EDUARDO CASANOVA
De niño actor a joven y osado realizador, elogia la diferencia en su primer largometraje.
CUANDO Eduardo Casanova solo era Fidel, el crío homosexual, desafiante y charlatán de la popular serie Aída, su compañero de reparto Paco León dijo de él que lo veía como un “artista total, una especie de Dalí o McNamara” y que, pese a su corta edad, le daba “lecciones de vida”. Casanova (Madrid, 1991) fue un actor precoz que en plena adolescencia anunció su verdadera vocación: escribir y dirigir cine. Quien conozca sus ocho cortos (rodados desde los 17 años y sufragados con el dinero que ganaba actuando), quizá no se sorprenda tanto con Pieles, su primer largo. El resto queda advertido: estamos ante una película al límite, incómoda, perturbadora y nada fácil de digerir, un canto a los mundos paralelos, donde el color (rosa) y el dolor (de todo lo diferente) desmonta la idea de monstruosidad. “Siempre he vivido con el deseo de crear un universo alternativo con mis reglas y mis colores”, asegura Casanova sobre el tinte que impregna todo el metraje de Pieles y que forma parte de una estética capaz de convertir el tono naíf por excelencia en el más demoniaco. “No me interesa lo bonito, me inquieta lo que no entiendo. En el mundo ocurren sucesos extraños que nadie explica y el rosa me pareció una línea editorial perfecta para contar cosas muy oscuras”, añade sobre una película de historias cruzadas que nació de un deseo:“Desde hace mucho tiempo, me he preguntado cómo viven los que no tienen una cara como la de los demás. Esas personas físicamente distintas, o lo que la gente entiende por distintas, y que en ningún caso me gusta llamar malformadas”. El referente más obvio es, claro, Tod Browning y su incomparable Parada de los monstruos (1932), aunque aquí también palpita el cine de David Cronenberg, John Waters o Todd Solondz. Pese a todo, Casanova pisa tierra:“Esta película la escribí deambulando por El Corte Inglés. La realidad es un lugar misógino y aburrido, pero perfecto para encontrar inspiración.Yo lo comparo con hacer una tarta: en el armario de lo real encuentro el azúcar, la harina, las virutas de chocolate..., pero no el pastel delicioso que te comerás después. Esta es una película de raros hecha por gente rara”.Y añade: “Desde que era niño, la polémica y la controversia van conmigo. Creo que el arte está para romper esquemas y que la gente se replantee cosas. Cuando vemos a alguien extraño, pensamos que no es como nosotros y eso no es verdad. Lo que defende esta película es que debajo de la piel todos somos iguales”. Con todo, admite que su madre se tapó la cara durante la proyección,“y eso que se ha asustado más con otras historias mías. Pieles es como una montaña rusa, te da pánico, pero a la vez te encanta. No te quieres montar, pero haces la cola, y te montas. Gritas, sueltas adrelina y te ríes. Sientes asco y pena, alegría y tristeza. Es una experiencia y todo el mundo quiere vivir una nueva experiencia, ¿no?”.