Harper's Bazaar (Spain)

CAMBIO DE PLUMAJE

El emblemátic­o frasco del perfume L’Air du Temps de NINA RICCI reinvindic­a su vocación artesanal en una renovada versión, vestido por Lalique y la Maison Lemairé.

- Por Paloma Abad Fotografía de Thomas Lohr

Ees el signo de los tiempos. Intangible. Como el aire que respiramos”. Así definió en su día Robert Ricci su creación más popular, el perfume L’Air du Temps. Presentado en sociedad en 1948 como el primer aroma floral especiado de la historia de la alta perfumería (a cargo del perfumista Francis Fabron), no tardó en alzarse como alegoría olfativa de la paz tras la Segunda Guerra Mundial. El hijo de Nina Ricci (fundadora, en 1932, de una de las casas de costura parisinas más emblemátic­as y longevas) quiso incidir en tales valores, de ahí que en 1951 le pidiera a un amigo de la infancia, Marc Lalique, que coronase el envase de la fragancia con un tapón que representa­ba dos palomas blancas alzando el vuelo.Y con ese gesto nació la leyenda. Desde entonces, tan jugoso emblema se ha ido enriquecie­ndo (siempre de manera temporal) con la creativida­d de otros artistas. En 2011, sin ir más lejos, Philippe Starck convirtió las aves abrazadas en el propio recipiente del perfume (“Para mí, una fragancia como L’Air du Temps se relaciona con la vibración. Con conseguir el aire para vibrar de un modo que, de repente, nos conmueva”, contaba entonces el célebre diseñador industrial francés). Dos años después, su colega Olivia Putman las devolvió a su emplazamie­nto original, el tapón, eso sí, teñidas de azul,“como el cielo y el mar, que evocan la libertad infnita”. Curiosamen­te, la última edición limitada del buque insignia de Nina Ricci no corre a cargo de grandes estrellas del diseño. Sin que sirva de precedente, los maestros artesanos parisinos se han tomado la revancha con sus mejores materias primas. En la no menos histórica Lalique se han vuelto a soplar a mano los frascos de cristal (su impecable transparen­cia los hace inconfundi­bles, dicen) con los que se envasaban las fragancias para los mejores clientes y los plumassièr­es de Maison Lemairé han adornado, una a una, las alas de las palomas con plumas de pato. A la obra resultante se la ha bautizado como Le Zénith y solo se han puesto a la venta 367 unidades en todo el mundo. Ojo, en cualquier caso, porque no llega sola. En realidad, el envase es solo la joya de la corona de la Collection Lumière, que consta de dos nuevas fragancias (también con plumas de Lemairé, en blanco y azul) inspiradas en el amanecer y el atardecer.“El reto, para mí, estaba en encontrar el equilibrio entre ser fel a mí misma y mantener el vínculo con el aroma original, además de darles una rúbrica moderna y contemporá­nea”, explica la perfumista Calice Becker, encargada del proyecto. El hilo argumental con el aroma original de 1948 se mantiene a través del clavel. En L’Aube, además, se incluyen pétalos de rosa y ámbar blanco (“Representa­n la armonía, la suavidad y la ligereza del nacer del día”, describe Becker). Crépuscule, por su parte, está aderezado con vainilla e ylangylang, “porque, por la noche, muchas fores pierden el pudor y emanan sus envolvente­s y poderosos aromas”. Lo único que falta por saber es si, como su predecesor­a, estas nuevas fragancias serán capaces de expresar con su olor el signo de estos volátiles (y revueltos) tiempos.

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