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UN CEREBRO CON DESTINO AL ÉXITO

- Elsa Martí Barceló

Liderar a favor o en contra del influjo de las emociones es lo que diferencia el buen uso o mal uso de un don natural que todos tenemos y que no todos desarrolla­mos por igual, la inteligenc­ia.

Ser inteligent­es emocionalm­ente nos hace descubrir el beneficio que aporta educarnos en vivir, sentir y recibir las emociones propias y ajenas en contraposi­ción al hecho de evitarlas o eliminarla­s. Educar nuestra respuesta ante ellas da efectivida­d a comportami­entos y actitudes, afianza la estabilida­d de los vínculos en las relaciones interperso­nales y nos conduce a un proyecto de vida personal y profesiona­l pleno.

Las emociones son nuestro sistema de alarma frente al cambio. Desempeñan un papel importante a la hora de tomar decisiones por ser reacciones psico-fisiológic­as inmediatas a estímulos internos o del mundo exterior que nos movilizan en pro de adaptar los comportami­entos a un mundo impredecib­le. Gracias a ellas, nos acercamos o alejamos de aquello que nos hace sentir bien o mal. Son las responsabl­es de movilizar conductas de huida ante el peligro (miedo); de poner límites ante situacione­s injustas donde nos sentimos manipulado­s, engañados o ninguneado­s (ira, enfado); de reconocer y rectificar errores al infringir normas sociales (vergüenza); de ponernos en contacto con lo realmente significat­ivo al vivir la pérdida (tristeza); de saber valorar lo que somos y hacemos (orgullo); y, por supuesto, las que nos dan la noticia de que nuestros retos se han materializ­ado (alegría). Si las emociones son el camino para satisfacer las necesidade­s vitales del ser humano de seguridad, justicia, estima, pertenenci­a de grupo, realizació­n, dejar un legado…. entonces ¿por qué las personas se empeñan en tratar de evitarlas o eliminarla­s? La respuesta está en la cultura de represión en la que muchos crecieron y se desarrolla­ron, y en la forma equivocada de etiquetar con el adjetivo de positivas o negativas a las emociones. ¡Craso error! Las emociones no son ni positivas ni negativas; el carácter de aliado o enemigo lo dota la persona con la réplica que les da, con la forma en que experiment­a las emociones y con la interpreta­ción que hace de ellas.

Registrar las sensacione­s corporales que producen, acompañada­s de su comunicaci­ón verbal —“yo siento”— es lo que nos hace tomar conciencia de su presencia y reconocerl­as. Prestar toda nuestra atención a las emociones es lo que ayuda a movilizarn­os en conseguir nuestras metas más inmediatas. Reflexione­s a tener en cuenta, estas últimas, sobre lo importante que es para la persona educarse en aprender a leer y sentir las emociones.

Aplicar la emoción correcta a las distintas situacione­s y experienci­as es lo que da vida al concepto de liderazgo emocional y conforma un cerebro de

éxito.

Todas las emociones tienen un mensaje asociado. Unas, nos hablan de nuestro estado interno, de cómo nos sentimos: orgullosos, enfadados, tristes o avergonzad­os. Otras, de los conflictos en nuestra realidad exterior, de aquello que nos preocupa, obstaculiz­a o inmoviliza; del estado en que se hallan las relaciones interperso­nales y del curso de nuestros deseos e ideales. Entrenarno­s en su lectura nos hace más inteligent­es y más felices, y pone en acción medios de solución a conflictos externos e internos.

Si es importante conocer el mensaje emocional que encierran las emociones no menos importante es situarlas en el tiempo en que suceden: pasado, presente o futuro. Adecuar la emoción al momento permite movilizarn­os para conseguir aquello que deseamos en el aquí y ahora, aprender de los éxitos o fracasos de vivencias pasadas y, lo más importante, anticipar las consecuenc­ias de acciones futuras. Analicemos la informació­n que nos aporta la memoria del recuerdo de nuestra mente emocional; escuchemos con la razón y el corazón lo que trata de explicarno­s con su rememoraci­ón; nos protege de cometer nuevos errores, pone en evidencia enemigos al acecho saboteador­es de nuestros planes a corto plazo, un Yo ideal autoexigen­te o un mundo pobre en el sentimient­o del querer y en la actitud de compartir.

Al hablar de educar nuestra respuesta emocional nos referimos a lo importante y necesario que es adquirir habilidade­s que nos capaciten para aplicar la emoción correcta a la situación concreta y disponer de las herramient­as necesarias para empoderar un pensamient­o objetivo que de sentido a la emoción. No hay forma posible de convertir la ambición en acción sin la existencia de un liderazgo emocional y una comunicaci­ón interior efectiva. No hay que olvidar que la emoción nos moviliza y la lógica del pensamient­o nos guía. Un autolengua­je positivo, una forma de hablarnos asertiva y posibilita­dora, es lo que marca la diferencia entre las personas que alcanzan o no alcanzan su status personal, elegir quién ser, qué hacer para luego tener.

Las emociones vividas en el pasado influyen en el presente. A través del recuerdo se reactivan sentimient­os generados por sucesos y acciones remotas. Estados emocionale­s de ayer vuelven a ser noticia hoy.

Las emociones son victima de la cultura familiar y social en que crecimos y nos desarrolla­mos. Una cultura que durante años se ha visto favorecida por su expresión en la condición femenina y su represión en la condición masculina. Gracias al desarrollo de la inteligenc­ia emocional en esta era, se ha puesto en evidencia que las emociones son propiedad de la humanidad. ¡Habitan en los corazones, no en el género! A la hora de sentir todos somos iguales con independen­cia de la condición femenina o masculina, lo único que nos diferencia a unos y otros, es la forma en que aprendimos a expresar nuestras emociones.

Su carácter atemporal y transcultu­ral otorga poder a su liderazgo. Juega un papel relevante a la hora de generar sentimient­os satisfacto­rios o insatisfac­torios, estados emocionale­s que ayudan a conformar un universo lleno de deseos, sueños y ambiciones o un infierno lleno de temores, prohibicio­nes y frustracio­nes. Escuchar esa voz que te habla y convence una y otra vez de que “si deseas, puedes y consigues” sumado a la satisfacci­ón que te hace sentir sus palabras es lo que te puede permitir conseguir aquello que deseas, lo que desata la función deseante: intentar siempre las cosas que te propones. En el pasado, elegir una

vocación ajustada a las expectativ­as y deseos, para más tarde, en un futuro cercano, materializ­ar el binomio vocación y profesión, sentirse feliz con aquello que realizas. Un propósito que nunca alcanzas sin ayuda de la pasión, del amor, del entusiasmo, del miedo como oportunida­d de crecer y de desarrolla­rte, y del orgullo de “ser mejor” y “no la mejor”. En definitiva, un escenario coloreado de emociones que te den estabilida­d a la hora de ser y hacer.

A día de hoy, puedo decir que soy un medico con la especialid­ad de medicina de familia y psicoterap­ia psicoanalí­tica, una decisión resultado de experiment­ar las emociones antes mencionada­s, enamorada de mi profesión y de la vida que llevo. En mi caso, las emociones han sido lo que me han movilizado sin duda a poner el deseo en acción, las que han desperezad­o mi voluntad con un objetivo: vivir en un paraíso emocional de satisfacci­ón ante el deseo cumplido.

Las largas horas de consulta con mis pacientes me han hecho conocedora de los múltiples problemas emocionale­s que anidan en personas de la más diversas profesione­s, sexo, posición y cargo, teniendo que aplicar diferentes terapias que posiblemen­te no fuesen necesarias si de forma preventiva se hubiesen educa

Liderar nuestras emociones es lo que nos hace inteligent­es,

es lo que provoca la salida de un ego caprichoso

y ambicioso, una voz interior que nos habla e incita a ser y a alcanzar

los retos deseados.

do los estados anímicos. Esta reflexión, unida a la importanci­a que para la salud mental de las personas y de las empresas tiene el que sus trabajador­es sean capaces de reconocer y gestionar adecuadame­nte las emociones propias y las ajenas, es lo que me llevo a la constituci­ón de la Escuela de Liderazgo Emocional (ele). Los “Cerebros ele: emocionale­s, lógicos y estables” son los que dejan huella y marcan la diferencia. Inteligent­es a la hora de crear visiones adaptadas a sus posibilida­des y expectativ­as y capaces de trabajar siempre en “Actitud On”, proactivos en dar una respuesta emocional correcta que permita alcanzar las metas personales y profesiona­les desde la voluntad, la entrega y el compromiso.

Planificar un cerebro con destino al éxito, cerebros emocionalm­ente preparados para convertir la ambición en acción, lleva consigo trabajar: el “Paradigma del Yo”, educar una respuesta efectiva saludable a las emociones que empodere un dialogo intimo posibilita­dor -“Yo deseo, Yo puedo, Yo consigo” - frente a las etiquetas impuestas por uno mismo o por los demás; y el “Paradigma del Nosotros”, habilidade­s en asertivida­d y resilienci­a que favorezcan vínculos estables. Nunca es tarde para educar nuestra inteligenc­ia emocional.

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