PÍNTALA OTRAVEZ, MAX
El pintor de l a psicodelia ha vuelto a la moda.Y, de alguna manera (o por eso mismo),también a estar de moda. Que suceda justo ahora, cuando se celebra el 50 aniversario del llamado primer verano del amor (el de los hippies con fores en el pelo, que cantara Scott McKenzie), no podía ser una casualidad. “Ya me gustaría a mí que tuviéramos otro año como aquel. Pero los tiempos han cambiado…”, dice un nostálgico Peter Max. No hace falta haber vivido los sesenta, ni siquiera los setenta, para reconocerlo: sí, se trata del ilustrador que defnió el lenguaje gráfco de su tiempo, uniendo música rock y arte pop en una obra plástica de repercusiones comerciales colosales que ya hubiera querido para sí el mismísimo Andy Warhol.“Retrato de un artista como un hombre rico”, tituló la revista Life, parafraseando a James Joyce, en su portada del 5 de septiembre de 1969. Pero asegura Max que lo suyo nunca ha sido por dinero:“Lo que siempre me ha motivado es ver a la gente colgando mis pósters en las paredes de sus casas, llevando mi arte a todas partes en la esfera de un reloj. Me entusiasmaba la idea de que quizá un niño estuviera durmiendo entre mis sábanas plagadas de estrellas y que soñara con el espacio exterior”. Así que no, la colaboración con Wrangler que ha conseguido hacer sonar su nombre como hace medio siglo no tiene nada que ver con una mera transacción económica. De hecho, esta es su segunda aventura conjunta con la etiqueta vaquera estadounidense –la de los cowboys de verdad, que es lo que signifca su nombre–, otros casi 50 años después de la primera.“Se pusieron en contacto con mi estudio porque estaban planeando algo grande por el 70 aniversario de la marca. Entonces les sugerimos que deberían festejar su cumpleaños y el del verano del amor a la vez con una nueva colección basada en aquellos diseños que yo les había hecho en la época. Aunque la imagen actual sea diferente, estoy encantado de que Wrangler haya querido recuperar mi estilo sesentero”, explica el artista, aún muy activo a sus casi 80 años (los cumplirá en octubre). Nacido en Berlín, en 1937, Max siempre quiso ser americano. Pero una infancia y adolescencia nómadas le llevaron primero a vivir en China, Israel y Francia. La de historias fascinantes que tiene que contar. Una:“A los diez años, fui con mis padres de viaje a las montañas del oeste de China, cerca de la frontera con el Tíbet. Una noche, a 3.000 metros de altitud, bajo un manto de estrellas, conocí a un científco alemán que me enseñó las maravillas del espacio. Entonces decidí que quería ser astrónomo, aunque al fnal acabara estudiando arte”. Otra: “Solía ir a los templos budistas de Shangái, donde vivía, para ver a los monjes pintando sus caligrafías sobre enormes rollos de papel de arroz. Usaban unas largas brochas que movían utilizando todo el cuerpo, como si estuvieran practicando taichí. Aquello infuyó en mi manera de pintar, aún hoy lo hace”. Unas cuantas clases con un pintor fauvista austriaco en Israel (“De él aprendí el sentido del color”) y en los talleres que el Louvre de París impartía los sábados por la mañana (“Me llevó mi madre y allí quedé fascinado por el realismo”) más tarde, Peter Max ponía al fn rumbo a su destino soñado y nacía el artista. Tercera historia: “Para mí, América signifcaba creatividad. Lo sabía por las películas que veía de niño en Shangái, por los cómics de superhéroes que leía, por la música que escuchaba en la radio… Cuando aterricé en Nueva York, unos primos que habían ido a recibirme al aeropuerto me obsequiaron con el uniforme de rigor: ¡una camiseta y unos vaqueros!”. Estar en el sitio adecuado en el momento preciso hizo el resto. Su interés por el yoga le puso en contacto con el gurú indio Satchidananda Saraswati, al que invitó a Nueva York (y que se convertiría en el orador que inauguró el histórico festival de Woodstock con su llamada a la paz, en 1969).Y, con él de la mano, se hizo amigo de Jimi Hendrix, George Harrison, Steve Tyler… Su estilo cósmico y
colorista, mezcla de art nouveau y déco y diseño gráfco, lo aupó como el rey del arte psicodélico.“Estábamos John Alcorn, Seymour Chwast, Milton Glaser… Todos compartíamos las mismas infuencias.Teníamos bastante en común, pero cada uno era único”, dice, y con eso zanja la polémica sobre si su paisano, el también teutón Hans Edelmann, le copió o no cuando se encargó de los dibujos de la película animada de The Beatles, El submarino amarillo (1968). “Los sesenta supusieron una gran revolución cultural que dio origen no solo al pop y al rock, tal y como los conocemos en la actualidad, sino también a los movimientos pacifstas, al despertar de la conciencia medioambiental, la vida orgánica y el yoga, la lucha por los derechos de los animales… No creo que haya existido otro momento igual”, continúa el artista –activista ecologista, animalista y vegano recalcitrante tiempo ha– que, con todo, no dudó en cortar por lo sano con su leyenda psicodélica en cuanto su multimillonario merchandising amenazó con merendarse su carrera como pintor. “Sí, me preocupaba que mis productos artísticos distrajeran a la gente de mi trabajo, digamos, serio”, confesa. “Aunque, para mi sorpresa, el Smithsonian [el que puede considerarse el museo nacional estadounidense, encargado de preservar el legado cultural del país] decidió un día inaugurar su programa de exposiciones itinerante con una monográfca sobre mi obra, en el Young Museum de San Francisco.Y allí, Elsa Cameron, la comisaria, le dedicó una sala entera a mi merchandising porque, como me diría después, creía que era una forma estupenda de acercar el arte a la gente”. Max vive centrado en sus óleos desde mediados de los setenta, que sigue ejecutando en su estudio neoyorquino. A lo que no ha renunciado, eso sí, es a su proverbial estilo cromático (asegura que padece sinestesia, una peculiaridad neurofsiológica que permite a quien la tiene oír los colores o ver la música). Convertido en pintor ofcial de la Estatua de la Libertad (la retrata cada año, coincidiendo con el 4 de julio, desde 1976), sorprende saber que prácticamente todos los presidentes de Estados Unidos, a partir de Jimmy Carter, han sido o son coleccionistas de su obra. Sí, también Ronald Reagan, que no podía detestar más a los hippies. “Al primero que retraté fue a Kennedy, aunque nunca llegué a conocerle. Fue con Carter con quien comencé a establecer esa relación de amistad presidencial: Bush padre e hijo, Clinton y Obama. De Clinton llegué a pintar un centenar de cuadros y hasta me invitó a exponer en el centro de arte que lleva su nombre en Little Rock”, cuenta. De Donald Trump, ni mú. Su regreso por y para la moda no será, en cualquier caso, para quedarse. Su momento de gloria como diseñador, afrma, ya lo vivió:“Tuve incluso mi propia marca, Peter Max.Y luego, en los años noventa, volví a la carga con una nueva línea de corbatas, trajes de baño y otras prendas, que comercialicé con otra etiqueta, Neo Max [que American Apparel franquició hace unos años, antes de su bancarrota], que hice sobre todo para el mercado japonés”.Y, sí, aquello también era arte:“Descubrí que mis imágenes y la manera en las que las reproducía en pósters y serigrafías también lucían estupendamente en tela: pañuelos de seda, pantalones vaqueros, medias… Para mí, los tejidos no son más que otra forma de lienzo.Y las personas que los llevan puestos se convierten en mi galería andante”.