Harper's Bazaar (Spain)

UNA CASA EN SICILIA

- por Truman Capote

Enero de 1952, FONTANA VECCHIA, vieja fuente. Así se llama la casa. Pace, paz: la palabra tallada en el dintel de piedra. No hay fuente; sí había, en mi opinión, algo parecido a la paz. Es una casa rosa que domina un valle de almendros y olivares que se hunde en el mar. Se perciben días despejados más allá del agua en la península de Calabria, la punta del pie de Italia. A nuestras espaldas, un camino rocoso y oscilante transitado sobre todo por agricultor­es… Antes del amanecer, cuando las decadentes estrellas pasan ante la ventana del dormitorio gruesas como lechuzas, comienza a escucharse un alboroto que proviene del empinado y a menudo peligroso camino que desciende de las montañas. Son las familias de granjeros que se dirigen al mercado de Taormina. Piedras sueltas entrechoca­n bajo las sufridas pezuñas de unos mulos sobrecarga­dos; hay risas distantes, iluminadas por luces oscilantes; es como si las lámparas hiciesen señales a los pescadores que están en la distancia, que recogen sus redes en ese momento. Más tarde, en el mercado, los granjeros y los pescadores se reúnen... Si se pone en entredicho la frescura de un pescado, la madurez de un higo, dan un gran espectácul­o. Sì, buono: tu cabeza se ve empujada hacia abajo para que pue- das oler el pescado; te dicen, con una intensa y amenazante expresión de hastío, lo delicioso que es todo. Siempre me intimidan; no ocurre así con los pueblerino­s, que ojean fríamente los pequeños tomates y nunca dudan en olisquear un pez o toquetear un melón. La compra, y el preparar la comida, es un problema universal, soy consciente de ello; pero, después de unos pocos meses en Sicilia, hasta el ama de casa más habilidosa podría plantearse el suicidio. No, exagero: la fruta, al menos cuando empieza su temporada, es más que excelente; el pescado es siempre bueno, al igual que la pasta. Me han dicho que es posible encontrar carne comestible, pero nunca he tenido la fortuna. Además, la variedad de verduras es parca; en invierno, escasean los huevos. Aunque, por supuesto, el problema principal es que no sabemos cocinar, y me temo que tampoco sabe nuestra cocinera. Es una chica enérgica, encantador­a, algo superstici­osa: por ejemplo, nuestra factura del gas es a veces astronómic­a debido a lo mucho que le gusta fundir inmensas ollas de plomo en el fogón, para después hacer con el plomo fguras talladas. Mientras se limite a hacer platos sicilianos sencillos, muy sencillos y muy sicilianos, el resultado es, desde luego, al menos algo que comer.

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