Granada Hoy

LOS CLÁSICOS

- RAFAEL CASTAÑO

ALGUIEN en X preguntó el otro día a su audiencia a qué venía tanto ruido y entusiasmo por El apartament­o. ¿Por qué es tan buena?, se preguntaba. Mejor dicho: ¿por qué la gente dice que es tan buena? El apartament­o o El padrino son al cine clásico lo que Tarantino al cine. Si alguien dice de ellas que son sus películas favoritas, o de él que es su cineasta favorito, uno tiende a sospechar que la persona que lo dice no ha visto el suficiente cine. No es que aquellos sean malos filmes o que este sea un mal director. Más bien se entiende que hay muchísimo que les queda por ver, que han empezado por donde todos empiezan, y que confundido­s por los primeros destellos de una luz distinta, no sospechan que detrás de ella hay deslumbram­ientos mucho más profundos y duraderos.

¿Por qué El apartament­o tiene tanto predicamen­to? Tal vez lo que alimenta el debate no es su calidad, que es indudable, sino su carencia absoluta de espectácul­o. No quiero decir que sea una historia lenta, contemplat­iva, aburrida, ni tampoco original. Es una historia típica, decorada por ciertos enredos que distinguen ligerament­e su sencilla trama de otras tantas historias de amor y desamor, de soledad y esperanza, de poder, de ambición, de derrota. ¿Pero es cierto que todas las historias sencillas tratan tantos temas como esta? ¿No es verdad que El apartament­o no parece decir nada nuevo precisamen­te porque en ella cabe cualquier cosa? ¿No es eso lo que hace clásico a un clásico: su poder de contener nuestra verdad? ¿No es cierto que Faulkner leía El Quijote cada tres o cuatro años para ver cómo había cambiado él mismo?

Siempre parecemos olvidar que todo cambia, hasta lo que no lo hace. En Guerra y paz, Tolstoi escribe que la expresión “nuestros tiempos” es propia de “las personas de pocos alcances, que creen conocer a fondo las caracterís­ticas de una época y que suponen que las personas cambian con los años”. Y es así. Yo mismo trato de escribirle­s en estas columnas de cosas que nunca dejan de ser lo que son. Huyo de la actualidad y la velocidad. Prefiero hablar de las nubes que vemos vagar por el cielo y no de las líneas pintadas en el asfalto. Es hasta aburrido pensar que, hagamos lo que hagamos, una buena parte de lo que hacemos y pensamos y sentimos ya la hizo y pensó y sintió otra persona. A ojos de una piedra, no somos nada. Una pompa envuelta en piel. Replicacio­nes de un algoritmo simplón. En las novelas de Stanislaw Lem, los robots ven con desagrado a los humanos, porque somos blanditos y medio líquidos. Y tal vez porque nos seguimos maravillan­do de lo obvio. A ellos no les gustaría El apartament­o. No lo entendería­n.

En las novelas de Stanislaw Lem, los robots ven con desagrado a los humanos, porque somos blanditos y medio líquidos

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