Juan Vidal, una vida de moda
Talento precoz de la industria patria, JUAN VIDAL enarbola la bandera de la madurez estética mientras busca la internacionalización de su frma homónima. Una clientela fel y su capacidad para reinventarse constituyen sus mayores activos en este reto superl
A JUAN VIDAL (Elda, 1980) esta profesión le pilló con el pie cambiado. Ni el negocio de su madre, una boutique multimarca, ni el oficio de su padre, último sastre de un linaje con más de 150 años de histor ia, le disuadieron de cursar la carrera de Bellas Artes. «No quise hacer moda porque no sabía si iba a poder estar a la altura de mis padres, si estaba capacitado para llegar a su nivel de profesionalidad. De hecho todavía no sé si lo estoy», confiesa. A tan ‘bello’ experimento le puso fin un compañero de piso de Barcelona, estudiante de moda en Felicidad Duce, cuyos proyectos y trabajos despertaron los celos de este diseñador en ciernes. «Todo lo que se traía a casa me gustaba. El desarrollo de colecciones, de patrones, las fichas técnicas, los dibujos, el análisis de volúmenes… Todo me parecía mucho más interesante que cualquiera de mis tareas y me daba mucha envidia. Vivía con la sensación constante de estar perdiendo el tiempo. Así que terminé el primer ciclo de Bellas Artes, me armé de valor y le dije a mis padres que quería estudiar la carrera de moda. La respuesta de mi madre fue que ella ya lo sabía desde hacía mucho tiempo», recuerda. Tampoco la finalizaría, aunque esta vez por razones muy diferentes. «En el último año tuve la oportunidad de hacer prácticas con Asier Tapia, por aquel entonces diseñador de la colección de mujer de Antonio Miró. Me introdujo en el sector y me presentó a un par de concursos de los que gané uno [el certamen local MODAFAD]. Entre las prácticas y elaborar dosieres no me quedó tiempo para prepararme los exámenes. Nunca me preocupó, en esta profesión lo importante no es tener un título, sino demostrar tus habilidades», defiende.
Un casting, realizado entre todos los alumnos de escuelas de moda de la Ciudad Condal, le brindó la posibilidad de participar en la pasarela de Barcelona, en la que debutó con tan solo 26 años: «Fue el momento en el que Josep Font decide desfilar en París y se queda un hueco libre que decidieron llenar con un joven talento. Mi currículo y mi porfolio, que era mayor que el de los demás, decantaron la balanza a mi favor». Tras aquella colección, inspirada en los bailes de graduación de los países del este, comenzaría un periplo por otras pasarelas alternativas (Valencia y el Ego de Cibeles) desembocando en 2013 en la Mercedes-Benz Fashion Week Madrid. Y todo esto, sin ni siquiera quererlo.
«Crear mi propia firma nunca había sido una prioridad. No estaba dentro de mis planes. Lo que ambicionaba era tener un dosier bueno para poder irme a Italia a trabajar en el equipo creativo de una empresa de moda sin tener que empezar en el último escalón. Nunca había tenido esa ansia de sobresalir, no busqué la fama en ningún momento», se sincera. Con un pequeño espacio dedicado a sus colecciones en la tienda de su madre en Elda –«Empecé a mostrar allí mis diseños y la verdad es que tenían bastante aceptación»–, Juan Vidal se encontró en la encrucijada de tener que decidir si seguía con el juego o por fin hacía de su marca su modo de vida. «Llegó un punto en el que me di cuenta de que mis diseños gustaban y que ya tenía gente a mi alrededor formando un equipo. Entonces decidí dar el salto internacional y
hacer la primera feria fuera de España». La casualidad quiso que Domenico Dolce y Stefano Gabbana pasaran por delante de su stand, se fijaran en sus diseños y acabasen con aquella colección en Spiga2, la tienda multimarca que el dúo de creadores tiene consagrada a los jóvenes talentos. «Aquel fue el punto de inflexión de mi carrera, me abrió las puertas de muchos sitios.Y entonces supe que ya no había marcha atrás», relata. Más de un lustro y una decena de desfiles después, Juan Vidal sigue luchando por consolidar su discurso estético, rico y ecléctico, mezcla de lo vivido y de una constante reflexión interior. «Mi madre tenía una clientela fija y los diseñadores acababan muriéndosele», cuenta. «No podía mantener Armani durante ocho años porque no podía venderle el mismo traje gris a la misma señora temporada tras temporada. Así que había una constante evolución en su tienda. Solo fue fiel a Franco Moschino, porque este tenía la capacidad de mutar en todas las colecciones.Y eso es lo que intento hacer yo en cada desfile, nutrir a esa clienta con nuevas fantasías para que no se canse de mi producto ni de mí, de quien soy ni de lo que hago». Esa capacidad de mutar sin perder su esencia –«Mis colecciones tienen un nexo de unión, porque todas salen de una misma cabeza, la mía»– define a este creador, concienzudo en su trabajo y libre en sus influencias, que ahora mismo se encuentra en una etapa introspectiva con la que coger carrerilla para afrontar el futuro. «Me pillas estudiándome a mí mismo. Hay ciertos valores que considero que pertenecen a la marca y también a mi forma de entender el mundo y a la mujer. Me gustaría acabar de asimilarlos o creérmelos para ser capaz de reinter pretarlos o traducirlos constantemente». Mimado desde hace años por prensa y público, su objetivo próximo pasa por la internacionalización de su firma, en la que su equipo lleva inmerso desde hace meses, aunque sus deseos confesables sean algo más mundanos: «Esta industria es tan poco estable que me cuesta mucho pensar en el futuro. Pero mi sueño, al fin y al cabo, es bastante simple. Solo quiero poder olvidarme de todo lo que rodea esta profesión y centrarme en lo que realmente me gusta, que es crear».
«INTENTO NUTRIR A ESA CLIENTA CON NUEVAS FANTASÍAS PARA QUE NO SE CANSE DE MI PRODUCTO NI DE MÍ»