Jerónimo Elespe, una obra con memoria
Se formó en Nueva York donde inició una exitosa carrera. Cuando lo fácil habría sido quedarse allí, JERÓNIMO ELESPE volvió a su Madrid natal para ver fluir su obra minuciosa, casi obsesiva y cargada de recuerdos.
Con 19 años Jerónimo Elespe (Madrid, 1975) se fue a estudiar el equivalente a Bellas Artes a Nueva York y después continuó en Yale. Se quedó viviendo en Manhattan hasta los treinta y tantos, cuando regresó a su ciudad natal. «Yo era un artista totalmente americano y quería probar mi pintura en el panorama artístico europeo y español», reconoce. Inmediatamente Soledad Lorenzo lo fchó para su galería y, cuando esta decidió jubilarse, lo hizo Elena Ochoa Foster. «La escena americana es muy enriquecedora pero existe un exceso de diálogo que te puede llegar a distraer. Necesitaba alejarme y concentrarme. Además, si no manejas bien ese entorno, corres el riesgo de convertirte en un artista demasiado local, he visto cómo le sucedía a muchos. De igual forma, si manejas bien la escena madrileña la puedes convertir en internacional y cosmopolita. Es posible tener aquí tu base y viajar, y es una ciudad a la que ahora mismo viene mucha gente». Una visita a su estudio transmite la idea de que su manera de trabajar podría parecerse más a la de un escritor que a la de un pintor: reclinado en una pequeña silla sobre su escritorio de madera, rodeado de tarjetas, plumas y tinta china, los pinceles y tubos de pintura perfectamente ordenados… Ha reproducido este estudio prácticamente igual en todas las casas en las que ha vivido, desde Brooklyn hasta ahora, en el barrio de Ópera de Madrid.Trabaja por la noche, cuando la memoria tiene menos distracción para volar libre. Pinta casi siempre sobre aluminio, una superfcie que le permite añadir capas y eliminar otras para ver qué quedó debajo. «Mi pintura funciona como una metáfora de la memoria. Parte de algo biográfco, espacios que he habitado o gente que conozco, son experiencias muy auténticas y reales que con el tiempo se convierten en fcciones.Acaba siendo más importante cómo recuerdas las cosas que cómo sucedieron en realidad. Esa superposición de capas y la construcción poco a poco de su propia realidad es una de las cosas que me interesa de la pintura», argumenta ante su mesa de trabajo. Para el espectador no siempre es evidente esa materia que contiene el ADN del cuadro, pero ahí está y con eso basta. Como los miles de extras que William Wyler contrató para hacer Ben-Hur aunque a la mayoría nunca se les llegó a ver en pantalla. En su nueva exposición en Madrid (en septiembre tiene otra en Nueva York) se podrá ver un cuadro que comenzó en 2003 y no ha dejado de retocar en estos años, poniendo y quitando hasta convertirse en una abstracción que poco tiene que ver con la imagen de la que partió. «Todavía recuerdo cuando lo empecé», aclara. Esta forma de crear requiere calma y tiempo.Algo que no siempre es posible en la vorágine del mundo del arte, con la tentación del éxito, el dinero y del más vale pájaro en mano. «Sucede en la literatura, la música, el cine… A quien gana un Oscar le llueven los guiones y es difícil decir no porque tres años después a lo mejor se han olvidado de ti. Es importante sentir que el dominio de tu carrera lo tienes tú y no el mercado». De sus años viviendo en Estados Unidos se trajo entre otras cosas, esa energía del ‘si quieres, puedes’ y del perseguir con pasión ese sueño. «Eso es muy americano –relata–, allí aprendí a trabajar siete días por semana».Ahora lo hace con la galería Maisterravalbuena. «Sus dueños y yo pertenecemos a la misma generación y es bonito crecer juntos. Hay mucha gente nueva en Madrid haciendo cosas interesantes y me gusta ser parte de ello».
«M i pintura funciona como una metáfora de la memoria […]. Acaba siendo más importante cómo recuerdas las cosas que cómo sucedieron en realidad»