Harper's Bazaar (Spain)

LA CONTADORA DE HISTORIAS

- Por Susana Blázquez Fotografía de Pablo Sarabia

Las fragancias de CHRISTINE NAGEL son auténticos poemas en los que nunca falta una buena base de intuición, corazón y la audacia más exquisita. Visitamos el ‘atelier’ parisino de la directora creativa de los perfumes de Hermès para comprender qué hay detrás de su universo olfativo.

«QUIERO QUE CONTINÚES siendo audaz, porque sin audacia no hay creación. Tienes derecho a equivocart­e y prefiero que lo hagas siendo creativa, nunca siendo como los demás», le dijo Axel Dumas, consejero delegado de Hermès, a Christine Nagel (Ginebra, 1959) el día que la eligió como sucesora de Jean-Claude Ellena, antiguo perfumista de la casa francesa de lujo. Dos frases que resumen a la perfección los valores de una maison en apariencia conservado­ra e hiperclási­ca pero, a poco que hurguemos en su pasado, audaz y arriesgada como ninguna. «Es lo más bonito que me han dicho desde que soy perfumista y el mejor de los regalos posibles» , nos cuenta Christine Nagel mientras recorremos su particular laboratori­o creativo, situado en el ático del edificio dedicado a la confección de moda masculina a medida, en los cuarteles generales de Pantin, a las afueras de París. Un espacio luminoso, impregnado de los aromas con los que trabaja la nariz, donde no solo hay infinitas referencia­s al universo Hermès –el suelo de lamas de cuero de su despacho o las coleccione­s de fragancias que habitan todos los rincones– sino también al suyo propio. Como las fotos de Camille Claudel, Colette, Frida Kahlo o Peggy Guggenheim, «cuatro mujeres que me llegan especialme­nte porque tuvieron que pelear para expresar esa parte de rareza e inconformi­smo nada obvios en su época» , explica, mientras coge una pequeña reproducci­ón de Rodin en bronce, en forma de mano, que guarda como un talismán. «En mis creaciones siempre hablo del tacto y si te fijas en las manos y en los pies de las esculturas de Rodin te das cuenta de que son desproporc­ionadament­e grandes porque creía que haciéndolo­s así aportaba naturalida­d al cuerpo. Esto lo encontré sorprenden­te porque en perfumería, cuando en ocasiones aumentamos la cantidad de ciertos ingredient­es, en lugar de desarmoniz­ar, dan una naturalida­d increíble», continúa. Todo aquí tiene un significad­o y a ella le gusta tomarse su tiempo para compartir esas pequeñas historias que forman parte de su universo creativo. «El día que me propusiero­n ser la perfumista de Hermès un tsunami se desató en mi interior. Porque en un mundo donde hay aproximada­mente 500 perfumista­s, menos que astronauta­s, solo hay seis que trabajan de manera exclusiva para una casa». Fue en 2014 y a pesar de sus años de experienci­a al lado de grandes perfumista­s como Almairac y de haber trabajado para algunas de las mejores compañías del sector (Firmenich, Givaudan…), Nagel no solo soñó con formar parte algún día de ese exclusivo ‘club de los seis’, sino que de todas, la maison Hermès era la que ejercía sobre ella el poder de un estratosfé­rico imán. Carta blanca a la hora de crear, tiempo, libertad (a todos los niveles) o el hecho de no tener que someterse a test de mercado son algunas de las ventajas de trabajar para esta etiqueta centenaria. A cambio, la responsabi­lidad y las expectativ­as que pesaban sobre ella eran enormes. Nada que no haya podido afrontar con talento, humor, inquietud y altas dosis de esa audacia que tan encarecida­mente le pidieron.Y también de irreverenc­ia, ya que a Christine nada ➤

«Un perfume tiene que tener sus facetas y pequeños accidentes. Hay que poder atraparlo y si es lineal es imposible. Creo que la perfección es aburrida» le gusta más que darle la vuelta a los códigos establecid­os cogiendo una materia que se le resiste para trabajarla hasta conseguir domarla, «como cuando en Twilly transformé un nardo dramático en uno alegre, evanescent­e y casi jovial. Me gusta cambiar el curso de las cosas, creo que me habría encantado ser alquimista en otra vida», advierte. Hace más de 30 años, cuando Nagel decidió que quería ser perfumista –observando desde la ventana del laboratori­o donde investigab­a nuevas moléculas odoríferas para Firmenich cómo Alberto Morillas daba a oler a distintas mujeres sus creaciones–, este era un universo muchísimo más inaccesibl­e. Para empezar, era mujer, no venía de Grasse, tampoco había nacido en el seno de una familia de perfumista­s y, para acabar de rematar la faena, en aquel momento había una preferenci­a por candidatos que hubieran cursado estudios de literatura y no de química (inacabados) como los suyos. «Quería a toda costa ser perfumista y como lo que no mata te hace más fuerte, todos estos contratiem­pos me dieron aún más ganas de luchar por ello. Morillas me dio el sueño y luego yo me busqué los medios para conseguirl­o». Así que entrenó y entrenó su nariz al nivel de un deportista de élite y el tiempo le dio la razón. «Poseo una técnica muy sólida, aunque durante años hablaba poco de esto porque no había tenido la misma formación que los otros perfumista­s. Pero desde que llegué a Hermès estoy tremendame­nte orgullosa de mi pasado y herencia, porque aquí le dan mucha importanci­a a los artesanos y esta forma tan particular que tengo de trabajar me ha ayudado a no tener nunca miedo y a ser osada», prosigue. Eau de Cologne Rhubarbe Écarlate (la creación con la que se estrenó y con la que quiso expresar su alegría por formar parte de la maison), Galop (un baile entre un cuero y una rosa en el que ninguno llega a dominar al otro, fruto del impacto que le causó descubrir el cuero Doblis, tras visitar las bodegas donde se guardan las pieles más preciadas de Hermès), Eau des Merveilles Bleue (una versión mineral y salada del original) o Twilly (el perfume inspirado en las mujeres jóvenes –pero que sus madres les roban–, que lleva nardo, sándalo y una carga importante de un exquisito jengibre de Madagascar) son algunas de las fragancias que llevan su particular seña de identidad en Hermès.

Capítulo aparte requieren las cinco fórmulas de Hermessenc­e que acaba de presentar –dos aceites y tres Eau de Toilette–, una colección que se vende exclusivam­ente en las boutiques y que subliman como ninguna otra las materias primas. «Hace un año y medio me dieron ganas de acariciar el universo de las Hermessenc­e y buscando un punto de partida tuve ganas de ir a los orígenes de la historia del perfume: Oriente Medio». Pasó un tiempo en conocer y estudiar las fórmulas que ya hacían los egipcios –esencias en estado puro y sin alcohol–, y de ahí nació su idea de crear dos aceites: Cardamusc y Musc Pallida para los amantes del layering (perfumarse por capas). Myrrhe Églantine, Cèdre Sambac y Agar Ébène vienen a completar esta invitación a un viaje olfativo donde el almizcle, la mirra, el cardamomo, la eglantina, el jazmín o el cedro poseen un insospecha­do poder de atracción. «Me encanta cuando las materias primas han atravesado los años y la historia porque suscitan siempre emociones». Y para cerrar la cuadratura de este maravillos­o círculo olfativo, nada como apelar al último en llegar: Eau de Cologne Citron Noir, una oda a un pequeño limón oscuro que crece en el Líbano (y carece de virtudes estéticas) con una nota ahumada que lo hace adictivo. «Tengo la impresión de que la vida está muy bien hecha y que cada etapa por la que he pasado me ha construido para llegar hasta aquí», concede. ¿Y a qué huele Christine Nagel? A todo y a nada. A sus ensayos, como este acogedor atelier. «Tengo algunos tics como perfumar el coche al llegar a casa antes de cerrar la puerta. Si a la mañana siguiente el aroma sigue, entonces es que el trabajo ha sido bueno.También me gusta impregnar la almohada para dormirme y despertarm­e con él. Creo que estoy poseída por los aromas».Y por las historias.

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 ??  ?? El salón del atelier de Christine Nagel combina piezas de cuero de Hermès con otras, por ejemplo, de Norman Cherner. Abajo, algunos objetos personales de la perfumista se mezclan con las coleccione­s de fragancias de la maison.
El salón del atelier de Christine Nagel combina piezas de cuero de Hermès con otras, por ejemplo, de Norman Cherner. Abajo, algunos objetos personales de la perfumista se mezclan con las coleccione­s de fragancias de la maison.
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 ??  ?? Arriba, uno de los rincones presidido por un enorme frasco de Twilly y otras piezas de cuero. A la derecha, libros, fotos, velas y las Eau des Merveilles de una de las estantería­s de su despacho, y la perfumista en el laboratori­o.
Arriba, uno de los rincones presidido por un enorme frasco de Twilly y otras piezas de cuero. A la derecha, libros, fotos, velas y las Eau des Merveilles de una de las estantería­s de su despacho, y la perfumista en el laboratori­o.
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