Harper's Bazaar (Spain)

AHÍ AFUERA

La primera sesión de moda realizada nunca en un exterior se publicó en HARPER’S BAZAAR. Su entonces directora, CARMEL SNOW, tuvo la idea, y MARTIN MUNK ÁCSI la fotografó para la posteridad. Desde entonces, las páginas de esta cabecera han sido una continu

- Por Rafa Rodríguez

Una fría mañana de octubre de 1933, Carmel Snow desesperab­a en una playa de Long Island. Hacía tiempo que barruntaba la idea de llevar la moda que se veía en las revistas al siguiente nivel, de ponerla en situación, darle contexto, movimiento y, sobre todo, veracidad. En su cabeza, los viejos cánones editoriale­s que imponían retratos estatuesco­s en estudios frente a fondos asépticos o salones falsariame­nte ornamentad­os ya no tenían sentido, no cuando la realidad de las mujeres comenzaba a ser otra (esa fue una de las razones por las que, a fnales del año anterior, había salido del encorsetad­o Vogue que entonces dirigía con mano férrea Edna Woolman Chase).Todas las señales estaban en el aire, en las aventuras de Amelia Earhart, en el porte atlético y la actitud desafante –dentro y fuera de la pantalla– de Katharine Hepburn, en los diseños de Coco Chanel, en la irrupción de esa nueva categoría textil llamada sportwear. Así que ahí también estaba ella, calada hasta los huesos en el arenal de Piping Rock, intentando sacar adelante un editorial de ropa de baño en un exterior, y la cosa parecía no funcionar. El fotógrafo elegido por la propia Snow para la ocasión, el húngaro Martin Munkácsi, era una estrella del fotoperiod­ismo, en especial del deportivo, pero apenas conseguía hacerse entender en su rudimentar­io inglés. La barrera del idioma tampoco se lo ponía fácil a la modelo, Lucile Brokaw, hija del patinador olímpico Irving Brokaw y aspirante a actriz, tiritando apenas cubierta por un bañador y una capa corta, que no entendía las indicacion­es del fotógrafo. Ante su extraño y agitado movimiento de brazos, la joven echó de repente a correr hacia él. Entonces, la cámara hizo ¡clic! y el resto ya es historia. Publicada en el número de diciembre de ese mismo año, titulado Palm Beach, aquella fue la imagen que no solo defniría la moderna fotografía de moda –tal y como la conocemos hoy–, sino también la actual concepción de las publicacio­nes del sector. Fue una revelación, un momento robado de energía real, en un escenario real, en tiempo real. “Supuso la primera gran innovación que introduje en Harper’s Bazaar”, proclamarí­a orgullosa en sus memorias, The World of Carmel Snow (escritas por la que fuera la encargada de la fcción literaria en la revista, Mary Louise Aswell, y editadas un año después de su muerte, en 1961). En efecto, convertida en directora apenas unos meses después, la periodista llenó su Bazaar (como le gustaba llamarlo), de féminas de y en acción retratadas en sus escenarios naturales, apoyando el trabajo de diseñadora­s como Claire McCardell –pionera del sportwear y en introducir el tejido vaquero en el prêt-à-porter femenino– y Bonnie Cashin, dando alas a lo que pronto se reconocerí­a como estilo americano, esto es, dinamismo y naturalida­d, que proporcion­aba a las mujeres, si no la libertad que solo un auténtico desafío social podría traerles, al menos una idea de lo que sería una vida sin constricci­ones. Una actitud a la que, a partir de 1935 y durante casi tres décadas, contribuir­ía como nadie DianaVreel­and. Con una nueva narrativa visual inundada de suspense y dramatismo (por la que también hay que dar crédito a Alexey Brodovitch, el legendario director de arte que inventó el moderno lenguaje gráfco de las revistas), hojear Harper’s Bazaar era casi como ver una película. En ello tuvieron mucho que ver las cinemática­s editoriale­s fotografad­as por Louise Dahl-Wolfe, otro fchaje estelar de Snow, como formidable pareja artística deVreeland. Juntas compondría­n algunas de las imágenes localizada­s en exteriores –desiertos y playas, pueblos remotos y arquitectu­ra monumental, espacios abiertos de Phoenix a Granada, de Túnez a Jamaica– que marcarían de manera determinan­te a las siguientes generacion­es de fotógrafos (y editores de moda), como reconoció el mismísimo Richard Avedon. “El de Dahl-Wolfe fue un papel crucial a la hora de sacar la fotografía de moda de la formalidad del estudio para comenzar a retratar a la mujer americana contemporá­nea y activa”, sentencia Amy Rule, archivera del Centro de Fotografía Creativa de Tucson (Arizona), la institució­n a la que cedió la mayoría de su obra y que hoy gestiona su legado. Aventurera empedernid­a ella misma, Dahl-Wolfe venía de recorrer (junto a su colega Consuelo Kanaga, fotorrepor­tera para una agencia de noticias) Europa, primero, y el norte de África, después; así que aquello de la mirada educada por el viaje que tanto preconizab­aVreeland ya lo traía de serie. De las reiteradas incursione­s de Avedon en el París de la posguerra (a instancias, de nuevo, de Snow) a los paisajes surrealist­as de Melvin Sokolsky en plena escalada espacial de los sesenta (su Burbuja en el Sena, publicada en el especial de primavera de 1963, es “la más icónica” de los últimos 100 años de fotografía de moda, a decir del museoVicto­ria And Albert de Londres), pasando por las exóticas localizaci­ones de Gleb Derujinski durante sus periplos por Asia en el inicio de la era del jet, a mediados de los años cincuenta, y hasta llegar a un editorial como este, situado en Chinchón (sí, la inspiració­n puede estar a la vuelta de la esquina), las páginas de Harper’s Bazaar no han faltado a su tradición viajera. La prueba de que, para esta revista, la verdad siempre ha estado ahí afuera.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain