RUTA DE ESCAPE CARIBEÑA
Febrero de 1953, LOS ESCARPADOS BOSQUES de Morne Diablotin separan el tormentoso barlovento de las calmas olas de sotavento. Nuestros caballos cabalgan durante días a través de una inmensa fragosidad verde. Así es el mundo antes del otoño. Montañas y cañones, rebosantes de verdor, nos rodean con altas hojas y hacen que nos perdamos en frondosos laberintos. Lagos sin fondo, tenebrosos, reciben el agua de misteriosos vertientes. Unos colibríes meten sus picos en las trompetas de los hibiscos, mientras sobrevuelan loros azules y el solitario gorgirrufo, ese escaso y solitario pájaro, canturrea en lo alto de las oscuras ramas, cubiertas de lianas. Aquí están los calveros de los Carib, el reino de aquellos últimos supervivientes indios cuyas fechas envenenadas se resistieron a la llegada de los primeros conquistadores [ndt: en español en el original]. Lamento decir que solían ser caníbales. Devoraban a sus rivales y se desposaban con sus viudas.Ahora podemos verlos bajo las ramas de los cocoteros, entretejiendo cestas y arreglando sus aparejos de pesca: criaturas de pelo negro y piel bronce con ojos bellos y caídos como los modelos de Gauguin. A las afueras de Roseau, encontramos un último placer: los jardines botánicos más bellos que haya visto nunca. En esta cálida tarde nos tumbamos en la hierba, mientras a lo lejos se aprecian unos maravillosos árboles de nombre desconocido, cuya sombra se alarga y se encoge a medida que el sol se mueve sobre este dulce jardín del Edén. El humo de mi cigarro deriva con parsimonia por entre los troncos de los muchos banianos bajo los que nos cobijamos. El atardecer avanza, y tú pronto te duermes y yo me escapo de puntillas, lejos, muy lejos, por encima del Mar de los Sargazos y las Azores, entre las brumas boreales.