Harper's Bazaar (Spain)

LENTO TREN DESDE GARMISCH

- por Martha Gellhorn Enero de 1937,

UN COCHE ALARGADO, gris por el polvo, aceleraba por la calle principal de Garmisch. La gente que iba en bicicleta tenía que subirse a las aceras y los peatones se apretaban contra los portales buscando cobijo; todos contemplab­an la escena con enojo. La chica que iba en el coche se encogía en el asiento: los caminantes y ciclistas apenas podían ver su pelo, movido por el viento como si fuese una deshilacha­da bandera amarilla. El chico, al volante, estaba quemado por el sol y llevaba gafas oscuras, un polo y un rictus asomando en los labios. Pasaron frente a las casas pintadas de colores y las tiendas de chucherías típicas bávaras, y el vehículo giró hacia la derecha al fnal del pueblo, dejando a su paso una creciente columna de polvo. En la estación, el chico echó el freno y el automóvil se detuvo, derrapando ligerament­e con un chirrido agudo y estridente. Salió el primero, corriendo unos pasos por delante de ella hacia donde esperaba el tren en dirección Múnich. Subió el equipaje a un portamalet­as en el vagón de tercera y se volvió hacia ella. “Adiós”, dijo. Ella lo observó e intentó pronunciar algo. Nadie hablaba en el tren. El sol brillaba refejado en los limpios bancos amarillos de madera. “Adiós”, dijo de nuevo. La chica cerró los ojos con tanta rapidez que él llegó a preguntars­e más tarde si realmente lo había hecho. La cogió gentilment­e por los brazos y le dio un beso en cada mejilla. Por un momento, ella se inclinó contra su cuerpo, pero, de repente, se incorporó como si hubiese recordado algo y lo miró con intensidad. Todavía podría ocurrir algo, algo que ella anhelaba. El revisor llegó para cerrar las puertas y el chico saltó del vagón hacia el andén. Se despidió con la mano. El tren comenzaba a moverse y la chica se abalanzó hacia la ventanilla para ver si, pese a que ya no había tiempo para ello, él hacía alguna otra señal, cualquiera que fuese la señal que ella necesitaba o deseaba. Él saludó de nuevo. Le sonrió a modo de respuesta, como haría una niña que acaba de hacerse daño, pero que, por un momento, en su aturdimien­to, intenta parecer valiente. Se alejó de la ventanilla y cruzó el pasillo hasta su asiento donde, tras cubrirse los ojos con la mano, apoyó la cabeza contra el cristal y comenzó a sollozar.

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Vestido de Worth y maleta de Louis Vuitton, en una ilustració­n de HARPER’S BAZAAR (1929).

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