstante, las capacidades de investigación del grupo se centran en el software, concretamente en el desarrollo de algoritmos con distintos objetivos, por ejemplo: aplicación automática y eficiente de los insumos, visualización de datos en tiempo real, generación automática de alarmas ante fugas de riego, plagas, etc. –¿En qué consiste medir la dinámica del agua?
–Más que medir, se dice que se modela esa dinámica, es decir, se caracteriza cómo se mueve el agua en el suelo. Lo que sí medimos, es la humedad del suelo en cada momento.
–En la actual situación de sequía ¿qué significaría la implementación de estos sistemas para las explotaciones? –Significa un uso eficiente y responsable del agua, proporcionando a cada cultivo el agua que necesita, no en base a prácticas habituales o necesidades teóricas, sino mediante el control automático por realimentación, es decir, regando en cada momento según las medidas de humedad tomadas por los nodos IoT. Esto no solo es aplicable al riego, sino también a las necesidades de fertilizantes, ya que con los nodos somos capaces de obtener una señal de la presencia de nutrientes en el suelo.
–Además de ahorro de agua ¿también supondría menos consumo eléctrico?
–Sí. En el grupo se han desarrollado recientemente un tipo de controladores de riego de la familia de los llamados controladores predictivos. Este tipo de técnicas son capaces de incorporar consideraciones económicas en el algoritmo de decisión, de forma que permiten implementar de manera automática el riego teniendo en cuenta no solo que el nivel de humedad del suelo sea adecuado, sino también consideraciones como el consumo eléctrico de bombeo, permitiendo a cada agricultor insertar su tarifa eléctrica para que el algoritmo trate de regar cuando es mejor desde el punto de vista del consumo eléctrico.
–¿Sería muy elevada la inversión inicial para implantar estos sistemas?
–En absoluto. Precisamente pensando en esto el grupo ha apostado por integrar tecnología IoT con sensores, microprocesadores y antenas de bajo coste. La idea es: si el hardware es demasiado caro, la inversión inicial será demasiado alta y la tecnología será difícil de adoptar. Nuestra apuesta ha consistido en integrar hardware muy económico y complementarlo con un software avanzado de estimación de variables, control, calibración, alertas, etc, que permita tomar decisiones basadas en este hardware low cost.
–¿Cuánto tiempo llevan con el desarrollo de estos sistemas y en qué fase están?
–El grupo ODS de la Universidad Loyola comenzó a trabajar en esta línea de investigación en 2018. Antes habíamos abordado un proceso de decisión para seleccionar líneas de investigación que cumpliesen las tres condiciones: que estuvieran dirigidas hacia la sostenibilidad, que fuésemos capaces de aportar desde nuestras capacidades de investigación (control, machine learning, etc) y que fuesen relevantes para la sociedad y economía andaluzas. A partir de este análisis se seleccionaron una línea teórica transversal y dos aplicadas: uso de ASVs (drones acuáticos) para la protección y limpieza de entornos acuáticos y agricultura inteligente. Dentro de esta última, no solo estamos trabajando en sistemas de riego inteligente sino también en sistemas de aplicación eficiente de fertilizantes o en monitorización de plagas utilizando visión artificial. –¿Aportan alguna diferencia respecto a otros sistemas de riego inteligente?
–Nuestro énfasis está en medir sobre el terreno y desarrollar algoritmos avanzados para el control automático y la toma de decisiones. No nos especializamos en predecir cosecha, o en detectar coyunturas en el mercado o la distribución. Tampoco en la operación de drones aéreos o uso de satélites. Nuestra propuesta está basada en nodos sobre el terreno con el objetivo de controlar las fincas en tiempo real minimizando el consumo de agua, de energía y la dosificación de otros insumos como fertilizantes o plaguicidas.
–¿Cómo se financian estos proyectos?
–Como grupo de investigación, nuestras líneas de financiación principales son los proyectos competitivos de I+D+i y también las consultorías con otras instituciones. En 2018 arrancamos con un proyecto del Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (Ifapa), en el que nos ocupamos del desarrollo de los nodos IoT. Tengo que agradecer a David Lozano y Pedro Gavilán por la oportunidad y lo que aprendimos entonces. Posteriormente hemos conseguido proyectos financiados por la Junta de Andalucía dentro de la convocatoria general de I+D+i y también de la convocatoria de Grupos Operativos de la Consejería de Agricultura. A partir de los desarrollos que fuimos generando, hemos impulsado también proyectos de cooperación internacional mediante la convocatoria de innovación de la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (Aecid) y su equivalente andaluz (Aacid), y hemos aplicado nuestros sistemas en América del Sur, concretamente en Paraguay, adaptándolos a fincas familiares de producción agroecológica. También hemos impulsado o colaborado en la propuesta de tres grandes proyectos europeos de la convocatoria Horizon 2020, aunque por el momento con esto no hemos tenido suerte. Hasta la fecha, hemos trabajado con instituciones y empresas como Ifapa, Covap, Los Remedios Picasat, la Universidad de Sevilla, Hispatec, ec2ce, Alter vida o Bioalverde, empresa de inserción sociolaboral de Cáritas.
Este sistema no sólo es aplicable al riego pues también detecta la necesidad de fertilizantes”
La capacidades de investigación del grupo se centran en el ‘software’, en desarrollo de algoritmos”
Nuestra apuesta es integrar un ‘hardware’ muy económico y completarlo con un ‘software’ avanzado”
Presidenta Provincial de Asaja Almería
SI algo ha caracterizado a la agricultura intensiva de Almería ha sido la capacidad de adaptación a los cambios y a las exigencias de los mercados. Esta característica junto con el aprovechamiento de los recursos y el desarrollo sostenible han sido el buque insignia de estas producciones. Este sector, con principal protagonismo para los agricultores, ha demostrado sobradamente responder con solvencia a todo lo que le ha marcado la hoja de ruta de la horticultura, siendo referentes mundiales y colocando a un modelo como ejemplo internacional.
Qué duda cabe que el desarrollo socio económico de la provincia de Almería se ha debido a la agricultura intensiva, una agricultura que comenzó a desarrollarse en la década de los 60 del pasado siglo apostando en un primer momento por una agricultura tradicional; la cuál con el paso de los años ha ido incorporando nuevas técnicas de cultivo con el objetivo de obtener una mayor rentabilidad y sobre todo para responder a las expectativas de unos consumidores cada vez más exigentes.
El sector pasó de una agricultura convencional, con un peso predominante, a una integrada en apenas dos campañas agrícolas, siendo esta última la que mayor superficie ocupa y la que está dando paso a una agricultura ecológica cada vez más en auge y que en algunas producciones, como es el caso del tomate supera el 25%.
Sin embargo, los nuevos itinerarios legislativos de la Unión Europea en materia medioambiental están poniendo en jaque la sostenibilidad agrícola. Y es que, la continua retirada de productos fitosanitarios para luchar contra las plagas, sin una alternativa viable, está dejando al agricultor sin herramientas eficaces para luchar contra las plagas.
El buen manejo de la producción integrada que llevan a cabo los productores hace que se pueda paliar en buena parte; pero las condiciones climáticas favorables para las plagas junto con la aparición de nuevas variantes hacen que la producción integrada por sí sola no sea suficiente.
Por todo ello se hace necesario la autorización de materias activas eficaces contra las plagas y compatibles con la producción integrada. No podemos olvidar que actualmente estamos atravesando una situación adversa debido a la situación de sequía extrema y que está poniendo en situación muy complicada la viabilidad de las explotaciones, con la sombra del desabastecimiento sobre los mercados.
La apuesta decidida por una agricultura sostenible no impide, sin embargo, que pueda seguir cultivándose de manera convencional; siendo esta forma de cultivo necesaria para cubrir la demanda del mercado ya que los rendimientos son superiores a los obtenidos en la agricultura ecológica.
Debemos también hacer una reflexión sobre la apuesta de los consumidores por la agricultura ecológica. Y es que, el rendimiento de este tipo de producciones es inferior. Por lo tanto, se debe de compensar con un mayor precio y el consumidor debe estar dispuesto a pagarlo.
Hay que recordar que 27.600 hectáreas de invernaderos están en producción convencional integrada, lo que permite a los productores combinar el control biológico con el fitosanitario. Pero con años como este con altas temperaturas en otoño y a finales del invierno, el desarrollo de algunas plagas no se puede contener solo con control biológico.
Además, es necesario seguir trabajando en el desarrollo del control biológico, ya que los buenos resultados en este tipo de agricultura así lo avalan. Igualmente se debe trabajar en el desarrollo de nuevas variedades resistentes a los nuevos tipos de plagas. Pero todo ello a la vez que no es incompatible, tampoco es inmediato. Y los agricultores necesitan herramientas para seguir produciendo alimentos saludables como son las frutas y hortalizas, y abasteciendo las mesas de cientos de millones de europeos.
Por tanto, deben seguir existiendo y autorizándose materias activas y dotar al agricultor de herramientas que le son imprescindibles para el desarrollo de sus cultivos.
Los efectos del Pacto Verde Europeo apoyado por la Comisión Europea tal y como está planteado puede desembocar en una disminución progresiva de las producciones europeas; lo cual nos arrastraría inexorablemente a una deslocalización de las producciones a países extracomunitarios que no tienen unas exigencias tan severas, y que, en estos momentos, tienen autorizada la venta de productos para el consumo en países de la Unión Europea sin tener que cumplir con las exigencias del Pacto.
En años como éste, algunas plagas no se contienen solo con control biológico