Harper's Bazaar (Spain)

CORTINAS Y TELONES

- Por Javier Quesada

HACE EXACTAMENT­E DIEZ AÑOS,Yves Saint Laurent decidió que, si tenía que coser visillos, lo haría en el paraíso. Su muerte, el 1 de junio de 2008, marcó el fn de una época. Cuando en 2002 anunció su retiro, lo hizo con una frase que resultó profética: «la costura se ha transforma­do en hacer cortinas para ventanas».Tres años antes, en 1999, el grupo Gucci –hoy Kering– compró la casa que él y su pareja, Pierre Bergé, fundaron en 1960 y puso al frente a Tom Ford. «Me apoyó mucho al principio, pero cuando comencé a conseguir buena prensa y la marca empezó a tener éxito,Yves se mostró bastante hostil», reveló el diseñador texano a la CNN. «En 13 minutos has destrozado sobre la pasarela 40 años de carrera», llegó a escribirle. Los celos pautaron su vida desde el principio. Con solo 14 años, logró arrebatarl­e a Karl Lagerfeld, quien quedó tercero, el primer premio del Secretaria­do Internacio­nal de la Lana. Con 18, entró a trabajar en Christian Dior como diseñador de accesorios y, con 21, tras la muerte de su maestro, se convirtió en jefe de la casa de modas y el couturier más joven de la alta costura francesa. A los 25, su meteórica carrera se interrumpi­ó cuando el ejército francés lo llamó a flas y el CEO de Dior, Marcel Boussac, decidió contratar a Marc Bohan en su lugar. Yves duró solo 20 días en el ejército: tuvo una crisis nerviosa –la primera de muchas– por la que tuvo que ser internado en la clínica de Val-de-Grâce. «Vamos a crear una casa de alta costura más grande que Dior. Yo diseñaré y tú la dirigirás», le pidió a Pierre Bergé en una de sus visitas. «Llevábamos dos años viviendo juntos. Nuestra relación era muy fuerte, el sexo era nuestro centro de gravedad. No tenía ni idea de cómo se montaba un negocio de moda y no tenía un franco, pero el amor es así», confesó Bergé. ¿Cómo negarse? Su primera colección sentó las bases de lo que sería su trayectori­a, llevando la modernidad a la alta costura y al prêt-à-porter. A lo largo de los años 60, introdujo el esmoquin, la sahariana, los guiños a la alta cultura –con homenajes a Mondrian, Picasso o Braque– pero también al folclore popular y, además, fue el primer creador que subió a una modelo negra a una pasarela. Inauguró la siguiente década posando desnudo ante Jeanloup Sieff para promociona­r Rive Gauche Pour Homme. «Era la primera vez que un creador de moda hacía, él mismo, promoción de un perfume», escribe Ursula Harbrecht en Yves Saint Laurent et la photograph­ie de mode. Ese año presentó también su colección Libération, inspirada en la ocupación nazi en Francia, el mismo día en que murió Coco Chanel; el escándalo fue mayúsculo. En los 70, también lanzó Opium y una de sus coleccione­s más legendaria­s, Óperas y ballets rusos. Por entonces, su relación con Pierre Bergé había comenzado a desmoronar­se mientras otra pareja entraba en escena. En aquella época, Saint Laurent era asiduo de alguno de los clubes más fuertes de París, como el 7, abierto por Fabrice Emaer, donde se mezclaba lo mejor y lo peor de la bohemia parisina. El único requisito para entrar era ser alguien especial: Yves Saint Laurent lo era y Jacques de Bascher, inseparabl­e de Karl Lagerfeld durante 18 años, también. «Cuando era joven, era un diablo con el rostro de Greta Garbo. Era lo contrario a mí.También era imposible y despreciab­le. Era perfecto», recuerda Lagerfeld en Jacques de Bascher, dandy de l’ombre (Séguier), escrito por Marie Ottavi. Un personaje capaz de provocar, en palabras del Káiser, «casos increíbles de celos», como los que dividieron al universo de la moda en dos bandos irreconcil­iables: los amigos de Saint Laurent y, en el otro frente, los de Lagerfeld. En los 80, logró el reconocimi­ento defnitivo al convertirs­e en el primer diseñador vivo al que el Metropolit­an de Nueva York dedicaba una retrospect­iva, comisariad­a por Diana Vreeland, quien dijo: «Chanel y Dior eran gigantes, pero Saint Laurent es un genio». Un genio que, sin embargo, vivió algunas de sus crisis más oscuras mientras la industria se transforma­ba a pasos agigantado­s. En los 90, las reglas del juego cambiaron de manera defnitiva a raíz del triunfo de la fast fashion y la llegada de los grandes grupos de inversión. «No tengo nada en común con este nuevo mundo de la moda, que ha sido reducida al escaparati­smo», dijo cuando anunció su retirada. Hoy, Saint Laurent no habría reconocido una industria en la que los directores creativos cambian –con suerte– cada tres años; el éxito de una colección no la decide la crítica, sino los likes, y las celebritie­s han usurpado el papel de los diseñadore­s. «¿Cortinas? Prefero los telones, como Picasso», replicaría hoy.

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