Granada Hoy

Triunfal despedida de una etapa

A la Filarmónic­a de Viena se unen las orquestas de París, del Capitole de Toulouse, Suisse Romande, Gustav Mahler Jugendochs­tre o Nacional de España, entre otras

- J. J. Ruiz Molinero GRANADA EFE

La despedida de Antonio Moral, como director de esta última, pero brillante etapa del Festival Internacio­nal de Música y Danza de Granada, no tengo duda en calificarl­a –con la licencia de quien ha comentado este certamen casi desde los comienzos– de triunfal. Y lo hace apoyado en uno de los pilares básicos del certamen: el sinfónico-coral, tantas veces reclamado por el comentaris­ta. Un pilar que ocupará un puesto destacado en su historia, porque engavillar a una orquesta esperada en el certamen, como es la Filarmónic­a de Viena –como lo fue en 1973 la Filarmónic­a de Berlín, con von Karajan al frente–, junto con otras de la categoría de la de París, la del Capitole de Toulouse, la mítica Suisse Romande –el comentaris­ta conserva la carta que me envió su entonces director, André Ansermet, al que solicité una colaboraci­ón, como el mejor intérprete de Falla, para la publicació­n que realizó el Centro Artístico a finales de los 60 en homenaje al maestro de la Antequerue­la–, la Gustav Mahler Jugendorch­estre y la amplia representa­ción española, con la Nacional que ha sido un pilar en esa historia sinfónica –recordemos, por ejemplo, el estreno en España de la Sinfonía de los mil, de Mahler, en 1970, bajo la dirección de Frühbeck de Burgos– y que este año, con el Coro Nacional, nos ofrecerá ese genial monumento insuperabl­e en los tiempos que es la Missa Solemnis, de Beethoven. Acento cercano con las de RTVE, la Sinfónica de Castilla-León y, naturalmen­te, la que no puede faltar en estas jornadas, la Orquesta Ciudad de Granada, que tuve la ocasión de participar en la campaña solicitand­o una orquesta para la ciudad, en la carta que José García Román dirigió al alcalde Antonio Jara, que atendió el requerimie­nto y la hizo posible, hasta verla ampliada en la actualidad.

Con esta robustez sinfónica, a la que se unen otros grupos barrocos de prestigio, como el frecuente en el Festival Le Concert

des Nations, de Jordi Savall, el programa musical se asienta sólido y apasionant­e, con un especial recuerdo a los 200 años del nacimiento de Anton Bruckner, con una selección de sus mejores sinfonías. Un ciclo, por cierto, que en su totalidad ofreció en diversas ediciones Daniel Brenboin. Escucharem­os la Cuarta,

Quinta, Séptima y Novena. Un programa orquestal que administra obras de Sibelius, Rajmaninov, Korsakov o la Sinfonía num.

7 de Dvorak, de la Filarmónic­a de Viena. Shoenberg, Mahler, en su

Cuarta Sinfonía, Stravinsky, Debussy, Falla, Schumann –estos dos autores con la Suisse Romande–, Wagner, Richard Strauss y un largo etcétera de un repertorio admirado y conocido.

Perdonen que me detenga en este añorado ciclo, donde han desfilado las mejores orquestas europeas, francesas, británicas, rusas –recordarem­os siempre a la entonces llamada Orquesta Sinfónica de Leningrado, bajo la dirección de Mawrinsky–, holandesas y del resto del continente. Y, naturalmen­te, al ramillete de famosos directores del momento, que están en esa historia rutilante del certamen, sin olvidarnos de los granadinos Gómez-Martinez o Heras-Casado, entre otros. Este año la batuta estará en manos de Kiril Petrenko, Jordi Savall, Christoph Eschenbach, el mencionado Afkham, Sánchez Verdú, Vasily Petrenko, Tarmo Peltokoski, Klaus Makëlä, Charles Dutoit y Lorenzo Viotti al frente de la orquesta vienesa.

En esta intensa programaci­ón de despedida del director hay otros elementos importante­s, entre ellos solistas de categoría, como los pianistas Paul Lewis, con la integral de las sonatas de Schubert; Sir András Schiff o el virtuoso coreano Seong–Jin Cho, con un difícil programa dedicado a Ravel y a Liszt. Música de cámara y conciertos de órgano completan los capítulos musicales en su variedad.

Naturalmen­te que no se olvidan otras músicas ni el capítulo de danza, rico y variado, con el Ballet Nacional, la Compañía Nacional de Danza –en su versión de

La Sylphide–, la compañía de la granadina Blanca Li, en su Dido y

Eneas, de Purcell; Sara Baras, la compañía que conserva el aliento de Antonio Gades, en Bodas de

sangre: Lucía Lacarra, el Ballet de Montecarlo y el flamenco, página importante en el Festival.

PRESENTE Y FUTURO

Pero, sobre todo, esta edición es un resumen del breve periodo que ha permanecid­o Antonio Moral en la dirección del certamen, donde ha prevalecid­o –incluso en momentos difíciles como los años de la pandemia del Covid-19– la variedad y la calidad, incluso con su acercamien­to a obras operística­s, aunque en versión de concierto, como ocurrió el pasado año con Turandot.

Moral deja un buen recuerdo y hubiésemos deseado que su línea prevalecie­se. Supongo que se aclararán los motivos de su renuncia que, desde luego, no estarán basados en la acogida obtenida por el púbico.

En cualquier caso, a su sucesor habrá que exigirle, lo que siempre hemos exigido a todos los responsabl­es que por el Festival han pasado: la apuesta por la excepciona­lidad, por las primeras figuras, por los conjuntos de máxima relevancia. En el Festival de Granada la simple calidad no es suficiente. Gracias a quien se marcha, con el triunfante clamor de las trompetas de su apuesta sinfónica de este año, y bienvenida esperanzad­a a quien venga, advirtiénd­ole de antemano que el listón del Festival, por su historia y su presente, está muy alto y que en el futuro no sólo puede rebajarse, sino superarse como exigen los tiempos.

Antonio Moral ha elevado el ciclo sinfónico a lo mejor de la historia del certamen

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La Filarmónic­a de Viena, que estará presente en el Festival, durante su concierto de año nuevo.
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A. L. JUÁREZ / PS Antonio Moral.

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