UN MIRLO BLANCO
El juez BALTASAR GARZÓN ha nadado en las aguas más pantanosas y ha recibido amor y odio por igual. Ahora clama por una revolución cívica que ponga en su sitio al poder político y económico.
Durante años Baltasar Garzón (Jaén, 1955) fue ofcialmente el juez estrella de este país, dice que muy a su pesar. Instruyó el GAL, encabezó la lucha contra ETA, arrestó a Pinochet, orquestó la operación Nécora, tiró de la manta de la trama Gürtel (por la que se encuentra suspendido de la carrera judicial) y ha defendido al creador de WikiLeaks, Julian Assange. Su nuevo libro, La indignación activa (Planeta), clama por un cabreo colectivo que diga «basta ya» al poder establecido y al capitalismo salvaje, como nos explica en su discreto despacho en Madrid,ante un cuadro de Miquel Barceló dedicado el día que fue suspendido por su investigación de los crímenes franquistas, en mayo de 2010. PREGUNTA: ¿De dónde le viene ese carácter contestatario? RESPUESTA: En mi vida han tenido una influencia muy clara mi padre, que ya murió, y mi madre, personas sencillas pero tremendamente comprometidas. Nos enseñaron valores muy democráticos aunque no se pudieran expresar. También mi tío Gabriel, hombre católico, apostólico, romano y de derechas, que, sin embargo, luchó del lado de la República porque era la legalidad. Estuvo condenado a penas de cárcel y siguió siendo lo que era. Representa esa idea de que la legalidad es una cosa, la ilegalidad es rechazable y la ideología de los demás, siempre que respete la de cada uno, es aceptable y asumible por todos. Otros referentes fundamentales son José Saramago y Adolfo Suárez. Este último estaba lejos de mi pensamiento ideológico, pero fuimos amigos. Era lo que en mi tierra se dice «buena gente». P: Precisamente su amigo Saramago hablaba de la responsabilidad colectiva. ¿Qué espacio queda para esto en una sociedad cada vez más individualista? R: Tuve la suerte de trabar una amistad muy estrecha con él y con su mujer, Pilar, en sus últimos diez años de vida. Lo último que escribió, prácticamente ya dictándoselo a ella y publicado en El País, se tituló Las lágrimas del juez Garzón, en relación con mi suspensión por el tema del franquismo. Él hablaba de que ponerte en el lugar del otro es fundamental. Si quieres que nuestra sociedad avance, sea más igualitaria y menos injusta, tienes que salir de ti. La gran mayoría de las personas nos enfocamos en nosotros mismos, tal vez con la buena intención de la superación, pero podemos aprender mucho más de quien tenemos enfrente. P: Hace un alegato de la indignación activa. ¿Cómo se pasa del cabreo a la acción? R: En mi caso sucede desde la niñez y sobre todo en la adolescencia.Yo estudié en un seminario hasta los 16 años y nunca he renunciado a sus enseñanzas que me ayudaron a formar la exigencia en el trabajo y la voluntad. El proceso de cambio es el compromiso hacia los demás. Siempre he tenido como motivación el servicio público, me ha gustado hacerlo y lo sigo haciendo ahora, en el campo de los derechos humanos y las ONG. P: ¿Se hace uno juez por ese deseo de hacer el bien? R: A los 17 años ya quería serlo. Mis primeros años en la universidad coincidieron con la Transición.Yo trabajaba por las noches es una gasolinera, iba a la universidad por la mañana y por la tarde dormía o iba a manifestaciones. Era la época, y eso me generó un compromiso hacia los demás. Aprobé a la primera, pero me planteaba que si lo
El único ‘ ismo’ que queda es el capitalismo y le tenemos que poner un adjetivo: capitalismo responsable. No es verdad que las cosas solo se puedan hacer como los neocapitalistas y neoliberales nos dicen. No ha sido así históricamente y lo es menos ahora
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