Exceso y minimalismo POR BORIS IZAGUIRRE
Me he quedado a pasar las Navidades en Miami, una ciudad en la que no he nacido pero trabajo. El colmo de la globalidad: soy venezolano, estrella de la televisión en España y, ahora, residente en una ciudad donde todo el mundo va y viene.Y, a veces, nunca regresa. Me conozco su aeropuerto mucho mejor que algunos de sus distritos, porque siempre estoy saliendo de ella, regresando a Madrid para recuperar el aliento y un poco de glamour. Pero, cuando vuelvo a Miami, allí está todo: la violencia, el consumismo, la vulgaridad, el descontrol, las tormentas y el infnito cielo azul. Miami es una perfecta metáfora de cómo ha sido 2016: agitado, aglutinado, acumulado, ahogado. Por eso, mientras recorría los stands de la feria Art Basel, me gustó escuchar a mi amigo Ronald Harr explicarme que la verdadera tendencia de 2017 será el minimalismo. Aunque usted, de momento, no lo crea, con el rey de la exageración, Donald Trump, convertido en presidente de Estados Unidos, el minimalismo es lo que viene.“Apresúrate a comprar otro donald. Donald Judd y Dan Flavin son las grandes estrellas artísticas de ese movimiento”, sugirió Harr. Pero yo ya estaba reflexionando sobre ese auge de lo minimalista en una época en la que todos pensábamos que regresarían los excesos de la década de los ochenta. En primer lugar, los ochenta son un coñazo, siempre están ahí, como agazapados a la vuelta de la esquina. Pero el caso es que The NewYork Times anunció que la retórica al estilo de Ronald Reagan de la campaña del nuevo presidente parecía profetizar que ese lujo, ese mogollón dorado de los ochenta no solo regresaría en plan estético, sino con su maravillosa economía, de subidón en subidón. El dólar se ha visto fortalecido frente al euro, ay mami, que se debilita y debilita.Y muchos amigos han empezado a planifcar saraos con
Qtemática ochentera. En la embajada de Italia, en la inquieta Madrid, durante una festa de Bulgari, todo el mundo (desde Paco León hasta Nieves Álvarez y Gonzalo Miró) bailó sin parar los grandes éxitos de esa década, dejándose llevar por un grito de guerra ante el triunfo de Trump:“¡Volvemos a ser ricos, vamos a gastar!”. Pero no. A ese subidón hay que agregarle un stop minimalista. ¿Cómo se come eso? Poniéndose una túnica de cachemir de Zoran, el primer diseñador minimalista (tan esloveno como Melania Trump), con unos buenos aretes de Cartier y el reloj Serpenti de Bulgari. Hablando poquísimo o con los labios entrecerrados, como Melania.Y, cuando no quiera decir nada más, sonría con esos dientes de dos millones de euros de Melania. Vestidos de Ralph Lauren reinterpretando los Tom Ford que hicieron sexy al minimalismo o Halston, revisitado una vez más, porque sigue siendo el único diseñador americano con una idea y una gesta: que todo el mundo se vistiera de él, desayunara sobre sus platos, se sentara en sus muebles, viajara en aviones donde todo llevaba su nombre. Partió de lo mínimo hacia lo máximo y terminó devorándolo. Al contrario que Trump, que expandió su imperio hasta conquistar la Casa Blanca y convertirse en el hombre blanco más importante del mundo occidental. O no, como le gusta decir a mi marido. Estados Unidos ya no es el líder, sino Instagram. Todos los días, aquí en Miami, dedico cada vez más tiempo a ver en qué aventura narcisista están mis amigos.Viajando como si el mundo fuera a desaparecer y tuviesen que fotografarse el mismo día en el Big Ben y en el Taj Mahal. La nueva tendencia en Instagram no es parecer joven, sino ubicuo. “Cuando en realidad deberías estar ahorrando para comprarte el Flavin. O el Judd”, sintetiza mi querido Harr. De momento, recuerden la fórmula mágica: minimalismo y ochentismo equivalen a que Melania importa más que Donald.Todo es posible en 2017.