Viviendo rasé por Josie
Desde que llegué a HARPER’S BAZA AR he querido contar la historia de PIEDITA DE HOHENLOHE-LANGENBURG, autora de una de las autobiografías más fascinantes que he leído nunca. Pero no podía hacerlo sin reunir a estas cuatro generaciones de mujeres descendientes de ella, que traen a estas páginas las lecciones de vida escondidas tras la fastuosa existencia de una fgura irrepetible.
Como devorador de biografías que soy, he comprendido a través de ellas que los hechos que componen estas vidas presentadas a través de los textos no suceden de modo casual.Tampoco en mi propia vida considero una casualidad el que llegase a mis manos un libro recóndito, de serie mínima y descatalogado, escrito directamente para que los miembros de la linajuda familia Hohenlohe-Langenburg conocieran la maravillosa juventud de su antepasada Piedita, marquesa de Belvís. Todo ocurrió una tarde de primavera en la biblioteca de mi querido amigo José María Alzola (a quien tanta inspiración debo y con quien tanta afición por la belleza de la vida comparto). Colapsada la estancia por la verbena floral de Golconda de Jar (su perfume favorito) y por los lomos rojos y dorados de su colección de libros nobiliarios, destacaba entre aquella serie uno azul marino que despertó mi curiosidad. Al cogerlo reconocí un doble escudo bajo una corona principesca en su tapa, con dos leones tumbados y un sol. ¿Dónde había visto yo ese escudo antes? Fue entonces cuando leí el título del volumen: “Érase una vez…” Bocetos de mi juventud, por la princesa Max de Hohenlohe-Langenburg (Piedad deYturbe, marquesa de Belvís).Y claro, al leer ‘Hohenlohe’ caí en que ese escudo lo había visto yo en Marbella: «¿No es el del Marbella Club?», pregunté a Alzola. «Claro, son las memorias de juventud de Piedita, madre del príncipe Alfonso, fundador del Marbella Club. Están escritas sin apuntes previos y de memoria por eso es como si ella misma te hablase en voz alta, llévatelo porque te encantará», me respondió el gurú. Aquella misma noche comencé a leer esos bocetos que no solo me descubrieron a Piedita, sino que fueron una inmersión en la Belle Époque de su mano y en primera línea de visión de ese gran mundo desvanecido tras la Primera Guerra Mundial, cuyas maravillas nos resultan tan difíciles de creer a los que hemos nacido a este otro lado de la historia.Y digo primera línea, porque Piedita nacerá de un matrimonio altamente privilegiado y bien relacionado que aunaba el poderío económico mexicano de su generoso padre, don Manuel deYturbe, con el aristocrático linaje español de una madre malagueña descendiente de Ramiro II de León, doña Trinidad von Scholtz, duquesa de Parcent. A ella dedica Piedita sus memorias porque será su modelo a seguir y quien proporcione a su marido una carrera diplomática que los llevará de París (donde nace ella en 1892) a Berlín, pasando por el
«PUEDES PERDERTESOROS MATERIALES PEROJAMÁSLA DIGNIDAD[…]Y ESACAPACIDAD QUETENÍAMI ABUELADE EMPEZARDESDE CEROSIEMPRECON UNASONRISA» ANNA GAMAZO
Londres victoriano o la corte de Viena y, por supuesto, viviendo la decadencia mágica de la flor y nata madrileña contemporánea a la caída de nuestro imperio. «Mi abuela vivió de cerca los hechos históricos más importantes de su tiempo y gracias a su compromiso humanístico, sus viajes, fiestas, círculo de amistades y formación espiritual desarrolló una personalidad única que le permitió afrontar los vertiginosos cambios vitales sin una queja, siempre con una sonrisa y espíritu positivo». Esta declaración proviene de su nieta Anna Gamazo, el día que tuvo lugar esta sesión de fotos en la que un nutrido grupo de descendientes, féminas de todas las edades, posaban para Harper’s Bazaar en recuerdo de Piedita y estas declaraciones son muy valiosas para el lector como una perspectiva imprescindible para entender a lo largo de este texto una vida que cambiará radicalmente al ritmo de los acontecimientos dramáticos que liquidarán los imperios europeos y el gran mundo en el que ella nació y creció. Como periodista de moda y rastreador de estilos de vida que puedan inspirar a los demás, quedé atrapado por los relatos de moda que atesora Piedita y que me engancharon a sus bocetos desde el primer momento: el viaje a Rusia para asistir a la coronación del zar Nicolás II (con su madre vestida con un traje confeccionado con encajes de punto deVenecia que el cardenal Mazarino llevó en la coronación de Luis XIV), sus anécdotas infantiles con su primo Carlos de Beistegui y deYturbe (que se convertiría después en afamado anfitrión y mecenas de la moda y la arquitectura de interiores), los tres trajes que la casa Worth le hizo para su puesta de largo ante EduardoVII en Buckingham Palace o los sombreros que compraba chez Caroline Reboux… Episodios brillantes que transcurren entre St. Moritz, pistas de tenis en Liria, capillas públicas en el Palacio Real de Madrid, el Hotel Sacher, Ronda, Schönbrunn, y un elenco de lugares desconocidos antes de su deliciosa lectura que van de latifundios declarados hoy parque natural, a campos de polo o balnearios donde el Almanaque de Gotha cobra vida y habla a través de sus palabras en una colmena aristocrática que retrata una Europa que no volverá. Pero lo que te atrapa de este personaje no es solo esta burbuja de tamaño oropel, sino cómo cuenta todo ‘en voz alta’ (como me advirtió Alzola), desarrollando un relato sincero y cargado de valores humanos y espirituales que cultiva junto a su amor a los demás y sobre todo a los desfavorecidos por los que siempre trabajó. Profundamente sencilla (disculpándose por no saber escribir hasta la última página y ojalá muchos lo hiciéramos con tanto talento…) y llena de gratitud a la vida, no solo por el bienestar del que disfruta, sino por haberle dado su mayor tesoro: esa ‘bendita madre’. Este será su faro vital e inspiración, una mecenas del arte que dotará a su hija de los inmortales retratos que Madrazo, De Laszlo, Benlliure o Blay hicieron de ella y a España dará su primer Museo del Traje Regio-
nal y Arte Popular; por no hablar de los beneficios que procuró a su Ronda natal, restaurando esta ciudad prácticamente por completo. Además, en su incansable labor filantrópica, aunará sus dos grandes pasiones que son la cultura española y la ayuda a los desfavorecidos, e inventará un concepto muy divertido de fiesta benéfica que desarrollaba cuadros vivos de pintores españoles en los que sus aristocráticos invitados aportaban fondos para sus causas, vestidos de hilanderas o meninas de Velázquez, habitantes goyescos de 1808 (con ropajes originales, claro está) o de cortesanos de Felipe III. Con ella (una vez viuda y después casada en segundas nupcias con el duque de Parcent) viajará a Viena (y aquí Piedita ha sido capaz de describir la corte de Francisco José con una pasión y calidad comparables a las que el mismísimo Zweig derrocha en El mundo de ayer) para perfeccionar su técnica al piano con el célebre profesor Leschetizsky. Allí cultivará su amistad con la familia Hohenlohe-Langenburg con cuyo hijo, el príncipe Maximiliano, contraerá matrimonio en Madrid en 1921. Este precioso final feliz es con el que termina Piedita sus bocetos de juventud, con una boda de ensueño que comenzaba descendiendo las escaleras del precioso Palacio de Parcent (hoy Ministerio de Justicia) de la calle San Bernardo, donde era aclamada por cientos de madres lactantes para las que trabajaba, congregadas en la puerta de su casa pidiéndole que no abandonara España… Ese día el rey Alfonso XIII (padrino después de su primer hijo) le dijo: «Te hacen más ovaciones a ti que a mí». Pero Piedita se marchó y es en este tramo de la historia donde necesito la voz de su única hija viva, la princesa Beatriz de Hohenlohe-Langenburg y deYturbe, para que continúe contándola tal y como hizo durante esta sesión con FélixValiente en los estudios de Hearst: «Nuestro hogar fue el Palacio de Rothenhaus, a las afueras de Praga, que mi padre heredó y donde mi madre trasladó en nueve vagones desde Madrid todos sus recuerdos y tesoros de valor histórico, artístico y familiar. Allí murió y fue enterrada mi abuela, la duquesa de Parcent, y allí crecimos disfrutando el extraordinario parque que fue escenario de eventos culturales y de los juegos entre mis hermanos (Alfonso, Max, Pimpinela, Cristián y Elisabeth) y yo. Hasta que una noche de 1941 el general Patton, del ejército de los Estados Unidos, nos recomienda huir de la guerra y dejamos todo nuestro hogar y a mi abuela allí enterrada, para dirigirnos a Gstaad (Suiza) con 14 baúles, 2 nannies, perros y canarios, entre bombardeos y cambios de ³
MIENTRAS CONTEMPLABA CÓMO SU CASA ERA PASTO DE LAS LLAMAS, PIEDITA CONSOLABA A SUS HIJOS: «LO MÁS IMPORTANTE SOIS VOSOTROS Y YA ESTÁIS FUERA»
trenes… Nuestra idea era regresar pero con Checoslovaquia invadida nos concedieron pasaporte de Liechtenstein y renunciamos a nuestra ciudadanía que más tarde nos impediría reclamar los bienes atrapados tras el Telón de Acero». Este particular Sonrisas y lágrimas que convirtió a los Hohenlohe en refugiados acabó en España, donde Piedita tendrá que comenzar de cero con una dignidad que todas estas mujeres descendientes destacan. Enérgica, se dispondrá a convertir su palacio renacentista frío y austero llamado El Quexigal en su nuevo hogar y esos muros herrerianos (que albergaron la mayor colección existente de cerámica de Talavera) quedaron transformados en cozy corners (que es como llamaba en el libro a sus floridas habitaciones acogedoras y llenas de bibelots), que le servirán de refugio para poder acabar su autobiografía de juventud en 1954. Pero una terrible desgracia le aguardaba y es su nieta Clara quien se atreve a relatarla: «Una noche se desató un terrible incendio en El Quexigal, que conservaba desde la época en que fue de Felipe II las mismas vigas sin ‘desresinar’. El fuego se metió entre ellas y aquello ardió como una tea fulminándolo todo, mientras mi abuela contemplaba desde fuera con sus hijos el espectáculo dantesco y los consolaba diciendo: ‘No os preocupéis porque lo más importante sois vosotros y ya estáis fuera de la casa’». Os confieso que yo me habría vuelto loco asistiendo a mi propio Manderley, pero Piedita tenía la cabeza bastante mejor amueblada que yo y aprendió a no tener apegos materiales cuando en esta vida lo había tenido todo. Flavia Hohenlohe, su nieta y chairman de Sotheby’s en España, es quien resume este espíritu que tanta admiración me causa: «Mi abuela vivió desde pequeña rodeada de extraordinarias obras de arte y perdió su colección tras la huida y el incendio que supuso un duro golpe para ella. Pero supo llevarlo con dignidad hasta el último día de su vida, cultivando una personalidad admirable por su inteligencia, sentido del humor, respeto y amor por los demás. Elegante, guapa, pía, siempre soignée, entusiasta y poseedora de una curiosidad por todos los saberes de la vida que la acompañó hasta sus últimos días. En su casa, cercana al Monasterio de Los Jerónimos (al que acudía cada día), seguía disfrutando de la tertulia amena que llevaban sus ilustres visitas del mundo de la diplomacia, la cultura y la política nacional e internacional». Esta energía enigmática que desprendía y que trasciende como un amoroso vapor hacia el lector que se asoma a sus memorias es la que parece haber movido los hilos para que su estirpe se desarrolle en España, convirtiéndose en una dinastía sin la que es imposible entender hechos históricos como el descubrimiento y la edad de oro de Marbella o el curioso cambio de apellido (el suyo) tras cuatrocientos años de los titulares del ducado de Medinaceli. Es también esta energía la que inspira la obra etnológica de su hija Beatriz tan relacionada con la defensa que Piedita y su madre hicieron del arte popular español. Precisamente el día de la sesión,Teñu (como cariñosamente la llaman todas) me hablaba de ella mientras posaba con su perrita Mini: «En 1959 me casé con el duque de Arión y desde entonces el Castillo de Malpica fue nuestro hogar. Allí vino el fotógrafo Slim Aarons a hacernos un reportaje y él me ayudó a canalizar mi inquietud por la fotografía con la capacidad narratológica que posee. Quise emprender un viaje que se ha prolongado más de veinte años por el mundo, retratando las tradiciones y costumbres de mujeres que viven en sociedades matriarcales». Este material premiado por la Unesco está pendiente de recogerse en un libro con su correspondiente exposición por primera vez en Madrid; pero yo le he suplicado que sume a esta tarea la de intentar reeditar las memorias de juventud de su madre, esas que llegaron a mí por casualidad obsesionándome hasta tal punto de trazar (como buen fan) la ‘Ruta Piedita’ con paradas en su monumento del Marbella Club o la Casa del Rey Moro de Ronda, o acordarme siempre de ella cuando paso (casi a diario) rumbo al IED por su palacio de la Calle Ancha (que es como ella llama a San Bernardo). Ojalá un editor (brillante, por favor…) pueda leer estas páginas y se anime a recuperar este entretenido tesoro historiográfico para que el gran público acceda a unas aventuras destinadas solo a los miembros de su familia.