Harper's Bazaar (Spain)

ARMA SUAVE

Clásica, sin ser conservado­ra, sutil, pero con toque radical, la frma italiana viste desde hace décadas a la mujer más segura de sí misma. IAN GRIFFITHS, su director creativo, revela a HARPER’S BAZA AR las claves de un éxito global que tiene como estandar

- Por Avril Mair

Quién hubiera imaginado que existían tantas maneras de interpreta­r un abrigo camel? Ian Griffiths, claro. Como director creativo de Max Mara, el diseñador británico ha perfeccion­ado dicho arte durante los últimos 32 años.“Podría dedicar toda la vida a reformular­lo”, asegura.“Nunca me canso de hacerlo. En un momento en el que hay tantas marcas en el mercado, Max Mara cuenta con la ventaja del apego de nuestras clientas por los objetos con signifcado.Y el abrigo camel lo tiene”. Al contrario que la mayoría de las etiquetas de lujo, la frma italiana no representa un elitismo refnado, sino más bien un elegante pragmatism­o: el romance de lo cotidiano, por así decirlo. Esa muy cara y precisa discreción, basada en una artesanía exquisita y una herencia que se remonta a su fundación, en 1951, por Achille Maramotti, es la que ha convertido esta empresa familiar en una potencia global, con unas ventas de 1.380 millones de euros en 2015 y más de 2.600 tiendas repartidas entre un centenar de países. En el centro de todo, ese famoso abrigo, lucido por mujeres tan dispares como Amy Adams y Kim Kardashian. No es extraño que sea la mayor compradora de pelo de camello del mundo. El tejido se cepilla meticulosa­mente de un modo específco (“Es muy fácil estropearl­o”, apunta Griffiths) y las suaves espirales resultante­s, llamadas sablé, son tan inconfundi­bles como la doble C de un botón de Chanel. Los abrigos de Max Mara no llevan ningún otro distintivo: si lo sabes, lo sabes.“A muchos diseñadore­s les encanta resaltar lo estridente que son sus prendas.A mí, no. Max Mara siempre sigue el mismo principio básico: ropa real para gente real”, continúa el director creativo de la casa. En más de una manera, el cincuentón Griffiths se asemeja al trabajo que realiza: refnado, meticuloso y poco extravagan­te, a pesar de su acento de Derbyshire. Son las 9 de la mañana de un lunes, una hora algo extraña para entrevista­r a un creativo de la moda vestido con ³

“Nuestra herencia es preciosa, pero no deseamos ser predecible­s. Y la mujer Max Mara tampoco se amolda a las convencion­es” un traje a medida de Timothy Everest mientras prepara un té Earl Grey en la recienteme­nte renovada cocina de su casa del barrio londinense de Highbury. Despliega unos modales impecables y es más ingenioso de lo que cabría esperar. “Tengo el currículo más corto de la industria”, dice divertido. “El Royal College of Arts, Max Mara y ya está. Si alguna vez lanzase mi propia línea, tendrían que denunciarm­e por lo mucho que se parecería a Max Mara. Soy parte de una historia, y esa historia es parte de mí”. Y qué maravilla de historia. “Hice un proyecto para la marca en el RCA y el premio resultó ser un trabajo de por vida”, revela sobre su longevo cargo. No es una exageració­n: cuando su tutor en la Universida­d Politécnic­a de Manchester, el legendario diseñador Ossie Clark, le espetó que no podía pasarse la vida haciendo ropa para chicos que van a clubes nocturnos, Griffiths (que entonces vivía en un piso de protección ofcial en Hulme, con Ian Brown, cantante de Stone Roses, como vecino y salía de festa cada noche luciendo ropa hecha con viejas cortinas y bolsas de la basura) se mudó a Londres, consiguió un trabajo en la celebrada boutique Browns de la calle Moulton y comenzó a tomarse en serio su profesión. “Pasé de ser aquello a esto“, concede, señalando su traje de tweed de corte inmaculado. “Aunque sigo siendo la misma persona con las mismas ideas sobre la originalid­ad”. En una época en la que parece que los directores creativos apenas duran unas pocas temporadas, él cuenta con el lujo de la seguridad, lo que le permite tiempo para explorar un modernismo feminista reducido a su más pura esencia y mostrar una frme determinac­ión para crear una moda tan bella como útil. “Entre nosotros y la mujer a la que vestimos existe un contrato”, explica.“Max Mara entiende las complicaci­ones de su vida. Cómo se viste se mide de modo diferente a como lo hace un hombre; esa mujer confía en Max Mara para que le proporcion­e lo que necesita para sentirse segura y capaz de todo. Atesoro esa confanza como el aspecto más preciado y valioso de mi trabajo como diseñador de esta frma. No se la asocia con lo radical, pero, de hecho, la intención de empoderar a la mujer ha sido siempre nuestra misión desde la época del power dressing de los ochenta. Es solo en los últimos tiempos que resulta aceptable mencionar el feminismo en el contexto del lujo”. Griffiths vive con su pareja y sus dos perros entre Londres y la campiña de Suffolk, pero trabaja en Reggio Emilia, una pequeña ciudad a unos 90 minutos al sur de Milán, donde se fundó la marca y siguen operando sus fábricas. “Estar donde se confeccion­an las prendas hace que el diseño sea más real”, afrma.Aunque creadores como Karl Lagerfeld o Dolce & Gabbana trabajaron de forma anónima

para Max Mara en sus inicios, la mitad del cuidadosam­ente conservado archivo de la empresa es cosa del británico:“Resulta algo muy emotivo.Al pasar los años no te lo planteas, pero, cuando te detienes y lo piensas, te das cuenta de que has hecho algo que es, en su pequeña medida, una parte de la historia”. Pese a que la frma está orgullosa de que se la considere clásica, sería un error verla –y a Griffiths, por extensión– como conservado­ra: “Siempre haremos abrigos camel, pero el mensaje varía cada temporada. Nuestra herencia es preciosa, pero no deseamos ser predecible­s.Y la mujer Max Mara tampoco se amolda a las convencion­es: desea que se escuche su voz”.Algo evidente en pequeños pero notables gestos, como la presencia de la modelo estadounid­ense de origen somalí Halima Aden, musulmana practicant­e, en el desfle de este otoño/invierno llevando un abrigo camel con hijab a juego.“Para mí, no hay duda: aquí, en Londres, si paseas por la calle puedes ver a muchas mujeres con velos vistiendo Max Mara. ¿Por qué debería sorprender que ocurra lo mismo en la pasarela?”, inquiere. Esta actitud es también evidente en la colaboraci­ón con el artista chino LiuWei,presentada en Shanghái,en diciembre de 2016.Aunque la marca tiene su propio museo de arte contemporá­neo (Collezione Maramotti), y patrocina un premio bienal para artistas femeninas junto a la londinense­Whitechape­l Gallery, la moda en sí se mantiene por lo general separada. El espectácul­o, llamado Monopolis!, mezclaba la línea pre-fall 2017 con una colección cápsula de 11 piezas que el director artístico yWei crearon al alimón “para una mujer en la jungla de asfalto que se dirige a lo más alto. ¿Cómo lidiar con un lugar así? Las prendas que visten son su armadura”. Es un sentimient­o que se puede aplicar por igual a cualquier diseño de Ian Griffiths. Puede parecer un improbable revolucion­ario, pero la tranquila y serena belleza de su trabajo no deja duda.A veces, menos es realmente más.

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La modelo Halima Aden, con abrigo camel y hijab a juego, y uno de los nuevos bolsos en el desfile de este otoño / invierno. Arriba, moodboard de la línea pre-fall 2017, presentada en Shanghái (abajo). A la dcha., Ian Griffiths en su estudio.
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 ??  ?? Bocetos de la colección pre-fall 2017 (izda.) Dcha., Gigi Hadid y Tami Williams con sus versiones de esta temporada.
Bocetos de la colección pre-fall 2017 (izda.) Dcha., Gigi Hadid y Tami Williams con sus versiones de esta temporada.

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