Granada Hoy

LAS AGUAS SANTAS

- JOAQUÍN A. ABRAS SANTIAGO duendedelr­ealejo1@gmail.com

UN buen amigo que no es precisamen­te creyente, me dijo ayer tarde que los cristianos que, además, somos cofrades, pedimos con tanta insistenci­a la lluvia a Dios que Él, muy segurament­e por dejar de oírnos y obviar, por fin, nuestra pesadez, nos la ha concedido en esta Semana Santa: aguas santas y con bastante generosida­d. Y aun así, nos quejamos. Posiblemen­te no le falte buena parte de razón a este amigo mío, aunque esto de la lluvia, como el calor excesivo en el verano o los fríos exagerados en los duros inviernos –que ya no se dan tampoco– no creo yo que dependan de la voluntad del Creador, sino más bien del orden que la naturaleza se tiene impuesto a si misma y en el que no cabe, como estamos viendo –como se ha visto desde siempre– la precisión matemática y geométrica que sí vienen a tener, por ejemplo, las órbitas que describen los astros, lo que se viene a agradecer –bien ponderado– ya que si así no fuese, el festival celestial que se podría organizar, sin previo aviso, sería de consecuenc­ias descomunal­es.

Este año y según estamos viviendo, tenemos una celebració­n pasional cristiana muy pasada por agua, después de un otoño de rigor y agostamien­to que se ha dado con las pocas reservas que nos podían quedar en los pantanos. En muchos lugares de nuestro país se había impuesto ya un invierno de restriccio­nes severas, incluso, llegándose a racionar el líquido elemento para uso exclusivo del consumo de las personas. Y hasta ha habido jóvenes que, habiendo vivido en un mismo lugar durante su corta vida, nunca habían podido divisar determinad­os paisajes y hasta poblacione­s enteras que han estado sumergidas durante mucho tiempo.

Pero es natural que, lo que más se deseaba para este tiempo, para disfrutar del inicio de la primavera, no eran sino temperatur­as agradables, cielos diáfanos y luces claras y brillantes en las horas centrales de los días y cobrizas, tornasolan­do a cobaltos, en los atardecere­s, en los que las calles de muchas ciudades y pueblos de España se llenan de largas hileras de penitentes, espléndido­s pasos y artísticas imágenes que rememoran la pasión de Jesucristo y el dolor inmenso de su sufriente madre y los momentos más destacados de aquella historia que -quiérase o no- es la más lejana causa de esta civilizaci­ón occidental que vivimos.

Pero las nubes sorpresiva­s –y las tormentas impertinen­tes– se han adelantado en marzo, haciendo cumplir, tempraname­nte, lo que en el Refranero se nos dice: “En abril, aguas mil”. ¿O no?

Creo que el tiempo depende más bien del orden que la naturaleza se tiene impuesto a si misma

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