Harper's Bazaar (Spain)

GENIO Y APARTE

Cineasta mexicano con un universo propio, GUILLERMO DEL TORO recibió en el Festival de Málaga el último de los muchos homenajes recientes. Aprovecham­os para hablar de nacionalis­mos, moda, Stanley Kubrick y cómo haría un anuncio de Coca-Cola.

- Por Rafa Pontes Fotografía de Daniel Alea

Es un hombre apabullant­e, en todos los aspectos. Cuando Guillermo del Toro entra en la habitación, se nota. Cuando hace un gesto, se nota. Pero sobre todo cuando explica su modo de ver la industria del cine. Con 10 películas a sus espaldas, ha conseguido tres Oscars (por El laberinto del fauno, rodada en castellano) y acaba de sumar cuatro con La forma del agua, flmada en inglés y gracias a la que levantó los premios a mejor director y mejor película. «Me iba a tomar un año sabático y la estatuilla no lo va a cambiar. No signifca más de lo que es. ¿Te acuerdas de quién la ganó en 1982? Pues ya está», dice convencido. Que esta fábula sea en inglés no impedirá una vuelta a su idioma natal cuando le apetezca. «Si Bertolucci hizo El último emperador y no es chino, yo reclamo mi derecho a hacer lo que quiera. La terquedad sostenida se convierte en estilo». Guillermo del Toro tiene un sello propio rodando, eso es evidente. Tres minutos de una de sus películas y sabes que es suya. Y con referencia­s de todo tipo. «¿Sabes qué? Nunca he hecho un musical, pero me parece el género por antonomasi­a. Imagen y sonido en estado puro, por eso el cine mudo es l a máxima expresión del séptimo arte», cuenta a través de sus gafas con los ojos abiertos como platos. «No importa tanto el qué, sino el cómo y el dónde». Por eso no le parece una simpleza la importanci­a de la moda en el cine. «Cuando uno se viste está mandando un mensaje de quién es. Un personaje con una camisa abrochada hasta arriba te dice algo diferente al mismo con tres botones desabrocha­dos, si utiliza colores chillones o básicos». Puede parecer, por tanto, que quiere mantener el control hasta de la última imagen de cada escena, pero resulta no ser así. «Me gusta que el rodaje me sorprenda, porque me doy cuenta de que veo algo mejor de lo que yo habría querido que pasara.Tom Cruise me contó algo así de Stanley Kubrick cuando rodaron Eyes Wide Shut: dejaba a él y a Nicole Kidman delante de la cámara, les daba directrice­s y se sentaba a esperar lo que

Si Bertolucci hizo El último emperador y no es chino, yo reclamo mi derecho a hacer lo que quiera. La terquedad sostenida se convierte en estilo

pasaba. Y funcionaba». Le recuerdo que aquel rodaje fue famoso por lo complicado que fue, pero Del Toro siempre tiene una respuesta: «Rodando La forma del agua se sucedieron accidentes de todo tipo, pero mi trabajo como director es que no se note. Te puedo prometer que debí de vivir unas diez crisis al día. En cada obstáculo hay un camino, el problema es cuando no sabes reconocer la virtud que hay en el defecto». Reconoce que trabajar en Hollywood no le ha restado libertad por un motivo fundamenta­l: el dinero. «Tanto El laberinto del fauno como La forma del agua costaron lo mismo: 13,5 millones de euros cada una. Eso en Hollywood es casi cine independie­nte, acostumbra­dos a moverse entre los 70 y los 150. A mayor presupuest­o, menor libertad. Entra el marketing y hay que recuperar lo gastado». Su universo es tan particular que no pasa siempre por el aro del mercado americano. Un ejemplo: nunca ha hecho publicidad «ni la haré. No me interesa. Si me llaman de Coca-Cola les voy a ofrecer una versión con unos fetos moviéndose entre latas, y eso no vende», reconoce entre risas. ¿Y la fcción en televisión? «Se hacen cosas muy interesant­es y veo ser ies impresiona­ntes, pero… ¿cuántas escenas icónicas, para la historia, recuerdas del cine? Muchas. ¿Cuántas de una serie? Eso ya te cuesta más, seguro». Parece tenerlo todo bastante claro… «Lo más tr iste del mundo es un director domesticad­o. George Miller, por ejemplo, es indomestic­able. Solo tienes que ver la que formó para rodar la última entrega de Mad Max a sus 73 años: todo el mundo lo tachó de loco, pero recuperó la inversión y ganó seis Oscars… Un director de cine nunca se aburre. Bueno miento, a mí me pasa cuando voy a ver a mi tía materna [risas]. Mira, yo voy recogiendo cosas inútiles para contar una historia, porque yo a lo que me dedico en la vida es a mentir con detalles.Y ahora, con tanto premio y homenaje, es el motivo de querer un año sabático: el éxito desorienta, pero con el fracaso se hacen las paces y se aprende.Y yo he tenido muchos fracasos».

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