CARTA DE LA DIRECTORA
La gorra de visera, símbolo de nuestro tiempo, recorre este número de enero. Y el 150o aniversario de HARPER’S BAZA nos ayuda a encarar 2017 con alegría.
Pocos objetos habrá que resuman el tiempo que vivimos con la misma precisión que la gorra de béisbol. La falta de ambición y de altura –tanto estética como intelectual– de este complemento parecen cobijar bajo su visera el carácter de una sociedad poseída por el nihilismo suicida de un adolescente que se revuelve contra todo lo que suene elevado, inteligente o valioso. Si John F. Kennedy certificó la muerte del sombrero como prenda inevitable para un caballero cuando tomó posesión de su cargo como presidente de EEUU en 1961 a cabeza descubierta, a nadie le extrañaría que el próximo 20 de enero Donald Trump hiciera lo propio con una de sus inevitables gorras rojas. Es la corona que él mismo ha elegido para su reinado y serviría para certificar el fin del idilio entre la política y la moda que hemos vivido durante la era Obama. Más allá de la rotunda apuesta que la industria estadounidense hizo por la candidatura de Hillary Clinton, estamos ante la definitiva defunción del vestir como sutil arma expresiva, tan elegante como elocuente del carácter del individuo que lo lleva y de su agenda ideológica y geoestratégica. Explicaba la estilista de Michelle Obama, Meredith Koop, en el número de diciembre de Harper’s Bazaar que cuando esta lucía ropa de diseñadores emergentes creaba la sensación de que “todo es posible”. Con sus osadas elecciones, Obama ha impartido una sofisticada lección de diplomacia estilística que rompía con las convenciones de cómo debía vestir una primera dama al tiempo que homenajeaba a los países que visitaba o a los huéspedes que recibía. Le han precedido mujeres muy estilosas, pero nadie en su posición se había planteado el vestuario con tanta imaginación, gracia e ingenio. La gorra de béisbol, que empezó a utilizarse en Brooklyn en la década de 1860, es una superviviente. Es el único de los sombreros masculinos que superó la extinción de su especie en los años sesenta. Lo hizo, muy probablemente, porque cumplía con una función protectora, pero sin la carga simbólica y formal. Además, qué oportuno, estaba estrechamente relacionada con el carácter deportivo que transformó la moda en el siglo XX. Su levedad resulta idónea para este momento rabioso que solo sabe una cosa: que no quiere lecciones, no quiere maestros, no quiere respuestas complicadas. Los diseñadores de moda puede que no deseen vestir a Melania Trump con el mismo fervor que sentían por Michelle Obama, pero su trabajo es reflejar el signo de los tiempos. Y las gor ras de Balenciaga, al igual que las camisetas con mensaje y la exaltación del chándal, son la forma que esta disciplina tiene de dejar testimonio de lo que nos ha ocurrido colectivamente en este 2016 tan exaltado, tan irreflexivo y tan poco sublime. Un año en que perdimos a grandes símbolos de la complejidad, la contradicción, la inteligencia y la elegancia, como David Bowie, Leonard Cohen, Umberto Eco o Muhammad Ali, y nos quedamos perplejos y asustados frente a un mar de gorras, resultados electorales imprevisibles y eslóganes tramposos. Pero estrenar un año siempre es una oportunidad y un punto de partida. Cada cual puede escribir sus propios votos consigo mismo, en forma de lista de deseos e ilusiones. A mí me reconforta que en 2017 se celebre el 150o aniversario de Harper’s Bazaar. Me anima y me ayuda pensar que la directora de esta revista en 1867, Marie Louise Booth, fuera una de las primeras reporteras de The NewYork Times, felicitada por Abraham Lincoln por su traducción del francés de un tratado contra la esclavitud que se utilizó para lograr su abolición. No solo me da esperanza ver el camino que hemos recorrido desde entonces, también encuentro un propósito al continuar con el legado de una cabecera que estuvo entre los primeros medios de comunicación populares en apoyar la causa sufragista y que en 1869 publicaba que el derecho al voto de las mujeres se basaba en “los cimientos mismos de la verdad y la justicia”. Nuestra obligación es intentar estar a altura de esta herencia y trabajar para que aquellos que celebren el segundo centenario de esta increíble cabecera lo hagan en una sociedad mejor y más justa, superando los reveses tal como otros hicieron antes que nosotros. Ese es mi brindis para 2017.